San Paula de Roma disfrutaba del lujo, de las fiestas y de los banquetes pero su vida cambió de la noche a la mañana
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Paula fue una dama romana que después de vivir una existencia acomodada, con todo tipo de lujos, decidió dejarlo todo y seguir los pasos de Jesús de la mano de San Jerónimo. Después de dejar la mundana vida de Roma, Paula ayudó al santo a fundar en Belén un monasterio femenino que se convirtió en lugar de retiro y oración.
Desde los primeros siglos del cristianismo, las formas de vida monacales empezaron a definirse manera espontánea entre los seguidores de Jesús. Hacia el siglo III, ya existían en algunos lugares de Tierra Santa, pequeños grupos de hombres que vivían retirados del mundo dedicados a la contemplación y la oración. Estos hombres, conocidos como “Abbas” o “Padres del Desierto”, fueron imitados por un puñado de mujeres que abandonaron todas sus posesiones y se convirtieron en “Ammas” o “Madres del Desierto”. Era cuestión de tiempo que aquellos primeros grupos de hombres y mujeres que optaron por dedicar su vida a Dios terminaran ocupando los primeros monasterios de la historia.
La historiadora y medievalista Régine Pérnoud afirma que “fue en Belén donde se fundó […] el primer convento de mujeres a cargo de las grandes damas romanas que habían seguido a San Jerónimo”. La principal dama romana fue Paula, entonces viuda, que había seguido los pasos del santo hasta Tierra Santa.
Paula había nacido en el 347 en el seno de una rica y poderosa familia senatorial. A los quince años se casó con Toxocio, un noble romano con el que tuvo cinco hijos y vivió un matrimonio feliz. Paula disfrutaba del lujo, de las fiestas y de los banquetes pero su vida cambió de la noche a la mañana cuando falleció su marido y vio el mundo con otros ojos. Paula ya había oído las palabras de algunos hombres santos, entre ellos San Jerónimo. Tras mucho meditar y prepararse espiritualmente, se convenció de que los bienes materiales no tenían sentido para ella y decidió despojarse de todos los lujos con los que había vivido hasta entonces y vivir una vida austera.
San Jerónimo se encontraba en Roma ejerciendo de secretario del pontífice Dámaso I pero tras su muerte en el 384 decidió tomar el camino a Tierra Santa. Paula no se lo pensó y siguió los pasos del santo acompañada de una de sus hijas, Eustoquia. Jerónimo anotó minuciosamente aquel viaje en un texto conocido como El epitafio de Paula.
Paula visitó Chipre, Antioquía, Egipto y los principales enclaves sagrados de Tierra Santa hasta que decidió instalarse en Belén donde trabajó con San Jerónimo para fundar allí un monasterio para hombres y otro para mujeres en los que instauraron una regla escrita por el santo. Paula también colaboró en la fundación de un refugio para los peregrinos que se acercaran hasta Belén desde cualquier lugar del mundo. Ya en aquel primer convento, las mujeres que se unieron a Paula iniciaron una larga tradición de vida de reclusión y oración pero también de estudio de las Sagradas Escrituras. Paula era una mujer culta que conocía el griego y el hebreo de manera que podía leer los salmos en su idioma original.
Desde entonces, la vida de Paula siguió los pasos de los de aquellas damas del desierto viviendo una existencia severamente austera, durmiendo en el suelo y sometiéndose a duros ayunos. La amplia comunidad que se había instalado con ella en el monasterio de Belén lloró sinceramente la muerte de su fundadora en el 404.
Además de Eustoquia, una nieta de Paula, bautizada con su mismo nombre, se unió a la comunidad de Belén y, tras la muerte de su abuela, la sustituyó en la dirección del monasterio.