El autor de famosas melodías románticas como Espumas y Llamarada también compuso canciones sobre violencia, desplazamiento, justicia social, reconciliación y medio ambiente
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Jorge Augusto Villamil Cordovez —médico de profesión y músico por vocación— hizo canciones memorables que millares de colombianos recuerdan e interpretan con pasión. Sería interminable hablar de sus obras de amor y desamor, las crónicas a regiones de su país y el humor en creaciones folclóricas. Sin embargo, una de las facetas menos explorada de su obra es su música alusiva al fenómeno de la violencia política y social.
Y lo hizo, no desde una confortable oficina en Bogotá o basado en estudios de sociólogos y reportes oficiales, sino sobre el terreno de los acontecimientos, entre otras cosas, porque él y su familia padecieron diferentes formas de violencia, desde la guerrillera y la de los grupos derechistas, hasta la estatal.
Oriundo del Huila, en el sur de Colombia, departamento agobiado por enfrentamientos armados entre insurgentes y fuerza pública, pero también por acciones terroristas de grupos de izquierda como las Farc, Villamil Cordovez plasmó en sus cantos el sentir del campesino lacerado por la intolerancia.
No fue de izquierda ni de derecha —apenas un hombre de centro, solía decir— que quiso retratar en canciones de la región andina una realidad que pocos artistas de su tiempo se atrevieron a enfrentar. No fue activista político ni promotor de ideologías, tan solo un músico empírico que por medio de una poesía elemental narró la dura realidad de décadas de historia sangrienta.
Villamil, nacido en Neiva (1929) y muerto en Bogotá (2010), ha sido recordado por estos días en Colombia al conmemorarse los 90 años de su natalicio. Aleteia ofrece a continuación una breve selección de sus canciones de paz.
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Adiós al Huila (1951) — Silva & Villalba
En ritmo de bambuco el autor se refiere a la nostalgia de un hombre (Villamil) que huye de su “tierra martirizada” por la violencia que no era otra diferente a la sanguinaria confrontación entre seguidores de los partidos Liberal y Conservador durante los años 50 del siglo pasado. En esta especie de guerra civil no declarada en la que también intervino el Estado, fueron asesinados millares de colombianos, la mayoría de ellos campesinos y personas de origen humilde.
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El retorno de José Dolores (1957) — Garzón y Collazos
Siete décadas después de compuesto, este bambuco conserva su vigencia por cuanto alude al desplazamiento forzado de campesinos liberales y conservadores que debieron abandonar sus tierras para no ser asesinados. Hoy, con un panorama político muy diferente al de décadas atrás, el desplazamiento de labriegos continúa, ya no a manos de militantes de uno y otro partido, sino de otros actores violentos, entre ellos, narcotraficantes, paramilitares, bandas criminales, guerrilleros y promotores de la minería ilegal. En la obra se destaca un hermoso mensaje cristiano: “Quiero perdonar y olvidar mis penas / deseo trabajar por mi patria nueva / oír repicar cual canción de paz, de alegres campanas”.
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La mortaja (1958) — Helenita Vargas
Este vals, muy popular en México sobre todo durante el Día de los Muertos, es una fuerte crítica al materialismo y al deseo de muchas personas de acumular riquezas sin pensar en las necesidades de los humildes. En un estilo descarnado, el compositor afirma que al final de sus días, hombres y mujeres no se llevan sus riquezas ni su poder, tan solo la vestidura de muerto, es decir la mortaja. Villamil decía que este mensaje y otros muy fuertes y mordaces que contiene la canción, fueron inspirados en la doctrina social de la Iglesia católica.
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El Barcino (1969) — Carmenza Duque
Controversial sanjuanero que goza de gran reconocimiento en toda Colombia debido a su pegajoso ritmo fiestero, propio de la región en donde nació el artista. Sin embargo, aparte del carácter folclórico, su mérito está en que menciona por su apodo más conocido a Tirofijo, el guerrillero fundador de las Farc. Para sociólogos e historiadores el solo hecho de citar a un jefe de la insurgencia en momentos en que era prohibido hacerlo, fue un desafío para el establecimiento y una referencia útil para la posteridad. Es necesario anotar que Villamil conoció y trató personalmente y en varias ocasiones a Pedro Antonio Marín, como en realidad se llamaba Manuel Marulanda Vélez (Tirofijo).
https://youtu.be/7fyVozAWS7Q
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El Detenido (1976) — Los Tolimenses
Sanjuanero —ritmo folclórico de los Andes colombianos— basado en dos hechos específicos. El primero, el terrible drama del secuestro que tantas víctimas ha dejado en Colombia y que en este caso menciona a Erick Leupin, un diplomático holandés plagiado por las Farc, y a quien Jorge Villamil quiso ayudar a liberar. La medición terminó con su apresamiento por parte del Ejército que lo acusó de colaborar con la guerrilla. Al final de este episodio que casi le ocasiona una larga condena en un batallón, el compositor salió libre al argumentar que en su condición de médico intentó atender al secuestrado que estaba en delicado estado de salud. Este segundo hecho basado en su juramento hipocrático es interpretado como un gesto humanitario.
https://youtu.be/Os3BrX7FM6Q
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Cantemos a la paz (1984) — Nancy
Fruto de su amplio concepto sobre la necesidad de reconciliación y de una salida negociada al conflicto armado, el músico colombiano compuso esta obra en la que descubre su sentir de un poeta. Todas sus consideraciones sobre la guerra, la paz, la reconciliación y el perdón, están mezcladas con la naturaleza. Campos, mariposas, aves, maizales, rosales, pescadores, el mar y otros componentes, son más importantes para él que los fusiles, las venganzas y las injusticias sociales. Todo lo resume en otro mensaje cristiano: “¡Cantemos a la paz, un don divino!”.
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Los aserríos (1989) — Silva & Villalba
En esta guabina —otro ritmo del interior de Colombia— aflora la universalidad de un artista que pareciera hablar de manera muy anticipada sobre el cambio climático y los terribles daños del hombre al medio ambiente: deforestación, sequía de fuentes hídricas y disminución de fauna y flora. Y también, en pocas palabras, aborda males de los tiempos modernos como la droga, el terrorismo, el armamentismo y el mal trato de la sociedad moderna a mujeres, ancianos y niños. El final de la canción es una sencilla reflexión: “Que se siembren arboledas de amor, de fe y esperanza / que se respeten valores que llevamos en el alma”.
Aunque la música folclórica colombiana cada vez se escucha menos en los grandes medios de comunicación, no hay duda de la fuerza y la vigencia de mensajes cantados como los de este juglar que alguna vez declaró: “Soy compositor de Dios”.
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