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¿Apóstatas o mártires?

SILENCE
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Jose Luis Vázquez Borau - publicado el 29/01/19
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Los jesuitas en el Japón de los samuráis (Siglos XVI-XVII)

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El papa Francisco ha manifestado su deseo de visitar archipiélago de Japón. Pero, nos podemos preguntar: ¿Cómo fue la primera evangelización de estas tierras? Para responder a esto veamos dos acontecimientos culturales recientes. Uno hace referencia al cine y el otro a un ensayo histórico.

En cuanto al primero, se trata del film de Martin Scorsese, Silencio, donde trata del jesuita apóstata Cristóvão Ferreira (n. en Torres Vedras, Portugal 1580 – m. en Nagasaki, Japón en 1650). Éste, después de realizar diversos viajes a Extremo Oriente, hacia 1609 fue enviado como misionero a Japón. Para entonces ya se había declarado la ilegalidad del cristianismo en aquellas tierras y Ferreira se convirtió en una de las principales figuras de la resistencia católica.

Las persecuciones de Nagasaki

Ferreira fue apresado por las autoridades el año 1633 en Nishizaka, en Nagasaki, y sometido a la tortura denominada la fosa, que consistía en colgar al cristiano boca abajo sobre una fosa llena de excrementos.

En esa posición, se le hacían pequeñas incisiones detrás de las orejas para que se desangrara lentamente. Al cabo de un tiempo, la sangre comenzaba a manar también por la boca y la nariz, mezclándose con los excrementos de la fosa y atragantando al desdichado, que apenas podía emitir algunos estertores.

El tormento cesaba en cuanto el cristiano pronunciaba la palabra apostato y se prestaba a pisar un fumie, figura de Jesús o de María sobre la cual las autoridades religiosas de Japón exigían a los sospechosos de ser cristianos pisar con el pie, como signo de desprecio, y así probar que no eran miembros de esa religión proscrita.

Los japoneses les aseguraban que no hacía falta que apostataran de corazón, les bastaba con que cumplieran con esa pequeña formalidad. Muchos lo hacían para librarse del infierno de la tortura y otros preferían la muerte.

Pero en el caso de figuras relevantes, como el padre Ferreira, los japoneses trataban de evitar la muerte a toda costa. Para ellos era mucho más importante la apostasía, un ejemplo que descorazonaría y haría desistir de su fe a muchos seguidores. Pronto se supo que el padre Ferreira había cometido apostasía.

Algunos no lo creyeron y defendieron que era todo una estratagema del gobierno japonés para minar la moral de los cristianos que quedaban en la zona, esparciendo mentiras sobre la actuación de una de sus figuras más importantes. Ferreira tomó el nombre de Sawano Chūan y empezó a colaborar con el gobierno japonés.

Durante los veinte años que separaron su conversión de su fallecimiento, en 1650, Ferreira no pareció retractarse de una apostasía que, en un principio, parecía haberse producido bajo una importantísima presión.

Se vinculó a la religión budista y se convirtió en un importante autor, escribiendo tratados sobre la relación entre la naturaleza y la religión, la medicina y la astronomía, que tuvieron una gran difusión. También se le atribuye el libro titulado El engaño revelado, escrito en 1636, apenas unos cuantos años después de su conversión, en el que defendía que Dios no había creado el mundo, que no existían ni el Cielo ni el Infierno y que el Cristianismo era un engaño en toda su dimensión.

Permaneció en Japón durante el resto de su vida, se casó allí e, incluso, colaboró con el gobierno japonés cuando se apresaba a otros cristianos, siendo testigo de su proceso, actuando como intérprete e, incluso, participando en los diferentes estadios de los mencionados procesos

La acción misionera de los jesuitas

Recientemente también la editorial Digital Reasons ha publicado un libro del Dr. Osami Yakizawa, Los jesuitas en el Japón de los samuráis (Siglos XVI-XVIII), que al constatar la acción portentosa de los misioneros jesuitas en el Japón, especialmente en Nagasaki, en el breve espacio de medio siglo, se pregunta: “¿Cómo se pudo hacer tanto en tan poco tiempo, con escasos medios y experiencias previas, y por tan pocas personas, para conseguir el conocimiento de otra sociedad muy lejana y cultivar el respeto, la adaptación cultural y la convivencia como bases para la acción misionera?, ¿por qué los misioneros consiguieron éxitos tan apreciables seguidos, sin solución de continuidad, por la persecución y el aniquilamiento?” (pág. 14), en dar respuesta a esto se afana el autor del libro.

Francisco Javier

En el inicio de la evangelización de Asia, a la Compañía de Jesús le había sido encomendada la evangelización de la India con Francisco Javier, hacia donde partió en 1541, contando “con gran ayuda del rey Portugal, que había recibido el patronato eclesiástico del Papa” (pág. 61). En 1597 Francisco Javier “conoció en Malaca a Anjiro, japonés conocedor del idioma portugués del que recabó mucha información sobre China y Japón y que le ayudó a”traducir al japonés el catecismo y oraciones cristianas” (pág. 62).

Pasados dos años y medio en Japón, Francisco Javier volvió a la India para preparar la evangelización de la China. De su estancia en Japón sacó cuatro pilares básicos para la acción misionera: “1)La adopción de la cultura japonesa en las actividades evangelizadoras; 2) la obtención de licencia de los señores feudales para evangelizar y predicar a sus vasallos; 3) el impulso del comercio exterior; y, 4) la evangelización de la capital Kioto” (pág. 70).

Oda Nobunaga, señor feudal que quiso unificar el territorio de Japón para establecer el régimen de los samuráis, “empezó a prestar atención a los cristianos” (pág.79).

Desde el año 1563, “varios señores feudales japoneses fueron convirtiéndose al cristianismo. A estos señores conversos, se les conocía como los Señores Feudales Cristianos. Se estima que más de veinte familias poderosas abrazaron el cristianismo” (pág. 85).

Así, “después de treinta años del comienzo de la evangelización emprendida por Francisco Javier en esta tierra, se extendieron las actividades de la Iglesia católica, y llegó a haber más de ciento treinta mil creyentes cristianos” (pág. 87). En 1597 se decidió que el jesuita Luis Cerqueira desempeñase el cargo de obispo en Japón. “Cerqueira desplegó un amplio esfuerzo en formar sacerdotes japoneses. Así, durante su estancia en el país, nombró a veintidós nipones con diversos cargos eclesiásticos. Dieciséis de ellos fueron ordenados sacerdotes. Cuando murió Cerqueira, tan solo catorce sacerdotes japoneses permanecían activos en el país asiático” (pág. 123-124). El obispo Cerqueira falleció unos días antes de la publicación de la prohibición del cristianismo.

La expulsión de los padres

El 28 de enero de 1614 se ordenó la expulsión de los padres: “Los cristianos han evangelizado a los japoneses y han profanado a los Dioses sintoístas y budistas. Tras ello, han intentado cambiar el sistema político de Japón” (pág. 129). En noviembre de este mismo año, prácticamente todos los “padres” habían sido desterrados. Contra las persecuciones del gobierno, “los cristianos empezaron a crear organizaciones que llamaban en portuguésCofraria de Misericordia’” (pág. 130). Según un documento, el primer mártir cristiano data de 1587. Las comunidades clandestinas se las llamaba Sempuku Kirishitan (cristianos escondidos).

Los japoneses temían que el cristianismo constituyese un obstáculo para la unificación política del país. “En 1619, tuvo lugar el martirio en Kioto de cincuenta y dos creyentes. En 1622, se produjo el Martirio de Nishizaka, en Nagasaki, en el que perdieron la vida cincuenta y cinco fieles. Y, en 1623, cincuenta cristianos fueron martirizados en Edo. Cada uno de estos martirios alcanzó un gran renombre. Del mismo modo, en 1627, dieciséis cristianos, entre los que se hallaba Pablo Uchibori Sakuemon, fueron martirizados en la montaña de Unzen” (pág. 335).

A principios del siglo XVII, la población en Japón se estima que habría alcanzado alrededor de veinte millones de almas. “Se considera que el número de los cristianos pudo llegar a cuatrocientos cincuenta mil. Cuarenta mil de ellos murieron martirizados, si bien no consta su identidad en ningún registro. Únicamente en Niszaka murieron seiscientos sesenta mártires” (pág. 336).

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