El amor cobra vida en el sacrificio de mi propio yo, la presencia de Dios da luz a mis pasos cuando tiemblan
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Miro al cielo. Me gusta hacerlo durante el día, al atardecer y por la noche. El cielo está lleno de estrellas. Quiero ver las estrellas que me acompañan todo el día. En la oscuridad de la noche brillan más. Durante el día permanecen ocultas bajo el sol.
Sueoñ con un perpetuarme en el tiempo después de mi ausencia. Permanecer como una estrella oculta en el cielo. ¿Hay vanidad en mis deseos?
Una promesa de Dios en mi alma. Un deseo de Dios para mi vida. Multiplicar mi descendencia como las estrellas del cielo…
Miro a lo alto. El cielo estrellado en medio de la noche. Soy miedoso. Tengo miedos concretos. Reales. Algunos infundados. Laceran mi alma y me vuelven temeroso.
Si me caigo. Si pierdo la vida. Si me enfermo. Si me quedo solo. Si pierdo lo que me hace feliz. Si no vuelvo a tener lo que hoy tengo…
Las estrellas brillan en el cielo. Y en la tierra la lucha, la entrega, el sacrificio.
¿De qué valen la renuncia y el sacrificio? José Luis Martín Descalzo relata el cuento del novicio sediento.
La historia de un monje que en el desierto recorría un largo camino bajo el sol a buscar agua. A mitad de camino podía saciar su sed bebiendo de la fuente de un oasis.
Un día vio que quería renunciar a beber por amor a Dios. Por la noche vio una estrella brillando con fuerza en el cielo. Se llenó de paz. Así fueron pasando los días. Cada noche una estrella.
Un día un novicio le acompañó en su trabajo diario. El novicio al ver la fuente se llenó de alegría. El monje dudó y pensó entonces en el alma pura del novicio: “Si bebía, aquella noche la estrella no se encendería en su cielo: pero si no bebía, tampoco el muchacho se atrevería a hacerlo. Y, sin dudarlo un segundo, el eremita se inclinó hacia la fuente y bebió. Tras él, el novicio, gozoso, bebía y bebía también. Pero mientras le miraba beber, el anciano monje no pudo impedir que un velo de tristeza cubriera su alma: aquella noche Dios no estaría contento con él y no se encendería su estrella”[1].
Pero se equivocó. Esa noche dos estrellas brillaron en el cielo.
Dios quiere mi misericordia. Y quiere que renuncie por amor. Muchas veces en la vida tendré que renunciar por amor. Es lo que importa.
El amor que pongo en lo que hago. Y sé que, si mi renuncia está llena de amor, una estrella brillará con alegría en el cielo.
Dios quiere que le entregue mi sí gozoso. Mi sí complacido y feliz. Mi renuncia llena de amor hace brotar la esperanza. Soy un ciudadano de ese cielo lleno de estrellas.
Estoy llamado a mantenerme fiel en el amor de Jesús. Soy ciudadano del cielo con el que sueño.
Las estrellas en la noche me hablan de una eternidad que se refleja en mi alma. De una luz que quiere iluminar las oscuridades de mi mundo interior.
¿Cuál es el sentido de mi renuncia? Que el cielo se llene de estrellas y de luz, para iluminar a los que viven en tinieblas.
Hay muchas personas perdidas que no tienen esperanza. Y yo estoy llamado a sonreír en medio de mi entrega.
Dios quiere que mi vida sea una estrella que ilumine muchos caminos. Y por eso necesito que Jesús sea mi luz:
“El Señor es mi luz y mi salvación. ¿A quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro”.
En la noche quiero buscar su rostro. Su luz. Sus estrellas. Su presencia da luz a mis pasos cuando tiemblan.
Tengo miedos, miro al cielo. Creo en esa promesa de plenitud que me hace. Quiero ser fiel a lo que desea para mi vida.
Aspiro al cielo. Aspiro a las estrellas. No me conformo con una vida mediocre. Aspiro a amar renunciando, porque el amor cobra vida en el sacrificio de mi propio yo, de mi propio deseo, de mi egoísmo.
Renuncio a una vida pensando en mi comodidad. Veo fuentes y soy capaz de renunciar por amor. Cargo con la carga de cada día con alegría en el alma.
Dios me ha prometido una descendencia infinita. Miro al cielo poblado de estrellas. Me ha prometido que mi vida será fecunda aquí y ahora. Yo no dudo de sus promesas.
Dios me ama con locura y me hace mirar hacia delante. Me pide que persevere. Que no me desespere. Que no tema. Que cada noche hará brillar para mí una estrella.
[1] José Luis Martín Descalzo, Razones para vivir