La Historia relata un gran gesto del conde Rodolfo, fundador de la dinastía de los Habsburgo y rey de Alemania, mientras se encontraba de cacería.
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Los monarcas de la Casa de Austria son conocidos no solo por sus hazañas políticas sino también por su fe católica, expresada sobre todo en dos manifestaciones: la adoración a la Eucaristía y la devoción a la Inmaculada.
Sobre el primero de la dinastía de los Habsburgo, el conde Rodolfo (1218-1291), se cuenta una historia que mostraría su respeto y amor a Jesús Sacramentado. En torno al año 1271, se encontraba de cacería por los bosques de su territorio cuando oyó sonar una campanilla. Se acercaba un sacerdote que llevaba el Viático a un campesino moribundo.
El sacerdote veía impedido su paso ya que el río que debía atravesar había crecido desmesuradamente y era imposible seguir a pie.
El conde Rodolfo, entonces, al percatarse del problema decidió bajar del caballo, se arrodilló ante el Santísimo y ofreció su cabalgadura al sacerdote. Lo acompañó hasta la casa del enfermo y así se le pudo administrar los últimos sacramentos.
La decisión que tomó el conde
Al regresar a palacio, Rodolfo había quedado conmovido por la situación y manifestó su fe al dar la siguiente orden: “No permita Dios que yo ni alguno de los míos suba a caballo [de aquella cabalgadura, se entiende], que sé de cierto que ha llevado a mi Criador” (1).
Este relato sobre Rodolfo es uno de los episodios más conocidos de la vida del fundador de los Habsburgo, que sería rey de Alemania. De aquel gesto se hizo eco una pintura que hoy puede verse en el precioso castillo de Franzenburg, en Laxenburgo (Austria). Ocupa la pared de uno de los salones junto con otros lienzos en los que se exponen grandes gestas de los monarcas de la Casa de Austria.
Por otra parte, el gran pintor Pedro-Pablo Rubens y su ayudante Jan Wildens pintaron también un óleo sobre este tema. La pintura se encuentra en el Museo del Prado (Madrid) y lleva por título “Acto de devoción de Rodolfo I”.
(1) La cita es de un libro publicado en 1660 en el libro “Emblemas regio-políticos”, de J. Solórzano Pereyra.