Aunque la Jornada Mundial de la Juventud reúne en Panamá hasta el 27 de enero a peregrinos de 156 países, los jóvenes de América Central son con diferencia los más numerosos. Además, para la gran mayoría de ellos es la primera vez en su vida que pueden ver al Soberano Pontífice en persona
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“No sé si estaré en Panamá, pero puedo asegurarles una cosa: Pedro estará en Panamá”. Con estas palabras cerró el papa Francisco la última JMJ en julio de 2016 en Cracovia. Dos años y medio más tarde, ha sido fiel a su palabra. “Pedro” está en Panamá y “Pedro” sigue siendo el primer Papa latinoamericano de la historia.
Tras su llegada a Panamá el 23 de enero, el Soberano Pontífice debía ceder a ciertas obligaciones protocolarias antes de poder presentarse ante la juventud del mundo entero reunida en este pequeño país de América Central. Así pues, no fue hasta el final de la jornada del 24 de enero que el Pontífice se reunió con los peregrinos, después de haberse visto con el presidente, de pronunciar un discurso ante las autoridades del país y otro más ante los obispos de la región.
Pero la espera no ha tenido importancia para todos los jóvenes desbordantes de alegría por poder recibir a “Pedro”. Una emoción mayor, si cabe, para los jóvenes centroamericanos, que por fin tienen “su” JMJ. Porque América Central no es la América del Sur ni la del Norte. Y precisamente aquí, ninguno de los países que componen Centroamérica había sido elegido antes para celebrar este encuentro mundial. Así que cuando el deseo se hace realidad, los centroamericanos no pueden más que celebrar de todo corazón. Aunque hay 110.000 personas participando en la JMJ, no había menos de 250.000 presentes en el primer encuentro con el Papa, la ceremonia de inauguración de la JMJ. Una señal de que los panameños acudieron en masa a recibirle.
A pesar del calor canicular –por la tarde hace más de treinta grados–, los fieles se mostraron dispuestos a esperar largo rato al sucesor de Pedro. Muchos vestían polos con frases del actual Soberano Pontífice. “¡No os dejéis robar la esperanza!”, exhibe un joven que retoma uno de los leitmotiv del Papa argentino en sus discursos a los jóvenes. A medida que se acerca la hora de la llegada del Papa, la distribución de la multitud deja bien claro que el líder de la Iglesia católica interesa más que el evento que debe desarrollarse: si bien el gentío es denso a lo largo de todo el camino del papamóvil, la multitud se ve más dispersa delante del escenario.
Las pantallas gigantes retransmiten las imágenes de un vehículo oficial que circula veloz por una calle cerrada al tráfico. Su matrícula permite identificar al ocupante: SCV1, reservado al soberano del Vaticano. Al poco, el coche se detiene junto a esa máquina tan particular y reconocible por todos que es el papamóvil. El Papa monta y la multitud se abalanza hacia las barreras.
Una onda sonora precede al vehículo blanco, un clamor de alegría que saluda al Soberano Pontífice: “¡Esta es la juventud del Papa!”. Sonriente y relajado, el papa Francisco saluda a derecha y a izquierda. Algunos corren a lo largo de las calles secundarias para seguir al papamóvil. Y ya está, el Pontífice ya ha pasado. Algunos enjugan las lágrimas de alegría que corren por sus mejillas, mientras que otros miran las fotos o vídeos que han podido grabar en sus móviles. No tardarán en circular por todas las redes sociales familiares.
El observador inatento podría ver aquí una idolatría a la persona del Papa, en última instancia poco compatible con la función del vicario de Cristo. Pero no se trata de eso. ¿La prueba? El extendido grito de alegría, unánime, cuando el papa Francisco pide un aplauso para su predecesor Benedicto XVI. Si se tratara de un culto hacia este Papa latino, ¿por qué iban los centroamericanos a mostrar un fervor semejante por ese anciano alemán al que jamás han visto? La respuesta es clara, porque no se trata de idolatría, sino de devoción filial: estos creyentes han comprendido bien que el Santo Padre quizás sea llamado santo, pero es ante todo padre. Así que no es Francisco el aclamado, sino “Pedro”, el discípulo de Cristo que viene a confirmar a sus hermanos en la fe.