No es espectacular ni tiene adornos o símbolos que llamen la atención, pero la presencia de numerosos turistas extranjeros y el parloteo de los guías que hablan en español e inglés advierten que allí ocurrió algo extraordinario.
Aunque algunos relatos hablan de “un ventanal” o “un balcón”, en realidad es una sencilla ventana de madera, pintada de verde, en la que se destacan 16 vidrios rectangulares y una baranda de hierro forjado. Sus dimensiones —2.50 metros de alto por 1.30 de ancho aproximadamente— resaltan por el marco de piedra, un estilo típico de las construcciones coloniales bogotanas. De su base al piso de la calle no hay más de dos metros e incrustada en la pared sobrevive una descuidada placa de mármol que evoca en latín lo que pasó hace 191 años. Casi al nivel del piso hay una diminuta ventana que tal vez servía como respiradero del sótano.
A los extranjeros esta historia les fascina porque tiene todos los ingredientes de una película de suspenso en la que el héroe —y Bolívar sí que lo es— al final se salva y los malvados —como sucede en muchos filmes— no se salen con la suya porque unos perecen de verdad y otros también mueren, pero entre el olvido y el desprecio.
Acababa de darse un baño de agua tibia
Los guías cuentan que el presidente de la Gran Colombia, Simón Bolívar —investido con poderes dictatoriales— fue sorprendido por una docena de hombres armados con cuchillos y sables cuando dormía en el Palacio de San Carlos, su despacho presidencial y lugar de residencia. De entrada, los asaltantes les cortaron el cuello a dos centinelas y llegaron hasta la habitación en donde, según el cronista José María Cordovez Moure, Bolívar “acababa de darse un baño de agua tibia”.
Otros historiadores señalan que el caraqueño —semidesnudo, apenas arropado con una capa— quiso enfrentarse a sable y pistola con los asesinos, pero que su amante, la quiteña Manuelita Sáenz, los encaró, les dio indicaciones falsas y le pidió a Bolívar que huyera por el balcón de su habitación, el mismo que hoy es objeto de admiración. El Libertador corrió varias cuadras en solitario, se escondió debajo de un puente en donde lo encontró uno de sus ayudantes y salió de allí en la madrugada, cuando la conjura había fracasado.
En los días posteriores Bolívar y sus seguidores emprendieron una feroz arremetida contra sus enemigos, entre ellos los asaltantes y más de 30 militares, políticos, poetas, artesanos y estudiantes. Algunos fueron fusilados, otros encarcelados y una buena cantidad salieron desterrados a otros países o lugares distantes de Bogotá.
El principal implicado fue el general colombiano Francisco de Paula Santander, héroe de mil batallas, acusado de haber maquinado la conspiración y enemigo acérrimo de Bolívar según los venezolanos. Aunque en un principio se aprobó su fusilamiento por la espalda, las presiones ablandaron al presidente-dictador que cambió la pena capital por el destierro a Cartagena de Indias. La enemistad y las diferencias políticas entre estos caudillos ha traspasado los años y hoy sobrevive —con absurdas manipulaciones ideológicas— como uno de los elementos de discordia entre colombianos y venezolanos.
Imágenes de la ventana aquí (hacer click en galería):
Una larga historia
El Palacio de San Carlos es una construcción de finales del siglo XVI. Primero estuvo habitado por familias aristocráticas, luego se convirtió en seminario de la Compañía de Jesús y más adelante fue sede de la primera imprenta de Santa Fe de Bogotá. Allí también funcionó la primera biblioteca pública y el cuartel del batallón que escoltaba al presidente de la República.
Siete meses antes del frustrado asesinato, el Libertador ordenó su compra para que allí funcionara la sede del gobierno de la Gran Colombia (Venezuela, Ecuador y Colombia). Durante 82 años sirvió como despacho y residencia de unos 30 presidentes y a partir de 1910 alojó durante 38 años al Ministerio de Relaciones Exteriores o Cancillería.
El 9 de abril de 1948 —día en el que el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán desencadenó una violenta reacción popular conocida como El bogotazo— San Carlos fue incendiado y parcialmente destruido. Dos años después recuperó su esplendor para servir otra vez como despacho y residencia de ocho jefes de Estado que la ocuparon hasta 1980 cuando la presidencia fue trasladada a la Casa de Nariño. Al año siguiente el viejo Palacio regresó definitivamente a manos de la Cancillería. Coincidencialmente, el 14 de febrero de 2019 allí se reunieron varios presidentes latinoamericanos y los cancilleres del Grupo de Lima, una instancia de países que propenden por una solución pacífica a la crisis de Venezuela.
San Carlos es uno de los lugares más hermosos de Bogotá. Allí se conservan valiosas obras de arte colonial, republicano y contemporáneo. Su arquitectura interior es admirable y sus espacios abiertos y cerrados son la expresión de diferentes épocas de la vida colombiana. Por supuesto, uno de los lugares más impactantes es la alcoba del Libertador en la que se destacan su cama, muebles de madera, cuadros, espejos, utensilios de la época y la ventana salvadora. A pocos metros está una capilla presidida por una imagen de la Virgen.
Colombianos, transeúntes habituales de la calle Décima con carrera Quinta, en pleno centro bogotano, poco o nada saben sobre ‘la ventana de Bolívar’, ubicada casi al frente del famoso Teatro de Cristóbal Colón. Sin embargo, la presencia de turistas europeos, estadounidenses o asiáticos obliga a unos pocos a escuchar el relato de la “Nefanda noche septembrina”, como se conoce históricamente este episodio.
La placa de mármol en latín no ayuda mucho a la exaltación del lugar, pero sí la traducción de los guías que recitan en español la frase atribuida a Miguel Tobar: “Detente, espectador, un momento, y mira el lugar por donde se salvó el padre y Libertador de la patria, Simón Bolívar, en la nefanda noche septembrina. Año 1828”.