Agazapado, monstruoso y tentador, el demonio aparece en dos ocasiones en el templo. Fue el mismo Gaudí quien decidió cómo y dónde debía mostrarseEntre las piezas del templo de la Sagrada Familia (Barcelona) que construyó en vida el propio Gaudí, su arquitecto, está el Portal del Rosario. Es el punto de arranque de un claustro singular, que todavía hoy se encuentra en obras, y se le llama también “la capilla de las tentaciones”. Este sobrenombre tiene su explicación.
El visitante se sitúa frente a una puerta presidida por una imagen de la Virgen del Rosario, con santo Domingo de Guzmán y santa Catalina de Siena a uno y otro lado. Los dos santos son conocidos por su devoción al rezo del santo Rosario.
Las tentaciones esculpidas en la piedra
Qué duda cabe que, en la tradición católica, el santo rosario es una de las oraciones más preciadas, ya que incluso ha sido la misma Virgen quien, en sus apariciones, ha pedido a los fieles que lo recen: Fátima, Lourdes… También los teólogos han fijado en Santa María el auxilio que nunca falla contra las tentaciones de todo tipo.
Gaudí, al concebir este portal, quiso mostrar tanto la imagen de la Virgen como la piedad de las personas que, ante la tentación del diablo, acuden con confianza a la Madre de Dios.
¿Dónde localizamos las figuras de los que rezan a la Virgen? Si ampliamos la mirada al Portal del Rosario, a derecha e izquierda del arco que lo enmarca, encontraremos dos pequeñas esculturas (de poco más de 50 centímetros) como suspendidas en el aire. Son dos orantes, una adolescente y un chico joven. Ambos tienen la mirada fija en la Virgen, como probando que ella es el refugio de los pecadores.
La figura del diablo
Gaudí quiso esculpir las tentaciones de una forma muy gráfica en la piedra, de modo que no hablaba en abstracto sino que mostraba su origen: el diablo.
Para la escultura del joven, le dio imagen de un obrero de finales del XIX, con espardeñas (alpargatas), camisa amplia y faja. Era como iban los trabajadores de la época, en una Barcelona convulsa y llena de injusticias sociales, que sufría la agitación anarquista y de movimientos sindicales violentos.
Pegado a él, hay un lagarto que representa el mal, el demonio. Está con la boca abierta, comunicando al joven lo que le aconseja hacer: tirar una bomba que lo destruya todo para que cambien las condiciones sociales. Es la tentación del poder (“así cambiará la sociedad”), de la violencia. Es la “solución fácil y rápida”.
El escultor Etsuro Sotoo, quien se encargó de la restauración de esta parte de la Sagrada Familia que había quedado muy dañada a causa de la guerra civil, quiso ser fiel al original de Gaudí y trató de interpretar su pensamiento, qué nos había querido transmitir el arquitecto. “Mi idea es que Gaudí invita a hacerse preguntas sobre el bien y el mal”, afirma.
La misma bomba del Liceo
A Gaudí la violencia le acaba de tocar de cerca. El 7 de noviembre de 1893, un anarquista lanzó dos bombas Orsini en el Gran Teatro del Liceo en plena función y con el patio de butacas lleno. Murieron veinte personas en el atentado y muchas de ellas eran de la familia Moreu. Joan Moreu, un importante empresario, había invitado a sus parientes al Liceo pocos días antes de la boda de su hija. La noticia conmocionó a toda la ciudad, pero especialmente a Gaudí ya que él había estado (y tal vez lo seguía estando) enamorado de Pepita Moreu, prima de la novia.
En la escultura, el diablo ofrece al joven una bomba Orsini, pero este no llega a cogerla. Solo la toca con el dedo meñique y se mantiene mirando a la Virgen, como preguntándole -según interpreta Sotoo- qué debe hacer.
Al otro lado del portal, la otra escultura presenta a una muchacha de rodillas, con un vestido de pobre de la época (finales del XIX). La tentación, en este caso, es el dinero, y aparece plasmada en una bolsa de Judas llena. Quien se la ofrece es de nuevo el demonio, que esta vez adquiere forma de pez.
El lagarto y el pez nos recuerdan que el demonio adquiere múltiples “rostros” según la tentación de cada momento. Siempre es horrible (el pez es monstruoso), pero ofrece algo que resulta valioso para la niña y, de nuevo, se sugiere como algo necesario, que le remediará los males del momento. Tal vez ese dinero ganado de forma rápida lo sea gracias a la prostitución o el robo. Resulta patente que la niña necesita medios económicos, pero no deja de acudir a la Virgen para no caer en esa tentación.
Qué nos enseña Gaudí
La lección de Gaudí es clara:
- El demonio existe y es inteligente a la hora de tendernos trampas que nos aparten de Dios.
- Las tentaciones existen y no nos faltarán nunca; esas tentaciones se presentan como remedio y solución inminente.
- La Virgen es camino seguro, defensa y protección contra las tentaciones del diablo.
- El santo rosario es el “arma poderosa” que nos une a la Virgen.
Sotoo explica que al mostrarnos estas imágenes, Gaudí también habla de la libertad de los hijos de Dios para escoger entre el bien y el mal.
Cuatro figuras del Antiguo Testamento
Frente a las esculturas de los que acuden a la Virgen hay cuatro figuras del Antiguo Testamento. Fueron escogidas por Gaudí como signo de la fragilidad humana, del pecado y del perdón de Dios.
Por una parte, vemos a los reyes David y Salomón.
David, pese a ser elegido por Dios, cometió adulterio con Betsabé e hizo que mataran al marido de esta, Urías. Se arrepintió e hizo penitencia pública.
En el caso de Salomón, su segundo hijo y sucesor en el trono de Israel, gobernó con sabiduría muchos años pero cayó luego en la idolatría, el lujo y el desenfreno. Se arrepintió y al final de sus días escribió el Libro del Eclesiastés para prevenir a otros: “Vanidad de vanidades, y todo es vanidad” es la cita más conocida de este libro de la Biblia.
Además de estos reyes, están esculpidos dos patriarcas: Isaac y Jacob. En su caso, Jacob hizo que su hermano Esaú le vendiera la primogenitura a cambio de un plato de lentejas. Junto con su madre (Rebeca), ingenió un plan con el que engañó a su anciano padre Isaac para lograr de él la bendición.
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