En el consultorio de Aleteia, con mucha frecuencia el problema escuchado finca sus raíces en el resentimiento, un padecimiento que se encuentra muy extendido y que se manifiesta lo mismo en la amargura de las críticas, que pensamientos negativos, enfados, rupturas, frustraciones, afanes de revancha y de muchas formas más, cuya solución requiere poner ciertamente en juego muchas virtudes, y como radical recurso, el perdón.
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– ¡Vaya, eso del perdón se dice fácil, solo que aun no le he contado mi historia! Contraje matrimonio muy joven, sin imaginar que quien sería mi esposo, era realmente un alcohólico que ocultaba un terrible temperamento. Alguien que nos hizo pasar por terribles sufrimientos a mí y a mis hijos, con una violencia que alcanzó límites de crueldad que nos dejaron marcados emocionalmente de por vida. Finalmente nos abandonó para irse con otra mujer y jamás volvimos a saber de él. Triste y afortunadamente, al fin y al cabo.
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Luego, conocí a un buen hombre, y aun cuando creí que jamás volvería a tener una relación. Me enamoré, por lo que busqué y logré la anulación de mi matrimonio y pudimos casarnos por la Iglesia. Un buen hombre que me ha hecho feliz al rescatar a toda la familia, haciéndonos superar con creces nuestra difícil experiencia.
Tiempo después un viejo amigo me visitó para contarme que mi ex esposo se encuentra en completo estado de abandono, en la miseria y enfermo en fase terminal. Me entregó un mensaje que me enviaba en un maltrecho papel. La verdad, no se le agradecí pues despertó resentimientos que creía superados. Mi primera reacción no fue de compasión sino que sentí cierto gusto por su desgracia. Me sentía mal pues llevaba años agradeciendio a Dios por haberme resarcido el daño recibido. Sin embargo ahora sentía que algo quedaba sin resolver.
Haciendo un esfuerzo leí aquel papel sucio y arrugado de letra casi ilegible. Me rogaba que lo fuera a ver para pedirme perdón y morir en paz. Aquella noche no pude dormir. Se lo conté a mi esposo. Estaba en un mar de dudas. Él me aconsejó hacer lo que me diera más paz.
Mis dudas continuaban porque podía hacer el esfuerzo e ir a visitarle, escucharle e incluso ayudarle en lo que fuera posible. Sin embargo, era incapaz de sentir compasión y perdonarle. Al final, solo conseguiré sentirme peor. Le he pedido luces a Dios pero no logro entender lo que Él me propone pues creo que no me es imposible perdonar.
— ¿Cómo entender lo que Dios le propone? – intervine- Si usted contrae una enfermedad infecciosa, va al medico y el le recetará ciertos antibióticos. Si tiene problemas psicológicos puede ir al profesional correspondiente y eso estará bien. Pero aún falta tratar otra dimensión fundamental de la persona: la dimensión espiritual. Es ahí donde se encuentran las posibilidades ilimitadas de nuestro ser. Para ello es necesario permitir que en esta dimensión sea Dios el médico, y cure a través de tres grandes remedios:
- La conmiseración, que es un sentimiento de pena y dolor por la desgracia o sufrimiento de alguien.
- La compasión, que es compartir con quien sufre, vivir su desgracia y acompañarle en sus sentimientos de pérdida.
- Y la misericordia, que es pasar sobre las miserias humanas de alguien para aceptarlo y perdonarlo.
La conmiseración, la compasión y la misericordia no responden a vínculos afectivos o a motivos humanos. Son actitudes que provienen del amor de Dios, ese que está impreso en lo más íntimo del corazón. Es desde ese lugar de libertad, desde donde Dios le contesta cuando usted le llama mientras se encuentra en la prisión de su resentimiento.
Mi consultante finalmente atendió a su ex esposo, le perdonó y asistió en sus horas finales ayudándole a bien morir mientras sanaba su propio espíritu.
Perdonar produce grandes beneficios en lo psicológico y en lo espiritual, sobre todo el corazón que perdona se hace capaz de recibir el perdón divino.
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Por Orfa Astorga de Lira
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