La hoy llorada Notre Dame inspiró la construcción de templos a su imagen por todo el mundo, y no sólo en su época, sino incluso en épocas más recientes
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No es casualidad que muchos argentinos al ver el devastador incendio que consumió gran parte de la Catedral de Notre Dame hayan pensado en la Basílica de Nuestra Señora de Luján, capital de la Fe de los argentinos.
La hoy llorada Notre Dame inspiró la construcción de templos a su imagen por todo el mundo, y no sólo en su época, sino incluso en épocas más recientes. Porque la Basílica de Luján que por estilo evoca el más clásico de los góticos europeos fue concluida recién en la década de 1930, casi 600 años después que la inmortal parisina.
El responsable de que el mayor santuario argentino se inspire en estilo en Notre Dame fue el padre Jorge María Salvaire, nacido en Castres, sur de Francia, hijo de un francés profesor de español y de una española.
Salvaire vivió en París al menos entre 1866, año en que ingresó a la Congregación de la Misión de San Vicente de Paúl, 1871, año de su ordenación. En la Ciudad de la Luz estudió filosofía, teología y también canto, en el Conservatorio.
Arribó a Buenos Aires enviado por su congregación en octubre de 1871, cuando la terrible epidemia de fiebre amarilla comenzaba a disiparse. Ese mismo diciembre, participó con el colegio San Luis al que había sido destinado de la primera peregrinación a Luján desde Buenos Aires en acción de gracias por el final de la epidemia.
Allí conoció el viejo santuario de la patrona argentina, que con una torre y campanario, aunque dignísimo, en poco se diferenciaba de otras parroquias. Y la vio a ella, a María en Luján, a la que serviría como pocos jamás la han servido. Inmediatamente tras regresar comentó: “Esa preciosa Perla necesita otro cofre”.
En 1872 quiso la providencia que sea nombrado Teniente Cura del Santuario de Nuestra Señora de Luján, regida por los lazaristas desde ese año. Aunque a finales del año siguiente fue destinado a la misión en Azul, donde predicó y anunció el Evangelio entre los aborígenes.
En esos tiempos, mientras se adentraba en las Pampas para trabar relación con el Cacique Manuel Namuncurá, padre del hoy beatificado Ceferino Namuncurá, su vida corrió serio riesgo acechado por indígenas. En esa ocasión prometió a María, en su advocación de Nuestra Señora de Luján, tres cosas: escribir su historia, difundir su culto, y edificarle un nuevo templo.
Tras regresar a Luján en 1876, todo ello hizo, puesto que tras escribir la historia de la Virgen y lograr su coronación pontificia, comenzó en 1887 la construcción del nuevo templo, abrazando el viejo santuario.
Salvaire imaginó el nuevo templo de tres naves como cofre para cuidar a María, basado principalmente en dos edificios, coinciden los historiadores: San Dionisio de Reims y Notre Dame de París.
La obra fue posible gracias la limosna de los fieles argentinos, por el mismo sistema que por entonces permitió la financiación de otra joya de la arquitectura religiosa parisina, Sacre Coeur: ofrecer a los devotos donantes la posibilidad de que su nombre se perpetúe en piedras y ventanas del santuario.
El padre Salvaire falleció en 1899, a los 52 años. Por su conmovedor devoción y notable impulso desde toda Sudamérica habían llegado pedidos a Roma para hacerlo obispo, cosa que hubiera ocurrido. Sus últimas palabras fueron “Creo en Dios. Amo a Dios. Espero en ti Madre mía de Luján”.
Sus sucesores necesitaron poco más de 30 años para culminar su sueño, su soñado cofre. Sus restos descansan muy cerca de su amada Virgen de Luján, dentro de la nueva casa que mandó a hacerle, inspirado en los más grandes templos franceses. Su causa de beatificación fue iniciada en 2016.