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¿Hace falta dar las gracias en casa?

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Dolors Massot - publicado el 22/03/19
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¿No es demasiado formal agradecer los detalles de servicio entre familiares? ¿Qué ocurre si no lo haces?

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Cuando uno llega a casa se quita la careta. Se relaja, porque en casa no tiene que atender a un cliente pesado ni aguantar al jefe gritón. Es entrar por la puerta y saber que en nuestro territorio podemos mostrarnos tal cual somos.

Normalmente eso implica una relajación, un “ir en zapatillas”. Incluso nos cambiamos los zapatos y la vestimenta para ir más cómodos.

Estar en casa es, por lo general, haber entrado en nuestra zona de confort. Ahí no hay que crear imposturas: ya saben cómo somos. Solo con vernos entrar, en la familia ya detectan si estamos de buen humor o a punto de morder a alguien. Muchas veces la mamá pregunta: ¿te ha ocurrido algo? Y no nos ha visto siquiera la cara pero ha oído la forma de cerrar la puerta.

Da gusto saber que uno tiene un lugar en el mundo donde descansar. La casa de uno y la familia son un buen spa porque, además, cuenta con personas que estarán pendientes de él si tiene fiebre, si cae enfermo o si se quema. En casa, en la familia, es donde van creciendo nuestros sueños, donde nos orientan…

El montón de detalles de servicio que se prestan en casa es grande. (Ejem, los adolescentes no cuentan…). Puede ser que a uno le sirvan el plato en la mesa. A otro le dejan la ropa lavada, secada y doblada sobre la cama, a todos nos cambian las toallas… Y eso un día y otro y otro…

GRANDMA

Shutterstock-Zurijeta

Precisamente porque los detalles de servicio suelen ser pequeños y numerosos, es posible que pierdan el brillo de la “novedad”. Damos por hecho que es lógico que los de nuestro entorno nos hagan favores. Ya no nos sorprende.

Recientemente, una persona de mi familia me dijo “no hace falta darse las gracias en casa”. ¿De verdad?

-¿Por qué no vamos a ser agradecidos con los de la familia como lo somos con los de fuera?, le pregunté.

-Porque ya se supone que nos queremos y porque si no, estaríamos todo el día dándonos las gracias, me respondió.

Creo que ahí está  una de las razones por las que la convivencia familiar se deteriora. Porque no cuidamos el tesoro.

La familia no hay que darla por hecha. No hay que dar por hecho el amor en el matrimonio ni con los hijos y los abuelos. Los lazos de sangre nos unen, pero el amor de familia hay que cultivarlo y cuidarlo como un huerto. Igual. Hay que regar (agradecer). No digo que cada dos segundos, pero sí lo suficiente como para que los otros noten que somos importantes para ellos.

El amor es recíproco

El amor tiene un fuerte componente de reciprocidad. Te amo y busco ser querido por ti. Si tú no muestras ese cariño de vuelta, acabaré por pensar que no te importo y se agostará mi afán de buscarte y amarte.

Dar las gracias no solo es una forma de educación que se enseña a los niños. Es la expresión del amor verdadero. Damos las gracias por un favor y damos las gracias, al final de nuestros días, por haber recibido amor. Entre la infancia y la muerte, la vida es un continuo de actos de amor y de agradecimiento.

Dar las gracias suaviza, relaja. Puede ser el camino de vuelta para alguien de la familia que está alejado. Hace que nadie se sienta solo. Por eso es importante verbalizarlo. Por eso es crucial dar las gracias cuando me sirven el agua en el vaso o me acercan un cojín que necesito para la espalda.

Ese dar las gracias es como una crema hidratante en unas manos secas: regenera y suaviza.

“Quizá la gratitud no sea la virtud más importante de todas, pero sí la madre de todas las demás” (Cicerón)



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