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Gerry Weill, “El Maestro del Jazz”: “Estoy alegre porque estoy vivo”

GERRY WEIL
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Macky Arenas - Aleteia Venezuela - publicado el 03/06/19
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Declara que Venezuela lo enseñó a vivir la vida en color y hoy la sana con su piano

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Le dicen el “Niño del Jazz” aunque pasa los 80. Él dice, con esa humildad que lo caracteriza –a pesar de ser uno de los grandes- que el mote se debe a una actitud que mantiene ante la vida. “Creo que todo ser humano es un eterno niño. Quién puede decir en qué momento dejó de serlo? Yo trato de mantener ese niño, consciente y presente”.

Como él mismo lo afirma, siendo músico no es difícil puesto que la música es un juego. En inglés no se dice “tocar música”, sino “play music”, es decir, jugar a la música. “Siendo niño juego permanentemente con este maravilloso arte, que es para niños de todas las edades así que, si me consideran niño, sepan que estoy alegre”.

Su encuentro con el Jazz se produjo al terminar la II Guerra Mundial. Corría el año 1945 y el niño que sigue siendo ahora tenía seis años de edad. La guerra había finalizado pero había hambre, desolación, destrucción y ruinas…pero había música!

 

GERRY WEIL

gerryweil.com

 

“Yo vivía en Austria, en Viena donde había nacido, y poco a poco se fue recuperando y había conciertos en los parques. El jazz entró con las tropas norteamericanas que vinieron a liberarnos de aquél tirano que fue Adolfo Hitler. Hubo un momento mágico, estando yo a lado de un río en Salzburgo donde me encontraba refugiado, había  un puente donde siempre se veía a soldados alemanes vigilando pero también un tanque norteamericano. Para mí fue una gran impresión ver, por primera vez en mi vida, a un hombre de color saliendo de ese tanque. Ellos tenían un radio al que a veces sacaban la antena y de allí salía un sonido que me pareció maravilloso: era Glenn Miller con su banda  de jazz: “Pipiripi ripi piripi piripi”, tararea Gerry un top-ten de Miller.

Y ese niño, de pantalones cortos, dijo: “Pero qué cosa tan bonita!. No había comida, no había nada, pero quedé extasiado, allí me enamoré del Jazz hasta el día de hoy”. Y, divertido, aclara: “El único otro amor que me ha durado tanto es el de mi esposa”.

En ese momento fue cuando Gerry Weill decidió ser jazzista. Considera una dicha, no solo ser músico, sino ser músico de jazz. Lleva 63 años viviendo en Venezuela, aunque constantemente lo solicitan, no solo de su Austria natal, sino de todas partes del mundo para conciertos y presentaciones. Gerry es un ser sorprendente, un Maestro de dotes admirables, responsable de la formación de tantos jazzistas venezolanos que van por el mundo embelesando auditorios.

Gerry  derrocha optimismo y tiene una energía solo comparable a su inagotable estado de alborozo y contento. Todo ello, a pesar de que su vida no fue precisamente un lecho de rosas. Pero Gerry se ha defendido con su espíritu indomable, su fe inquebrantable y una simpatía que conquista a todos y que cautivó sin remedio a Omaira, su esposa venezolana con la cual está por cumplir 50 años  de hermosa convivencia.

Llegó al país caribeño en 1957, contando tan solo 17 años de edad. “En  Viena querían ponerme en el servicio militar y yo, hastiado de guerras, me negué en redondo. Yo vivía con mi abuela, con quien mamá me había dejado para irse a América a buscar mejor vida con su segundo marido, un italiano inmigrante. Mi abuela declaró no poder más conmigo, así que vine a Venezuela con mamá”.

El joven Gerry salió de Génova en un barco, pasó por República Dominicana y finalmente llegaron a Caracas. “Cuando me bajé del barco en el puerto de La Guaira y observé este país tan colorido, su mar – a pesar de que de mar ya tenía una sobredosis- mi sensación fue indescriptible. Era como si toda la primera parte de mi vida hubiera transcurrido en blanco y negro y, de repente, llegar a Venezuela fue como empezar a ver en tecnicolor. Yo, muy blanco y de ojos azules, al ver esas bellas morenas que pasaban ante mí, me dije: Aquí me quedo!” . Y así fue, hasta hoy.

Aquella  Caracas era luminosa, llena de  sana diversión, donde las familias podían dormir con las puertas de las casas abiertas pues el respeto era la norma de convivencia. El clima era privilegiado, la “ciudad de la eterna primavera” y Gerry cuenta cómo se ganó la vida: “Fui portero en Puerto Azul –conocido club de playa- y allí descubrí que habían traído un piano de cola para uno de los restaurantes y comencé a practicar piano”.

 

 

Fue también en Venezuela donde estudió música formalmente. Lo contrataron para tocar durante los almuerzos en el club y aún hoy sigue deleitándolos con sus conciertos en el mismo piano con que comenzó. Lo cuenta con orgullo.  Actualmente, Gerry es socio y acude a la playa con frecuencia. “El mar me recupera de operaciones y lesiones” pero su férrea voluntad y su entusiasmo por todo y por todos es lo que, en verdad, hace le milagro.

 

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Cuando le preguntamos sobre los hechos que marcaron su trayectoria en Venezuela, se apresura a decir: “Cuando conocí a mi esposa, con la que estoy a punto de bodas de oro. Ella es venezolana y oriental”. Los orientales son jocosos y musicales. Ella lo secunda, lo asiste y completa la animación de su vida.

Como jazzista se formó en los distintos clubs nocturnos que abundaban en Caracas. Otra etapa se abría en su vida, la de jazzista profesional, tocando cada día y ensayando por horas con tríos musicales que fueron desarrollando la innata capacidad de improvisar que tenía Gerry, fundamental para el género.

 

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“La música –dice- es mi pasión, pero sobre todo el jazz por ser una música de improvisación. Cada vez inventas cosas nuevas y puedes tocar la misma pieza de manera diferente. Es muy refrescante, nada rígido. Yo toco clásicos, por ejemplo, Bach, pero allí debo ceñirme. El jazz es muy libre”.

No había mucho Jazz en el país en aquellas épocas, así que se puede decir que la historia de Gerry Weill  es la historia del Jazz en Venezuela. “Había conciertos aislados de Jazz, pero recuerdo que vi en Caracas en 1957, por primera vez, a Louis Amstrong en concierto, lo cual fue una cosa extraordinaria. También vi a Duke Ellington; han traído a Phil Evans muchas veces. Pero, en estos momento, admiro del Jazz la presencia de tantos músicos talentosos  venezolanos que hoy se destacan en Nueva York, Los Angeles, Miami  y Europa”.

Muchos de esos músicos criollos se han ido para abrirse camino fuera y Gerry celebra esos éxitos. Pero él tiene otra idea: “Cuando usted valora este país y sus bondades, la idea de irse no pasa por la mente. En Austria, el último invierno provocó 30 inches de nieve. Son metros de nieve que hay que palear para salir de casa. Aquí, esto es un eterno paraíso”.

 

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El maestro Weill enfatiza su agradecimiento con un golpecito en el lado izquierdo de su pecho: “A Venezuela la llevo en el corazón!”. Compositor, pianista, arreglista y educador, se ha dedicado en los últimos años a lo que cree su otra pasión, la enseñanza. He formado muchos músicos y mi gran satisfacción es que, hoy por hoy, están volando mucho más alto que yo”. Viaja y enseña, da clases por internet para quienes viven fuera de Venezuela. Tiene alumnos en Madrid, en París, en Winconsin, en Miami y su mayor orgullo es que se vayan haciendo un buen nombre en el mundo del Jazz.

Incansable, promete un nuevo disco que grabó en Viena en Octubre pasado y que está en los “hornos” de la postproducción.

Gerry Weill, aparte de un reconocido genio musical, es un testimonio de vida, un ejemplo de esfuerzo, de amor por Venezuela -su patria adoptiva- y una vitrina de resiliencia, de compromiso y de lealtad a un país que le dio todo y que hoy sufre. Guerry comparte ese sufrimiento y lo alivia con su piano, esparciendo por doquier la contagiosa y sanadora alegría de las notas del jazz.

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