La Costa Dorada española ofrece un lugar lleno de encanto, con un Mediterráneo tranquilo y familiar, un castillo, una iglesia neoclásica y una preciosa ermita de San Antonio de Padua.
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Altafulla se encuentra a pocos kilómetros al norte de Tarragona, en la Costa Dorada. Sus playas son largas y de oleaje tranquilo, lo que resulta muy agradable para el turismo familiar, porque niños y mayores pueden adentrarse en el agua sin peligro.
Pero si el viajero es de los que no solo consume sol y playa, es posible que en Altafulla encuentre aquel plus que pocos lugares tienen. Y es que en este punto de España conviven un castillo, una iglesia, una ermita y vestigios romanos, medievales y hasta del siglo XVIII. Pura historia viva.
Hagan ustedes mismos el recorrido con estas imágenes y preparen las maletas para un largo veraneo, para un invierno templado (aquí el clima es suave todo el año y mantiene temperaturas por encima de los 18 grados) o para una escapada de fin de semana en un entorno romántico.
¿Qué hace ese murciélago ahí?
La entrada al castillo de Altafulla no puede ser más sugerente. Dos torres levantadas a base de vegetación y una puerta enrejada que en lo alto tiene un murciélago de hierro forjado. Por encima, en el arco de piedra, puede verse el escudo que nos da el nombre del castillo: de Montserrat. Aunque el moho borra un poco el grabado de la piedra, se alcanza a ver una montaña y la sierra, como es el escudo del monasterio de la Virgen de Montserrat.
Castillo inexpugnable
El castillo de Altafulla es de titularidad privada. Pertenece a los marqueses de Tamarit, que residen en Madrid. Sobre esta fortaleza hay poca información, por razones de seguridad. Sin embargo, pese a que no puede visitarse, vale la pena estar en el casco antiguo y contar con este imponente testimonio de pasado. A su izquierda queda la iglesia. Al sur de Altafulla está Tamarit, un pequeño pueblo en el que quedan los restos de un castillo del siglo XI. Este sí es visitable.
Iglesia de San Martí
La iglesia está construida sobre vestigios romanos. Posteriormente se construyó el primer templo cristiano y quedan restos hoy de época románica y gótica. Sin embargo, la magnífica iglesia que hoy visitamos es del siglo XVII.
Un banco ceniciento
En una de las casas señoriales de la antigua Altafulla había un jardín con un banco de azulejos. Se hicieron unas obras y casi estuvo a punto de ser destruido. Ninguna institución quería hacerse cargo de él. Finalmente, se le dio un espacio en el Museo Etnológico de la localidad. Hoy es un tesoro de gran valor: en él pueden verse azulejos con los puntos cardinales, figuras fantásticas de las procesiones religiosas, oficios… El Museo se encuentra a dos minutos del castillo de Altafulla y está ubicado en su antiguo pajar. Verán al entrar una plaza redonda: es la antigua “era” donde se separaba el grano de trigo de la paja. Si pasean por Altafulla verán otras “eras” también conservadas.
Un “memento” del Imperio Romano
En la zona exterior a la altura del ábside, la iglesia de San Martí acompaña un monolito de piedra desnudo y solitario. Lo ven todos los visitantes al caminar por el paseo que rodea el templo y el castillo. Parece roto y es que son los restos de un monumento funerario de época romana. Junto a él se encuentra una de las estaciones del Via Crucis. Es la prueba de que estamos en un territorio de más de 20 siglos de historia. Muy cerca pasaba la Via Augusta, la calzada romana que unía Cádiz (en el sur de España) con Roma.
Ermita con encanto
La ermita de San Antonio de Padua está en el punto más alto de Altafulla. Se celebran misas y bodas, y es un lugar ideal para ir a pasar el día, ya que dispone de una arboleda y de fuente. A pesar de que el exterior más bien parece una masía catalana con espadaña, la ermita es un templo renacentista al que se añadieron elementos barrocos posteriormente. El interior está en buen estado de conservación gracias a la devoción que hay en el pueblo al “santo de todos”.
Un viaje en el tiempo
El casco antiguo de Altafulla está restaurado y conservado. Pasear por la localidad es una delicia, un auténtico viaje al pasado entre muros de piedra, suelos de cantos rodados y arcos medievales. A pesar del turismo de playa, la zona está cuidada y dispone de rincones románticos con sauces llorones y bancos, encinas y pinos.
Plaza imponente
La plaza de la iglesia es de grandes dimensiones. Confluyen en ella la fachada posterior del castillo de Altafulla y algunas casas particulares que mantienen el encanto de lo antiguo. Además, hay un hotel de 4 estrellas cuyas instalaciones tienen nada menos que 3 siglos de historia.
Playa de arena dorada
La Costa Dorada debe su nombre al color de la arena fina. La de Altafulla es una playa larga, que permite paseos hacia el norte o el sur y comunican con las poblaciones vecinas. Los turistas son tanto españoles de otras comunidades autónomas como extranjeros procedentes de toda Europa y Rusia.
Fechas grabadas en piedra
La piedra angular del arco de una de las puertas muestra la fecha en que se construyó la edificación: 1761. Más tarde pasarían por Altafulla las tropas napoleónicas.
San Martín de Tours
La iglesia de Altafulla está situada junto al castillo. Es de estilo neoclásico y fue construida entre 1701 y 1705. Está dedicada a San Martín de Tours y el santo aparece en una hornacina de piedra en la fachada.
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