Las pequeñas empresas son el verdadero motor del desarrollo, pero encuentran muchísimas trabas sobre todo en América Latina
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Las revistas de información económica suelen centrarse en el desempeño que realizan las grandes empresas como fuente principal económica de cualquier país.
Es cierto que las empresas multinacionales disponen de cifras de negocio que no sólo hacen que sean relevantes sus movimientos para la economía de un país; aún más, trascienden a niveles entre países y consiguen que hasta éstos tengan que competir entre ellos fiscalmente para tener su localización.
Pero esta desmesurada focalización se basa más en la capacidad de influencia en los focos de poder que en el volumen o importancia de generación de riqueza social.
Cualquier movimiento interno, negociación entre familias con suficiente porcentaje de capital o influencia política desplaza el foco de atención de lo meramente económico a una indefinición que situaría a la prensa salmón en un tono más de tipo prensa rosa.
Si atendemos a la importancia real y directa de la economía real ese foco sobredimensionado resta relevancia a la importancia directa de las Pequeñas y Medianas empresas (PyMEs).
Sobre ellas no habrá una atención mediática tan grande pero su efecto sobre la economía no es nada desdeñable. Sólo cobra relevancia en tanto que en los procesos electorales se pretende capturar el voto de los autónomos y los políticos de repente se acuerdan de ellas.
En primer lugar, de acuerdo con los datos de Eurostat, en Europa, representan un 99.8%, un total de 23.5 millones de empresas. Estas empresas aportan alrededor de 66.5 millones de empleos lo que se traduce en dos de cada tres empleos de la Unión Europea y un 56.5% del Valor Añadido, es decir, más de la mitad del valor que se produce en la Unión.
Además, la atomización es importante ya que las Microempresas, de menos de 10 empleados, son un 92.8% del total de empresas y la media de trabajadores por empresa desciende a sólo 4 empleados contando con el propietario de la misma.
Esta atomización es muy relevante en tanto que un gran número de competidores en el mercado implica mayor competencia y eso se traduce en un mayor excedente social, al contrario con lo que sucede con los monopolios.
En América Latina también sucede que la gran mayoría de empresas, un 99.5% son PyMEs, un 88.4% son microempresas. Estas PyMEs emplean al 61.1% del empleo total mientras que producen un 24.6% del Valor añadido total.
Los estudios de la productividad de las PyMEs revelan las diferencias significativas entre Europa y América Latina, las europeas doblan en productividad a las latinoamericanas y cuando se trata de microempresas incluso las septuplican.
Uno de los motivos que se estudian al respecto de estas diferencias son las mayores trabas burocráticas que los gobiernos latinoamericanos impondrían a las PyMEs.
En términos generales, las PyMEs emplean a más del 95% de la población en los países desarrollados y en vías de desarrollo y producen más de la mitad de su valor añadido, siendo factor fundamental en el desarrollo de países con economías emergentes.
Dado su tamaño y dificultad para acceder a los mercados internacionales suelen tener que afrontar tipos de interés mayores para su financiación y a la postre acaban siendo el colchón para el ciclo económico, en momentos de auge aumentan rápidamente y en momentos de crisis se destruyen a mayor velocidad.
A pesar de su importancia, del volumen de trabajo y de riqueza que generan, tienen que lidiar con mayores dificultades financieras y de internacionalización, que los gobiernos y partidos políticos sólo las tengan en cuenta en los momentos de campaña electoral y a la postre con estar invisibilizadas por las grandes multinacionales que a su vez sí disponen del favor financiero y político. Tal vez deberíamos comenzar a valorar un poco más a las PyMEs que tenemos cerca.
