Cuando accedió al trono, se dio cuenta de la pobre educación adquirida en su infancia y decidió que ni sus hijos ni los de los nobles de la corte sufrieran las mismas carencias.
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Cuando nació en el palacio de Juan II de Castilla en Madrigal de las Altas Torres, nadie esperaba que aquella pequeña infanta terminara siendo una de las soberanas más destacadas de su tiempo. Por aquel entonces, el heredero era su hermanastro Enrique, que ascendería al trono en 1454 como Enrique IV, cuando Isabel era aún un bebé de poco más de tres años. El nuevo soberano terminaría teniendo una hija, Juana, que no llegaría a reinar. Tampoco el hermano pequeño de Isabel, quien fallecería en extrañas circunstancias en 1468.
Mientras Isabel crecía ajena a los entresijos de la corte, fue educada por varios religiosos y por su propia madre, Isabel de Portugal, que le dieron una profunda formación piadosa y le enseñaron los típicos aspectos reservados a las niñas como coser y bordar, pero poco le enseñaron de política, historia u otras disciplinas necesarias para una futura reina.
Convertida en reina en 1474, Isabel dedicó largas horas de estudio para ejercer con eficacia sus tareas de gobierno. Estudia la reina, somos agora estudiantes, así definió un miembro de su corte el ambiente intelectual que se respiraba a su alrededor. Isabel invitó a su lado a humanistas como Pedro Mártir de Anglería o Lucio Marineo Sículo y se rodeó de muchos otros hombres sabios. También de mujeres, las llamadas Docta puellae, que demostraron en aquellos tiempos que el intelecto femenino podía igualar, e incluso superar, al masculino.
Las damas de la corte se unieron a la reina en las veladas de estudio y lectura. De todas ellas, permanecieron algunos nombres propios. El más conocido de todos, el de Beatriz Galindo, recordada popularmente como “La latina” por su alto conocimiento del latín, idioma que enseñó a la soberana católica. Beatriz Galindo fue maestra de la reina y también de sus hijos, el príncipe heredero y las infantas, y de los jóvenes de la corte, a los que transmitió toda su sabiduría. Todos, sin distinción de género, fueron educados en igualdad de condiciones. Griego, latín, historia, geografía, matemáticas, princesas y damas nobles pudieron acercarse al conocimiento en las excepcionales escuelas palatinas que la reina Isabel fomentó durante su reinado.
Isabel quería una corte de hombres y mujeres formados y preparados para ejercer una administración efectiva de su gobierno y para ello creó las escuelas palatinas, academias formativas supervisadas por una de las eruditas de su corte, Juana de Mendoza. Aquella fue una oportunidad única para las mujeres, que aún deberían esperar siglos para poder acceder a las universidades y a una formación en igualdad de condiciones con los hombres. Ellas asistieron a las aulas palaciegas en calidad de alumnas y de maestras.
La reina defendió las capacidades intelectuales de las mujeres ofreciendo a las más jóvenes la posibilidad de acceder a sus escuelas de palacio. En alguna ocasión, llegó incluso a abrir las puertas de las universidades, un espacio eminentemente masculino, a alguna de ellas. Tal fue el caso de Lucía de Medrano, que aprovechó la oportunidad brindada por la soberana y terminó siendo catedrática de Retórica en la Universidad de Salamanca.
También ayudó a otras damas eruditas a difundir sus ideas. Así fue con Isabel de Villena, una religiosa que llegó a abadesa y fue autora de una vida de Cristo en la que se ponía el acento en la importancia de las mujeres en los tiempos en los que vivió Jesús. Vita Christi, un alegato en favor de la dignidad femenina, se publicó en 1497 con la ayuda de la reina.
Las escuelas palatinas y la presencia de mujeres eruditas en la corte de Isabel la Católica fue un breve pero brillante paréntesis en la historia de las mujeres. Fue obra de la reina Isabel y desapareció tras su muerte.