Más de medio siglo después, Disney continúa la historia que protagonizaron en su momento Julie Andrews y Dick Van Dyke
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Es inevitable que, frente a la Mary Poppins de Robert Stevenson, las simpatías de los más pequeños se dirijan hacia los niños de la función, Jane (Karen Dotrice) y Michael Banks (Matthew Garber), o bien hacia la propia Poppins (Julie Andrews) y su inseparable Bert (Dick Van Dyke).
Sin embargo, cuando la recuperamos como adultos, es habitual darse cuenta de que la película, detrás de sus explosiones de fantasía, está hablando en segundo plano de un tema tan o más importante: más concretamente, del proceso de descubrimiento del cabeza de familia, el Sr. Banks (David Tomlinson), de la necesidad de relajarse a nivel laboral y estar más presente (y más atento) al día a día de sus retoños.
No es un detalle baladí: la autora de los libros originales, P.L. Travers, perdió a sus padres con siete años y medio, así que, según confesión propia, creó al Sr. Banks como vehículo para mostrarles a otros progenitores cómo no cometer los mismos errores en los que incurrió el suyo. Algo con lo que conectó el propio Walt Disney, que tuvo una relación muy tensa y desagradable con su padre, y también quería, de alguna manera, cambiar las cosas para las nuevas generaciones a través de su trabajo.
Lógico, pues, que ese mismo espíritu impregne la tardía secuela que ahora firma un veterano del musical como Rob Marshall, El regreso de Mary Poppins. Claro que el enfoque es distinto, porque ahora es el adulto Michael (Ben Whishaw) quien es padre de tres hijos, Annabel (Pixie Davies), John (Nathanael Saleh) y Georgie (Joel Dawson), pero también porque los tiempos han cambiado, y nuestra actitud como progenitores es menos estricta, menos distanciada que la de generaciones anteriores.
Por eso el mensaje que lanza esta secuela a los adultos es distinto, como lo es también su situación temporal –de la época eduardiana de la primera, a la Gran Depresión británica de la que nos ocupa–: como muchas películas de Disney de los últimos años, aboga por superar problemas personales en comunidad, a través de aquellos que tenemos más cerca, recuperando, en cierta manera, una visión más humanista, menos cínica, del ser humano. Y eso implica, claro está, no aislar y transmitir una visión esperanzada de la existencia a los más pequeños de la casa.
Eso es algo en lo que El regreso de Mary Poppins incide a través del trabajo de fotografía de Dion Beebe. Si, en la primera secuencia del largometraje, el paisaje londinense se nos muestra grisáceo, lleno de neblina, y rebosante de miseria –retratando con dolorosa exactitud la época de la Gran Depresión… no muy lejos, por cierto, de la grave situación económica que seguimos padeciendo a día de hoy–, poco a poco va recuperando luz y colorido, hasta la explosión imaginativa de su secuencia final, a medida que la magia de Mary Poppins (Emily Blunt) va penetrando a todos los que le rodean.
Ahí reside otra de las reivindicaciones de la película: en la necesidad de que, al menos de vez en cuando, conectemos con el niño que fuimos para recordar aquella capacidad que un día tuvimos para maravillarnos, para emocionarnos… Y para soñar con un mundo mejor. La Gran Bretaña que nos muestra el filme iba a sufrir, apenas unos años más tarde, las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, pero, de alguna manera, Marshall quiere dejar en el aire una nota de (cierta) esperanza: quizás colaborando, caminando juntos, podamos evitar repetir algunos errores cíclicos.
Ficha Técnica
Título original: Mary Poppins Returns
Año: 2018
Países: Estados Unidos
Género: Fantasía musical
Director: Rob Marshall
Intérpretes: Emily Blunt, Lin-Manuel Miranda, Ben Whishaw, Emily Mortimer, Pixie Davies, Nathanael Saleh