Denis Sonet (1926-2015), gran especialista en cuestiones del amor, respondía a la dolorosa pregunta de esta mujer: “Es simple: ya no amo a mi marido. Me siento culpable, pero es así, no puedo evitarlo. ¿El amor puede renacer?”¿Hay sufrimiento mayor en la pareja que el de percatarse de que uno de los cónyuges ha dejado de amar al otro? Sufrimiento horrible para el que intenta en vano despertar un amor marchito. Sufrimiento para quien ha dejado de querer, que es a menudo el primero que sufre por su desamor y su impotencia por recuperar un sentimiento perdido.
Identificar las causas posibles del desamor
Para empezar, quizás sea oportuno hacer una lista de las posibles causas de esta crisis en la pareja. Son múltiples y, con frecuencia, acumulativas. La ausencia de amor el día de la boda: se realizó un matrimonio de conveniencia esperando que el amor llegara en el camino. ¡En vano! La pérdida de admiración hacia el cónyuge: explicable, claro, si ha habido un comportamiento reprobable de especial gravedad.
Pero es algo que aparece también en la pareja cuando termina la fase de idealización del amor principiante. ¡Había tanta ensoñación! Tanto se proyectaron sobre el amado todas las cualidades esperadas del esposo perfecto que era inevitable pasar por cierta desilusión. Sin embargo, es difícil volver a amar a alguien con quien ya no es posible fantasear.
Se puede percibir también el estancamiento en la rutina, en el aburrimiento mortal, cosa que hace que, en la monotonía del día a día, el cónyuge pierda su aura, su encanto, su atractivo. Otra causa puede ser una inversión afectiva demasiado intensa en un tercero: en un hijo, por ejemplo, que puede atraer hacia sí todo el cariño de una madre; o en un amigo actual o del pasado con quien quizás haya un vínculo inconsciente, platónico, pero muy profundo.
La expectativa de un cónyuge perfecto, de esa persona maravillosa e ideal que, un día, sin duda se cruzará en nuestro camino. La caída del deseo sexual (por múltiples razones), que puede hacer creer que el amor ha desaparecido porque la pasión ya no se siente como antes. Las razones pueden ser muchas.
¿Un amor puede nacer de la nada o renacer de las cenizas?
Incluso si la causa identificada de la desafección puede arrojar luz sobre el problema, no puede evitar la difícil pregunta, si es que la hay: ¿un amor puede nacer de la nada o renacer de las cenizas? Una pregunta que puede parecer sin respuesta si pensamos que el amor no surge a voluntad, que no existe ningún filtro que lo haga aparecer, que en todo amor hay una parte irracional, misteriosa, “bohemia”, que se niega a obedecer las órdenes de la mejor de las razones.
El amor no se impone
De modo que, como el amor no se impone (y Dios mismo no lo impuso a las personas, ¡de ahí todo el drama humano!), la única vía posible quizás esté en buscar las condiciones en las que el amor pueda, tal vez, florecer. Y la primera condición es dejar de soñar. Mientras exista en el subconsciente la esperanza de que se cruce en nuestro camino algún día un príncipe azul (conocido o esperado), la necesidad de amar que hay en todos los corazones no puede transferirse al matrimonio.
Es indispensable que nos despojemos de las fantasías y así estar disponibles al arraigo de un amor real hacia el cónyuge. Imaginemos a dos náufragos que se encuentran solos durante veinte años en una isla desierta: ¡es probable que surja un apego mutuo por falta de elección! Esto demuestra que, en ciertas circunstancias, podemos amar a cualquiera, ¡incluso al cónyuge!
La segunda condición es no sentirse “forzado” a amar. El amor únicamente brota de la libertad. Cuanta más presión ejerza el no amado para despertar el amor, más tiempo se hará esperar el amor. ¿La tercera condición? Un mejor análisis de lo que realmente es el amor. El amor no es solamente atracción, sino también la voluntad de amar. No hay que confundir el amor adolescente, que hace predominar los sentimientos, con el amor adulto, que hace predominar los actos.
¿En qué momento siente más amor el cónyuge? ¿Cuándo muestra un vínculo espontáneo (e interesado) hacia el otro? ¿O cuando hace el esfuerzo de hablar para responder a la petición de explicaciones de la pareja cuando él mismo no siente la necesidad de hacerlo? Bien es cierto que el sentimiento es esencial, pero, precisamente, puede surgir de lo hondo de una bella generosidad. Una “voluntad de amar” generosa y espontánea puede encaminar a la pareja al dominio de la ternura y luego, por qué no, a un amor renovado y seguramente más maduro, más verdadero.
Por último, la cuarta condición: en el amor, especialmente para las mujeres que necesitan admiración, la comunicación recuperada puede permitir el redescubrimiento de tesoros enterrados en el corazón del otro. Una verdadera comunicación, que no sea palabrería de adorno, sino una expresión de los propios sentimientos y de lo mejor que hay en lo más profundo de uno mismo, es la revelación de lo maravilloso de esa persona.
Toda persona es un universo
Toda persona (¡incluyendo tu marido!) es un universo infinito. Una vida no basta para conocerla del todo, ¡haría falta una eternidad! Qué bueno sería que cada cónyuge se convenciera de que vive al lado de un tesoro (por desgracia, a menudo encerrado detrás de una cáscara de pudor), un tesoro que debe ser descubierto y abierto por el “sésamo” de la comunicación.
Denis Sonet