Si entendéis este problema, podréis evitar muchos conflictos desde el principio
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Si os pidieran que nombrarais un problema que con toda probabilidad podría hacer fracasar un matrimonio, podríais aventurar una suposición de entre múltiples asuntos: mala comunicación, dinero, sexo o distanciamiento de la pareja. Los estudios muestran que, si mencionasteis alguna de estas razones, no vais mal encaminados. Al menos, tendríais razón en parte.
Sin embargo, esos problemas no son exactamente la causa de la ruptura. Son síntomas de un problema más profundo.
Lo sé porque, como pastor, aconsejo regularmente a parejas que se están preparando para el matrimonio, así como a parejas que están pasando por un bache. En las sesiones prematrimoniales, pasamos mucho tiempo hablando de potenciales áreas problemáticas. Hablamos de dinero, sexo y una comunicación sana. Hablamos de la importancia de rezar juntos, de aprender a negociar quién hace una u otra tarea del hogar, y de la preparación para la posible llegada de un hijo a la familia algún día. Hablamos de todo.
Lo que dejo muy claro durante nuestras charlas es que, independientemente de cuánto hablemos y anticipemos las habilidades necesarias para construir un matrimonio exitoso, ninguna pareja puede estar totalmente preparada. Es una ayuda enorme saber anticiparse y solventar un potencial desacuerdo antes de que suceda, pero no siempre podemos predecir qué iniciará una discusión.
No obstante, las cuestiones profundas no surgen de si los regalos deberían abrirse en la noche de Reyes o por la mañana ni en cómo va a gestionarse el dinero, tampoco siquiera en cómo se solucionan los conflictos. Las preguntas realmente importantes son: ¿Por qué tenéis discusiones? ¿Cuándo y por qué os sentís insatisfechos con vuestro matrimonio? ¿Qué hace que dos personas pierdan el compromiso mutuo? La respuesta a estas preguntas suele ser la misma: expectativas incumplidas. Es el mayor motivo de dificultades en un matrimonio, a menudo pasado por alto.
Pongamos que, como mi mujer es una criatura celestial que me quiere y me prepara comidas deliciosas, yo llego a esperar que todas las noches cuando llegue a casa de trabajar ella me recibirá con una cena de postín. Supongamos luego que después tenemos hijos que han cambiado del todo nuestro horario diario o que mi esposa ha tenido que hacer una gestión inesperada o que ha perdido la noción del tiempo o que sencillamente se ha ido a visitar a un amigo a la hora de cenar. No tengo cena preparada y tengo que rebuscar entre sobras de otro día. Y aquí está el meollo de la cuestión… Yo nunca fui merecedor de esa comida y no tengo derecho a esperar que esté servida. Ella lo prepara porque me quiere, pero, si no lo hace, no es motivo para que me moleste, porque siempre fue un regalo, un acto de amor. Mi esposa no es mi chef personal contratada.
Falsas expectativas
Sin embargo, es muy común que en el matrimonio conjuremos falsas expectativas y luego caigamos en una insatisfacción ilusoria cuando no se cumplen. Hay innumerables ejemplos. Pensé que el matrimonio iba a ser esto pero resultó siendo aquello. Pensé que mi cónyuge colmaría todas mis necesidades, pero resulta que él o ella no puede.
Tampoco se trata de no tener ninguna expectativa del matrimonio, pero deberían ser esperanzas realistas y sanas. El matrimonio aporta felicidad y satisfacción y deberíamos esperar que sea una unión hermosa que madure y crezca cada vez con más amor a lo largo del tiempo, pero si esperamos que sea como Romeo y Julieta, bueno, ya sabemos cómo acabó aquello. Habrá problemas de dinero. Los hijos causarán estrés. Surgirán discusiones. Y tendremos que recordar: Mi cónyuge no es perfecto/a. Mi cónyuge me decepcionará en algún momento. Mi cónyuge no siempre me entenderá. Quizás mi cónyuge nunca cambie ese hábito tan molesto.
No esperamos que el otro sea perfecto
Sinceramente, no pienso mucho en los raros casos en los que mi propia esposa no cumple con mis expectativas. [En caso de que os lo estéis preguntando, soy converso y ahora un sacerdote católico casado]. Me preocupo mucho más por el escenario opuesto. En nuestros 18 años juntos, no sabría por dónde comenzar a explicar la de veces que la he decepcionado. Claro que puedo mirar atrás, hacer una lista de los errores que he cometido y publicarlos en Internet para que los vea el mundo entero. Para empezar, he sido egoísta, irritable y poco razonable. Sin embargo, no puedo detallar las incontables veces en que ni siquiera me he percatado de mi error.
Quizás no logré decir lo apropiado cuando ella lo necesitaba o no me percaté de que había tenido un mal día y no le ofrecí consuelo. Sospecho que la he hecho feliz, pero sin duda no perfectamente feliz, y que he sido un buen marido y padre, lo mejor que puedo ser, aunque, por alguna misteriosa razón en mi hondo ser, no he sido lo bastante bueno. La cuestión es que mis defectos no hacen de nuestro matrimonio un fracaso. No esperamos que el otro sea perfecto.
La oportunidad de mejorar juntos
La asunción más peligrosa que podemos hacer al entrar en el matrimonio es que el cónyuge lo solucionará todo, colmará todas las necesidades emocionales y nunca jamás será otra cosa de lo que se le necesita exactamente en cada momento. Somos seres humanos y nos decepcionamos mutuamente. En el matrimonio, nos comprometemos a una relación real y viva en todo su glorioso desbarajuste. Por eso es algo fantástico. Dos personas tienen la oportunidad de cambiar y crecer juntas, de caer en la gravedad del amor y girar alrededor del otro como la Tierra y la Luna. Un marido y una esposa son dos satélites en órbita y cada momento es un baile cósmico.
Así que, ¿qué expectativa razonable deberíamos tener del matrimonio? Que sea una gloriosa aventura juntos hasta que la muerte nos separe.