Seguramente más de una vez nos hemos visto tentados a resolverles un problema solo para que ellos no se tuvieran que enfrentar al fracaso
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Las últimas semanas la opinión pública estadounidense y a nivel mundial se ha visto sacudida por el escandalo de admisión en las universidades. Se abrió una investigación en la que se determinó que más de 50 personas habían participado de sobornos en por lo menos tres prestigiosas universidades en Estados Unidos por cupos para dichas universidades. En la lista de sospechosos se encuentran personas muy reconocidas y hasta estrellas de Hollywood.
Este hecho ha despertado un debate ético muy importante en el que algunos se cuestionan las razones por las que los padres pudieran considerar el soborno como una alternativa para la entrada a sus hijos en la Universidad.
En primer lugar se cuestiona la importancia que se le da a la educación de élite, o el status que se otorga a las personas que van a ciertas escuelas. Por otro lado se cuestiona también el estilo educativo de estos padres que están dispuestos a hacer lo que sea para ahorrarles a sus hijos el difícil camino que supone la admisión universitaria.
En torno a este tema se ha reavivado un término que ha estado presente hace ya algún tiempo que es el de los padres “cortadores de césped” (“lawnmower parents”) y que han sustituido a los padres helicópteros de la década pasada.
Estos padres tienen como característica principal pasar por delante de los hijos y cortar el césped por el que van a pisar, es decir, remover todos los obstáculos o dificultades que puedan entorpecer el camino del hijo.
Este estilo de crianza tiene dos problemas fundamentales, en primer lugar, quita confianza en lo que el hijo pueda lograr. Un niño o adolescente que ve que sus padres pagan por un puesto en la universidad o que pelean por un puesto en un equipo deportivo, llega a creer que para él es imposible lograrlo por sí mismo.
Esta es una consecuencia devastadora en la vida de nuestros hijos porque además de remover la confianza, disminuye su autoestima y les impide plantearse metas reales para poder lograr su pleno desarrollo.
En segundo lugar, un padre que remueve todos los obstáculos no permite que su hijo fracase, y resulta que con el fracaso se descubren la mayoría de las lecciones importantes en la vida. Un joven que no fracasa es un joven que no aprende, que no es capaz de intentarlo de nuevo, que no es capaz de ser perseverante y no se conoce a sí mismo. El fracaso es importante para poder reconocer en nosotros mismos nuestro valor, y para poder salir adelante.
Finalmente, como afirma en esta entrevista el Dr. Tim Elmore, el problema es que los padres nos estamos enfocando demasiado en la felicidad de nuestros hijos. El Dr. Elmore afirma que “hay que tratar de ayudar a los hijos a identificar sus fortalezas principales y utilizarlas para servir al mundo que los rodea, a que busquen un propósito, no la felicidad.” Si encuentran ese propósito, la felicidad siempre sigue.
Este escándalo nos enseña a los padres a reevaluar nuestro papel en la crianza de nuestros hijos, y la importancia que tiene para nuestro propio ego sus logros y su éxito. Puede ser que no seamos capaces de pagar por un cupo en la universidad, pero seguramente más de una vez nos hemos visto tentados a resolverles un problema solo para que ellos no se tuvieran que enfrentar al fracaso. No debemos olvidar que queremos educar personas con las herramientas suficientes para desarrollar una vida adulta sana y plena. Los éxitos y la felicidad se lograrán como consecuencia.