Se ha arraigado culturalmente en muchos de nosotros lo de enseñar a nuestros pequeños “independencia” desde el principio … pero deberíamos revisar nuestras creencias
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Cuando fui padre por primera vez, tenía grandes ideas. Pensé que sería una cuestión sencilla convencer a nuestra hija de seis meses para que se adaptara a un horario de sueño. Incluso estaba convencido de que estaría interesada en dormir sola en su cuna. Creíamos que era importante no mimarla, lo que dificultaría su independencia a medida que crecía.
Otros padres nos contaban historias milagrosas de cómo tuvieron bebés que no tuvieron problemas para dormir solos y siguiendo un horario. ¡Incluso había escuchado cosas sobre niños pequeños que se acostaban a dormir una siesta! Quería vivir este sueño de crianza de los hijos, así que tratamos de hacerlo realidad. Solo había un problema: nuestra hija no estaba interesada. En absoluto. A la hora de acostarse, había mucho llanto. Gritos. Recriminaciones.
Lo diré sin rodeos, fue una mala idea. Tal vez la peor que he tenido. Sospecho que nuestras históricas batallas antes de acostarla son la razón por la que nuestra hija, que ahora tiene 12 años, todavía me mira de reojo a día de hoy. Ella sabe que me venció, porque después de una semana de intentar acostumbrarla a dormir sola, nos rendimos y ella estaba de vuelta en la cama con nosotros.
Con cada uno de nuestros hijos siguientes, nos fuimos convenciendo cada vez más de que, particularmente en los primeros años de sus vidas, estar cerca de ellos nunca es demasiado. No hay más horarios artificiales de sueño y no se duermen solos. Cuando nuestro bebé quiere dormir la siesta, por lo general está acurrucado en una mochila portabebé en la espalda de la madre o en los brazos de un hermano.
Si un bebé o un niño pequeño necesita meterse en la cama con nosotros, también está bien. (Soy consciente de que dormir con el bebé puede ser un tema controvertido, y de que hay maneras de hacerlo de forma segura). En nuestra experiencia, la idea de que un padre puede malcriar a un niño y limitar su independencia no ha resultado ser cierta. A medida que crecen, todos nuestros niños parecen estar extendiendo sus alas y explorando el mundo fuera de nuestro nido familiar sin problemas.
Algunos bebés quieren ser tomados en brazos más que otros. Algunos prefieren dormir la siesta o pasar el rato en un asiento para bebés con un juguete, mientras que otros desean un contacto humano más a menudo. Incluso en nuestra pequeña prole ha habido grandes diferencias entre nuestros bebés. Hemos tenido uno que se negó a permitir que nadie, excepto su madre, lo cogiera en brazos durante casi dos años, y hemos tenido otros que están felices de rodar por el suelo y reír y jugar con casi cualquier persona.
No hay una norma, una fórmula que responda a cuánto necesita un bebé que se le tome en brazos, con la excepción de que todos deberíamos estar de acuerdo en que mamá sí lo sabe. Si un bebé está gritando en el suelo, o está acurrucado en la cuna, su instinto le dice que le tome y consuele a su bebé. Ella quiere proteger a su hijo y sus instintos son totalmente correctos. La primera y mejor manera en que podemos ayudar a nuestros bebés es prodigándoles amor, abrazos y mimos, especialmente cuando están molestos.
Este es el instinto de una madre, pero también es ciencia. Se ha demostrado que los bebés se benefician del contacto piel con piel. No solo están menos estresados y lloran menos, sino que también muestran una mejoría cognitiva, menos propensión a desarrollar cólicos y tienen patrones de alimentación más saludables. No hay sustituto para el tacto de una madre.
Mientras veo a mi propia esposa dedicar tanto tiempo y espacio personal a nuestros hijos, pienso en lo exigente que puede ser tener a otra persona pequeña en un lugar tan íntimo y cercano en todo momento. Aunque todos amamos a nuestros hijos, puede ser agotador lidiar con su constante necesidad de atención y afecto. El anhelo de libertad puede asentarse en un padre casi como un martirio lento. Damos nuestra vida a estos pequeños, y la recompensa es un rastro de babeo en la parte posterior de nuestro cuello. Las recompensas, sin embargo, no son la razón por la que elegimos ser padres. Nos convertimos en padres para expandir nuestros corazones y compartir nuestro amor.
Las pinturas sagradas muestran a María con su pequeño Hijo en su regazo o en sus brazos. Ella siempre está tomando a su hijo y siempre mirando su cara. Incluso al final de su vida, por ejemplo, en la Piedad de Miguel Angel, sostiene a su hijo en sus brazos. Él está muerto y ella todavía lo consuela, ella sigue siendo madre. Es por eso que tomamos a nuestros hijos en brazos, porque para bien o para mal, todo lo que tenemos, todo lo que somos, es un don para ellos.
Esto es lo que veo en los brazos fuertes pero tiernos de cualquier madre o padre que sostiene a su bebé con fuerza, el apoyo imprescindible para que ese pequeño salga, crezca y cambie el mundo.