Es de vital importancia que tengamos conciencia de las muchas formas como la depresión puede manifestarse
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Después de que naciera mi primera hija, me afectó duramente una depresión postparto. Lloré mucho al principio, pero cuando la tristeza se transformó en desesperación, ya no parecía tener sentido ni llorar. Simplemente, me sentaba y miraba al vacío – durante horas. Miraba fijamente a través de la ventana, levantándome solo para atender vagamente las necesidades básicas de mi hija recién nacida.
Mi médico inmediatamente me recetó antidepresivos, lo que me ayudó a pasar lo peor de mi depresión. Pero sólo cuando mi hija casi cumplió los dos años, fue cuando yo me recuperé lo suficiente como para darme cuenta de por dónde había pasado.
Con cada bebé que vino después, pasaba los primeros meses después del parto temiendo que se repitiera esa desolación, y rezando para que no fuera así.
De hecho esa desesperación no volvió, gracias a Dios. Pero después de mi cuarto bebé me pasó algo diferente – empecé a estar cada vez de peor humor. Parecía empeorar cada día, hasta que me vi levantándome por las mañanas con rabia, gritando a mi familia constantemente y deseando (en mi cabeza y en voz alta) que todos me dejasen en paz.
Lo que yo no sabía era que la depresión se puede manifestar de muchas maneras diferentes. Según NRP, la irritabilidad y la rabia son síntomas habituales, pero ampliamente desconocidos, de la depresión.
Cuando estudiaba, décadas atrás, afirma el Dr. Maurizio Fava, había aprendido que, en la depresión, la rabia se proyectaba hacia adentro – que las personas deprimidas sentían rabia hacia sí mismas, no hacia los demás. Pero esto no se correspondía con lo que estaba viendo en muchos de sus pacientes con depresión.
“Yo diría que 1 de cada 3 pacientes me reportaban pérdida de la paciencia, que romperían cosas, que gritarían o darían portazos”, afirmó el Dr. Maurizio. Después, esas personas se sentían llenas de remordimientos. Él cree que estos “ataques de rabia” pueden ser un fenómeno similar a los ataques de pánico. Su investigación descubrió que este tipo de irritabilidad disminuía en la mayoría de los pacientes tratados con antidepresivos.
Yo no puedo decir cuántas veces durante ese año perdí la paciencia y grité, o dí portazos, o quise tirar algo contra la pared y, después arrepentida, buscaba maneras de pedir disculpas a mi familia repetidamente, intentando compensar lo que yo pensaba que era culpa mía y falta de autocontrol. En ese año, rezaba todos los días pidiendo aprender a tener paciencia.
Al pasar un año, empecé a odiarme por tener tan poca voluntad. Después de que perdía la paciencia y gritaba, me encerraba en el cuarto y lloraba, odiándome por lo mala madre y esposa que era.
Por fin, aquello fue demasiado para todos, y fui al psiquiatra. Me diagnosticó depresión y ansiedad postparto, un año después de haber dado a luz. La medicación de baja dosis que me dio me ayudó a aliviar la irritabilidad y el impulso a la rabia, mientras que la terapia regular me ayudó a encontrar nuevas maneras de lidiar con mis emociones y a empezar a curar mi relación conmigo misma. El ejercicio físico diario indicado por el psiquiatra completaba el tratamiento que acabó sacándome de aquella larga depresión.
Estoy muy agradecida de que mi psiquiatra reconociera inmediatamente mi irritabilidad por lo que era, en vez de atribuirla a falta autocontrol o virtud, como yo estaba haciendo. Nunca olvidaré cuando me dijo:
No eres una mala esposa o madre. Estás sufriendo una depresión, y esto está perjudicando tu capacidad de querer a tu familia en la forma como tu claramente quieres amarla.
Yo no sé si habría sido capaz de salir de esa depresión, si el médico no me hubiera ayudado a dejar de castigarme y a empezar a tratarme.
Es de vital importancia que seamos conscientes de las muchas formas diferentes por las que la depresión puede manifestarse, y que seamos capaces de distinguir – y ayudar a nuestros seres queridos – entre la falta de virtud y la enfermedad psíquica. A veces, pueden parecer iguales, pero es muy peligroso tratar las enfermedades psíquicas como si fuesen falta de virtud – en nosotros y en los demás.