El tiempo pasado, presente y futuro engarzados cumplen una fecunda función
Fue un pequeño dolor lo que me hizo descubrir un pequeño bulto en el cuello, luego unos exámenes y el fatídico diagnóstico: ¡cáncer! Acababa de cumplir cuarenta años.
Me encontraba en la cumbre de los éxitos humanos, y de pronto, con una mirada frontal hacia la muerte ante lo que parecía el innegable hecho de la finitud de mi existencia, ya que el pronóstico de vida era de solo unos meses.
¿Qué sentido podría darle a ese tiempo…? ¿Pasarla bien…? ¿Terminar un proyecto…? ¿Hacer algún viaje…? Fue esto último… un viaje, sí, pero al centro de mí mismo.
Entonces me decidí a iniciar un tratamiento agresivo que absorbería mis últimas fuerzas, en lo que sería un doloroso intento por prolongar mi vida esperando un milagro. Lo haría valorando intensamente cada instante presente para encontrar su mejor sentido.
El milagro se dio, y contra todo pronóstico, mi enfermedad entró en remisión. Recibí un plazo de unos años para descartar definitivamente su maligno rebrote.
Así que me encontré con un nuevo espacio de tiempo y una nueva sensibilidad para aprovecharlo, empezando por reconocer que había cosas delicadas que enmendar en mi vida.
Eso me hizo comprender que el tiempo pasado, presente y futuro engarzados cumplen una fecunda función.
Sobre el pasado
No es verdad que lo mejor del pasado es que ya pasó, o que tiempos pasados fueron mejores.
Ciertamente la caducidad del pasado ya no permite realizar valores. Sin embargo, es un tiempo con capacidad de activar o encauzar las acciones del presente.
¡En cuántas ocasiones los recuerdos, las experiencias, las frustraciones activan o inhiben, superan o rebajan nuestras acciones en el tiempo presente!
Por ello, no se trata de arrancar diaria y melancólicamente las hojas del calendario viendo cómo se achica, sino de hacerlo viendo en el pasado un depósito de experiencia sobre lo que hicimos bien y lo que hicimos mal, para encontrar lo que podemos hacer mejor en el aquí y ahora.
Mientras esa sea nuestra lucha, a pesar de lo que han sido nuestros errores, nada nos debe quitar la paz, aun cuando queden cicatrices permanentes como heridas recibidas en batalla.
Batallas donde nos hemos levantado para seguir luchando con más humildad y conocimiento de nuestras flaquezas.
Y si ha habido testigos de nuestras faltas y errores, podrán serlo también de nuestras luchas y virtudes.
Sobre el futuro
La incertidumbre del tiempo futuro no garantiza realizar valores o lograr consumar el sentido de nuestra existencia, que no sabemos si llegará.
Sin embargo, el futuro cumple la función de despertar los sueños que potencian las acciones del tiempo presente por adversas que puedan ser las circunstancias.
Tristemente algunas personas esperan a que las cosas cambien para que llegue la ilusión a sus vidas.
Así se dejan pasar oportunidades, mientras que el tiempo quita imperceptiblemente las energías físicas, mentales y espirituales dejando morir los propios sueños.
Sobre el tiempo presente
El tiempo que realmente existe es el presente, y solo en el presente y desde el presente el hombre puede realizar valores y convertirlos en sentido de su vida.
Y esto es aplicable a toda nuestra existencia: nuestro trabajo, nuestros amores, nuestras humanas ilusiones y, sobre todo, a la bravura con que hemos logrado soportar el sufrimiento físico y moral aceptándolos como una forma de purificación.
Un instante nuevo permite reafirmar, corregir, enmendar cualquier error por grave que haya sido recobrando el sentido de toda una vida cambiándonos a nosotros mismos.
Es así que podemos engarzar el pasado y el presente, con un futuro en el que inevitablemente nos espera la muerte, que podemos recibir en paz habiendo vivido en la dirección correcta.
Sobre el final de la vida
Como no vivimos para morir, sino para vivir más, nuestro tiempo en la tierra es por lo tanto tiempo de merecer.
Qué absurdo cuando nos comportamos como si fuéramos inmortales, lo que nos lleva a cometer errores como:
- No urgirnos a la acción inmediata, como si con seguridad fuéramos a disponer de un nuevo tiempo para para realizar valores, pensando que siempre habrá un mejor momento para llevarlos a cabo.
- Dejar de valorar el tiempo presente y la belleza de una vida serena conquistada desde de nuestra intimidad.
- No corregir responsablemente, hoy mismo, lo que sabemos que ha sido el mal en nuestras vidas.
Cuando me dieron el diagnóstico, sentí como si estuviera viendo la esquela de mi propia defunción desde una dimensión que me hizo comprender que en el momento mismo de la muerte se decide una eternidad.
Y que en ese momento el arrepentimiento de una vida equivocada puede encontrar lugar, y ser un instante infinitamente pequeño que Dios hace posible fomentando en nosotros la esperanza.
Ese y no otro es el mayor valor de cada instante mientras vivimos.
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