Expectativas, esperanzas y temores ante la presidencia del mandatario más joven de América LatinaEste sábado 1 de junio El Salvador ha visto, entre sorprendido, temeroso y esperanzado la llegada al poder de un joven de 37 años, nacido después del asesinato de San Romero y del inicio de la guerra civil que durante su infancia ensangrentó al pequeño país centroamericano.
Nayib Bukele, el “tsunami” Bukele” como se le ha dado en llamar a este hijo de un constructor de mezquitas de origen palestino que, en una carrera meteórica, ha logrado romper el bipartidismo que provenía desde que en 1992 se firmaron los acuerdos de Chapultepec y se dio por terminada la fase armada de la guerra civil que dejó 75.000 o más muertos: el de ARENA y los antiguos guerrilleros del FMLN.
La expectativa de este empresario y ex alcalde de la capital salvadoreña está bien favorecida por sus constantes exabruptos por el Twiter y por la ausencia de un proyecto concreto para convertir a El Salvador en algo más que un expulsor de migrantes a Estados Unidos, un territorio dominado por las pandillas y uno de los países más letales del continente americano.
Los expertos en política salvadoreña, en efecto, han planteado al menos cinco problemas específicos que habrá de combatir, negociar y vencer Bukele si, en verdad, quiere hacer –como lo ha dicho—un país “vigoroso y pujante”: la violencia en primerísimo lugar, seguida por la corrupción, la pobreza, la falta de inversión y el hecho que tendrá una asamblea legislativa en su contra
La ceremonia de toma de posesión del presidente más joven de la actualidad latinoamericana contó con la presencia de 83 delegaciones extranjeras. En ella, Bukele, cuyo período constitucional es de cinco años, resalto que El Salvador “es como un niño enfermo, nos toca a todos cuidarlo, tomar un poco de medicina amarga, sufrir todos, tener un poco de dolor y sacar adelante a nuestro niño que es nuestro país El Salvador. Sí habrán momentos difíciles, pero espero que me acompañen a tomar esas decisiones con valentía”.
Si bien el mensaje careció de programas concretos y acciones de gobierno, estuvo cuajado de guiños –algunos dirán que populistas—como el que arrancó el aplauso de la multitud invitada a su toma de posesión: “En primer lugar, quiero saludar a los invitados especiales que nos acompañan hoy. Me refiero a cada uno de los salvadoreños que están aquí. En otras épocas ustedes no habrían podido estar en este evento. Esa fue mi primera decisión como presidente electo, que ustedes estuvieran conmigo en esta plaza”, refiriéndose a la Plaza Gerardo Barrios, frente a Palacio Nacional.
Bukele concluyó su discurso, en el que se comprometió a dejar atrás la “pos guerra, el bipartidismo y la impunidad”, haciendo jurar a los salvadoreños asistentes, a mano alzada, el comprometerse con él “a defender lo conquistado el 3 de febrero (cuando ganó las elecciones en primera vuelta con 53 por ciento de los votos), a cambiar el país contra todo obstáculo, contra todo individuo y contra toda barrera, contra todo muro, nadie se interpondrá entre Dios y su pueblo”.
Al final, lo que quedó flotando en la mente de los salvadoreños fue lo que su nuevo presidente, chaqueta azul marino, camisa blanca desabotonada y barba recortada, habría querido decir con la “medicina amarga” que tendrá que tomar un pueblo que ya la ha ingerido a borbotones. Pero, también, quedó la esperanza de que el “tsunami Bukele” se lleve décadas de malas gestiones y corrupción de los gobiernos salvadoreños en la era de la democracia.