Según el obispo David, la guerra contra las drogas de Duterte es, en realidad, una guerra contra los pobres
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Pablo Virgilio David, obispo de Kalookan y vicepresidente de la Conferencia de Obispos de Filipinas, se ha convertido en la víctima favorita de los violentos exabruptos del presidente de ese país asiático, Rodrigo Duterte. Y eso es muy peligroso para su integridad. Incluso para su vida.
Y ha sido el centro de los ataques por la sencilla razón que monseñor David representa una de las voces más críticas en Filipinas frente a la polémica guerra contra las drogas que ha emprendido el presidente Duterte, descalificándola y definiéndola como lo que es: una guerra contra los pobres del país.
“No hay guerra contra las drogas ilegales, porque no se está deteniendo el suministro. Si realmente buscan drogas ilegales, perseguirían a los grandes personajes, los fabricantes, los contrabandistas, los proveedores. Pero en cambio, persiguen a las víctimas de estas personas. Entonces, he llegado a la conclusión de que esta guerra contra las drogas ilegales es ilegal, inmoral y contra los pobres”, dijo, recientemente, el prelado filipino.
Demasiadas muertes
Filipinas ha sufrido durante años del abuso generalizado de drogas, principalmente una droga llamada shabu, una forma de droga de diseño (como una metanfetamina) producida a bajo costo. En su campaña para la presidencia en 2016, Duterte prometió erradicar la droga de Filipinas.
Desde que asumió el cargo, la guerra ha sido de exterminio. Grupos de derechos humanos dicen que más de 20.000 personas han muerto en ejecuciones extrajudiciales, en su mayoría perpetradas por la policía del país, misma que goza del apoyo del presidente Duterte y puede actuar con total impunidad.
Mediante una Carta Pastoral fechada el 28 de enero de 2019, la Conferencia de Obispos de Filipinas (el tercer país con mayor número de católicos del mundo) sostuvo que la mayor parte de los ejecutados son personas muy pobres y que “fueron brutalmente asesinadas bajo la simple sospecha de ser pequeños consumidores y vendedores de drogas, mientras que los grandes traficantes y narcotraficantes se mantuvieron en libertad”.
Dirigidos por un hombre enfermo
Si bien los obispos filipinos señalaron en su Carta Pastoral que no tenían “ninguna intención de interferir en la conducción de los asuntos estatales”, subrayaron que estaban moralmente obligados a denunciar lo que está sucediendo por “un deber solemne de defender a nuestro rebaño, especialmente cuando es atacado por lobos”.
Duterte ha apostrofado groseramente a los obispos, pero al obispo David lo ha señalado como sospechoso de consumir drogas ilegales y de robarse fondos propios de la Iglesia. Lejos de permanecer callado, el prelado filipino responde en redes sociales: “Creo que debería ser ya obvio para la gente que nuestro país está siendo dirigido por un hombre muy enfermo. Oramos por él. Oramos por nuestro país”.
El obispo de Kalookan, se ha opuesto una y otra vez a los dichos de Duterte en el sentido de que los adictos a las drogas “no son seres humanos”, que son unos “zombis”, pues eso significa que no se puede hacer otra cosa con ellos “salvo exterminarlos”.
Antídoto: construir comunidad
Los obispos filipinos, con David a la cabeza, se han quejado en repetidas ocasiones de los arrestos masivos de personas sin orden judicial y han criticado la detención policial sin cargos de niños pequeños que, según ellos, permanecen en jaulas durante semanas, mientras sus padres intentan liberarlos.
“¿Puede deshacerse de la criminalidad por medios criminales?”, se ha preguntado el obispo David, quien señaló que la guerra contra las drogas ha empujado a la Iglesia católica a acercarse al lado de las comunidades pobres que soportan la mayor parte de los arrestos arbitrarios y ejecuciones extrajudiciales.
“La guerra contra las drogas me acercó más a los pobres. Tal vez esa sea la bendición de esto”, concluyó el obispo David a quien Duterte ha llamado de todo y al que tiene en la mira por sus respuestas rápidas, por su cercanía con los pobres y porque está construyendo el arma más peligrosa para una dictadura: comunidad.
*Con información de Catholic News Service*