La Conferencia Episcopal apoya campañas institucionales para evitar que esta especie nativa sea comercializada y utilizada por los fieles el Domingo de Ramos
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Hasta hace pocos años los colombianos tenían la costumbre de comprar ramos de palmas de cera para utilizarlos como símbolos de fe durante el Domingo de Ramos y luego, una vez fueran bendecidos, llevarlos a casa en donde los guardaban con diferentes propósitos. Uno de ellos era ponerlos detrás de las puertas para protegerse de los enemigos. Otras personas los utilizaban cuando sobrevenían grandes tempestades.
Esta tradición que recuerda la entrada victoriosa de Jesús a Jerusalén en medio de palmas y ramos de olivo marca el comienzo de la Semana Santa, pero en Colombia también es una señal de alerta para las autoridades ambientales que desean proteger la palma de cera (ceroxilon quindiuense), una especie en vía de extinción.
La batalla contra los traficantes de esta palma comenzó hace más de 30 años cuando se expidió la Ley 61 de 1985, norma que la declaró árbol nacional, una denominación equivalente a símbolos patrios profundamente arraigados como el Himno Nacional o el escudo de la República. Además, prohibió su tala y estableció sanciones para los infractores.
Más adelante, ante la comercialización indiscriminada y la explotación abusiva de especies animales y forestales el Gobierno aumentó las penas y dispuso que los infractores podían ir a la cárcel y pagar condenas de dos a cinco años. Las multas, según la gravedad de cada caso, pueden llegar hasta 2.900 millones de pesos, es decir, unos 935.000 dólares aproximadamente.
El encanto de esta palma que se encuentra en Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, es múltiple. Se trata de un estilizado árbol que tiene hasta 60 metros de altura, su tronco tiene una resina especial de la cual se deriva su nombre, las ramas —de donde salen los ramos— miden casi dos metros, vive más de doscientos años y se encuentra en las altas montañas andinas. De once especies conocidas, siete se hallan en regiones de la cordillera Central de Colombia, especialmente en los departamentos de Tolima, Quindío, Caldas, Antioquia y Cundinamarca.
Las razones para que sea protegida con rigor son varias: su reducción en casi el 50 % de los territorios donde se hallaba hace varias décadas y su función como fuente alimenticia de aves como los pericos (loros) orejiamarillo, verde y coroniazul, el tucán y la cotorra montañera. “Si no hay frutos de las palmas de cera, explicó a Aleteia la ambientalista Maritza Chavarro, estas especies no tienen su principal alimento y pueden morir de hambre”. Además, la palma contribuye al mantenimiento activo del ciclo de nitrógeno, conservando el equilibrio de ecosistemas regionales.
Las autoridades ambientales atribuyen gran parte del problema a la práctica ancestral de llevar ramos a las iglesias el primer día de la Semana Santa. Según los expertos, el derribamiento de la palma es el primer eslabón de una cadena dañina que continúa con el corte de los cogollos —hojas no expandibles que solo se forman una vez al año y no vuelven a crecer— y termina con el tráfico ilegal de los ramos.
Otros fenómenos que reducen de manera drástica la población y renovación de palmas son la deforestación de bosques para transformarlos en potreros para reses y el consumo de las plántulas jóvenes por parte del ganado.
El apoyo de la Iglesia
Desde hace varios años la Conferencia Episcopal apoya las acciones legales del Estado para atacar este problema. Desde los púlpitos a través de comunicados y declaraciones ha pedido a los fieles que remplacen la palma de cera por alternativas como ramas de junco y enea o palmas de areca u elementos artificiales que sirvan para “saludar al Jesús triunfante que llega a Jerusalén”.
En días recientes, el obispo de Cúcuta, Víctor Manuel Ochoa Cadavid, recordó la encíclica del papa Francisco, Laudato si al señalar que “es un compromiso de todos cuidar el medio ambiente, nuestra tierra, nuestra casa común”. Al intervenir en la apertura de la campaña “Porque la vida es sagrada, vive esta Semana Santa en paz con la naturaleza”, el prelado se refirió al daño causado por el hombre por el uso irresponsable de los bienes que Dios ha puesto en este planeta”.
La arquidiócesis de Bogotá también se unió a varias entidades gubernamentales que para la Semana Santa 2019 pusieron en marcha la campaña “En armonía la vida”. Se trata de “reflexionar y crear conciencia sobre el tráfico de especies de fauna y flora que se presenta durante esta época y que con el paso de los años viene generando el deterioro de importantes ecosistemas”.
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