¿Por qué no soy capaz de expresar lo que verdaderamente siento? ¿Por qué no me controlo? ¿Por qué no me permito sentir?
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Cuando uno no se da permiso para sentir, expresar, hacer o pensar, suele ser por factores externos a uno mismo – miedos, experiencias previas de dolor, humillaciones, comparaciones, etc. -, que producen un bloqueo de la emoción, del pensamiento y/o del obrar. “No digo lo que siento por miedo hacerte daño”, “no hago lo necesito, porque te burlarás de mí”, “no me permito pensar esto, porque les fallaría”.
Imaginemos, por un momento, que la mente es un globo que vamos hinchando de experiencias positivas y negativas. Si lo apretáramos por la mitad, el aire quedaría repartido en las dos partes del globo. La más pegada a la boquilla, sería el consciente, la parte lógica y racional, aquella que nos permite analizar los beneficios y riesgos de una situación y tomar decisiones acertadas. La otra parte del globo sería el inconsciente, el almacén de experiencias que reacciona involuntariamente ante situaciones condicionadas por hechos pasados.
Dos posibles actitudes frente a estas emociones que me desbordan son la REPRESIÓN y la IMPULSIVIDAD.
Tanto cuando nos expresamos de manera impulsiva como represiva, quien toma el mando es la parte inconsciente, haciendo conexiones entre lo que pasa objetivamente en el ambiente (la realidad) y las vivencias internas de la persona (lo que interpreto a partir de esa realidad, en base a lo que ya viví en circunstancias aparentemente similares).
El esquema de la represión es el siguiente: ante una situación neutra sentimos una emoción desproporcionada. Con nuestra razón rechazamos esta emoción porque no la entendemos, nos asusta o nos desborda. Entonces, desde el consciente, elegimos negar esa emoción o no expresarla.
Por el contrario, cuando la información sale de manera impulsiva, no pasa por el filtro de la razón, sino que la exteriorizamos directamente desde el inconsciente.
Como consecuencia de estas dos conductas, sucede que: no digo lo que quisiera, no hago lo que anhelo y me enredo en pensamientos complejos y autoculpabilizantes.
El que no expresa y reprime, pone un tapón a la información que necesita salir. Por tanto, esta información buscará otra vía de escape, que podrá manifestarse en nosotros a través de enfermedades, tics, ansiedad, obsesiones, conductas de riesgo y/o desadaptativas, etc. Por otro lado, el que no pone filtro a la información que viene impulsada desde lo más hondo, termina haciéndose daño y frustrándose constantemente.
La única manera de poner solución a esto es hacer consciente lo inconsciente, a través del autoconocimiento, la observación de uno mismo y el discernimiento. Tres claves de conseguirlo serían estas:
- Acepta lo que sientes. No tengas miedo de la emoción y deja que fluya sin preguntarte PORQUÉ te sientes así. Sentir no es malo en sí mismo. Las emociones nos dan pista de que hay algo que está fallando y que tenemos que atender.
- Entiende lo que te sucede. La gran pregunta que destapará tus emociones profundas es: ¿PARA QUÉ estoy sintiendo esto? Suele haber una intención oculta en la mayoría de emociones que no controlamos. Hemos elegido sentirnos así muchas veces para conseguir algo.
- Elige lo que te construye. No te hace libre elegir lo que más fuerza tiene dentro de ti, sino lo que con tu razón consideras más conveniente para ti.