Hay padres que disfrutan educando a sus hijos: saben que es su mejor apuesta
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Imaginémonos que tenemos un jefe que confía en nosotros. Nos pide bien las cosas y además notamos que nos aprecia e incluso a veces reconoce nuestro trabajo con gratitud.
Él va por delante y comprobamos como en algunas tareas que nos demanda, él las ha hecho primero, sabe de qué van, las hace bien y puede, en esa misma medida, corregirnos. Y lo hace con afabilidad y claridad.
Y esas reprensiones proporcionadas nos invitan a hacerlo mejor pues nos gusta hacer las faenas bien hechas como él también las hace. Y también realizamos las tareas correctamente para sentirnos a gusto, orgullosos de nosotros mismos.
En una palabra confía en nosotros y nos hace sentir cómodos cuando trabajamos para él. Confía de tal forma en nosotros que nos ofrece la posibilidad de explorar nuevas soluciones por nuestra cuenta y, si salen bien, lo reconoce y lo incorpora como know how (saber cómo) de la empresa.
No suele alzar la voz nunca, es cordial y se preocupa por el bienestar de sus trabajadores. Exige pero proporcionadamente y a nosotros no nos cuesta tener al día la tarea. Dice que si estamos contentos en la empresa produciremos atentamente y fijándonos en los detalles y como estaremos a gusto las tareas saldrán mejor.
Y es así: hay un buen ambiente de trabajo. El jefe es previsible y no tiene reacciones desproporcionadas ni extrañas. Es predecible de tal forma que sus caras, su tono y sus palabras, a veces pocas, dan muchas pistas para saber, casi siempre, cómo responder a sus demandas, encargos, etc.
No somos sus amigos pero a veces lo parecemos: parece que nos dispensa un trato desinteresado que nos hace sentir muy bien pues nuestras cosas le importan y, eso sí, se puede decir que le preocupa que todo nos vaya bien. Y nos paga puntual y justamente.
Y al final comentamos entre los trabajadores que es un jefe que arrastra. Es más: alguno de nosotros señala que tenemos un jefe-líder al que no cuesta seguir. Y hacemos lo que nos pide sin dilaciones pues sabemos que vale la pena. Él nunca lo ha dicho ni sugerido, pero nosotros lo comentamos cuando nos vemos fuera de la oficina, nos sentimos en la empresa como en familia.
Existen jefes así: son inteligentes y suelen dar en la diana. Y existen padres así. En el plano familiar las cosas cambian pero algunos elementos, mutatis mutandis, se repiten en cierta medida.
Hay padres que disfrutan educando a sus hijos: saben que es su mejor apuesta. Cambiarán de trabajo, de ciudad, de país, incluso de profesión pero su esposa/esposo, sus hijos continuarán siempre a su lado. Es un bien que hay que cuidar.
Y lo más importante es elegir bien de verdad al cónyuge y educar bien de verdad, en acuerdo con el cónyuge, a los hijos para convertir realmente el hogar en un lugar educativo y de paz. Y en esta línea los niños estarán contentos, serán alegres y, sobre todo, fiándose de sus padres, siguiendo el ejemplo de sus padres, obedecerán.
Si los padres han sabido concretar afablemente unas normas y una exigencia, y unas rutinas básicas, yendo ellos por delante, los niños se sentirán inclinados a agradar a los padres y a hacer las cosas bien. Y aprenderán a auto-regularse, y serán respetuosos con sus padres y además, muy importante, serán estudiosos y buenos lectores. Lectores si los padres leen.
Un paso más: si los padres son buenos modelos en el consumo de pantallas podrán exigirles a sus hijos una dieta de pantallas austera.
Sin embargo hay padres que creen que en casa se puede improvisar. Van a salto de mata. Cansados y estresados atienden poco las demandas de sus hijos. Es más, a veces parece que los hijos les molestan, que son una carga.
Un objetivo, cuando llega el fin de semana, es “colocar” a los niños para que los padres puedan salir a pasarlo bien. De vez en cuando es bueno salir por ahí los padres, pero no siempre, no cada fin de semana. Parece que para estos padres estar en casa es un tormento.
Y es que los niños se sienten desatendidos, descuidados, poco reconocidos y quieren llamar la atención de sus padres. Entonces se portan mal, y se quejan. Y dicen que sus padres no les quieren. Los padres sí les quieren pero a su estilo. Estilo descuidado. Y la casa es un caos.
En el mundo anglosajón, académicamente, se habla de los household chaos (hogares caóticos) como un problema de nuestros días, de nuestro tiempo frenético. Estos padres cuando se encuentran con familias que funcionan, que disfrutan con los hijos, donde los hijos son tranquilos y sonrientes, les dicen a estos padres: “¡Qué suerte habéis tenido!”.
No es suerte, es trabajo, es confianza, es el ejemplo cariñoso, es amor en acción. Amar a los hijos es estar por ellos y hoy muchas familias se los quitan de encima de un modo escandaloso. Y cuando están en casa los enchufan a las pantallas. Son padres que están tensos y transmiten esta tensión a los niños. Los estresan con su incapacidad de atenderlos.
Y los niños, desorientados, sufren, gritan y hasta insultan a sus padres. ¿Quizá han sido los niños insultados primero? Además los padres discuten entre sí y entonces los hijos ya no saben qué hacer. Son padres anti-líderes.
A veces no somos buenos jefes en casa y nuestros trabajadores se quejan. Y la empresa familiar no produce paz, ni educación, ni descanso.