Catedrático venezolano analiza “la Venezuela que viene”. Una respuesta rápida: ambas
Ramón Piñango, reconocido sociólogo, profesor universitario y exdirector del IESA* – donde actualmente imparte cursos-, la escuela de gerencia que forma líderes y gerentes responsables en Venezuela, confió sus reflexiones acerca de la reconstrucción que exigiría el cambio de régimen que la mayoría de los venezolanos siente inminente.
Sostiene que Venezuela requiere de cambios estructurales muy profundos, dada la magnitud de la crisis que abarca los más diferentes ámbitos de la sociedad venezolana.
Sobre un asunto que irrita a los venezolanos, la tendencia al desacuerdo entre los factores políticos, expresó Piñango: “La manera de hacer política es uno de tantos ámbitos impactados por la crisis. Estos veinte años entre otras cosas han generado desconfianza entre distintos grupos de venezolanos, e incluso entre personas o con personas específicas como algunos líderes de la oposición. En todo caso, las dificultades para llegar a acuerdos políticos no pueden ser utilizadas como excusa para alcanzar el éxito político”.
La sociedad venezolana clama por políticos que estén a la altura de estas complejas circunstancias, pero recuerda: “Los desacuerdos no son necesariamente negativos o perjudiciales, podríamos considerarlos parte de un proceso colectivo de búsqueda que el liderazgo debe saber aprovechar”.
“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”
Ante el deterioro que sufre el país, es inevitable la tentación de pensar que cualquier pasado fue mejor e, incluso, existe el riesgo de añorar a la Venezuela pre-Chávez de tal manera que se aspire a volver atrás. A ello, Ramón Piñango precisa: “Es más que comprensible en las personas con más de cuarenta años que conocieron tiempos de gran auge económico con inflación moderada, palpable modernización y estabilidad política, personas que sufren la frustración del “pudo haber sido y no fue”. Pero la historia no se rebobina hasta la época que uno añore. El pasado cuenta completo…algunos expertos que parecen olvidar que en las sociedades humanas el pasado deja una impronta que solo el transcurrir del tiempo borrará lentamente. Los venezolanos de hoy que conocimos otro país debemos reconocer que “nosotros los de entonces ya no somos los mismos”.
No obstante, es innegable que podríamos recuperar prácticas beneficiosas de los años de la democracia (1958-1998) como la estabilidad económica y política. “La manera de ejercer el liderazgo fue clave- puntualiza -para desarrollar la capacidad para crearle una proyección de futuro a buena parte de la sociedad, lo cual le dio sentido a la planificación personal y organizacional”.
Y es que el “sentido de futuro”, como él mismo lo recuerda, estuvo estrechamente vinculado con el progreso material. Los grandes e incontables proyectos y realizaciones como la expansión del sistema educacional el cual, que a pesar de sus imperfecciones, hicieron que la educación llegara a sectores tradicionalmente excluidos. Que en todos los proyectos se privilegiara la continuidad de un gobierno a otro fue un factor importante para fortalecer la percepción de certidumbre. A ello habría que agregar la estabilidad económica y una moneda fuerte.
Nadie puede liderar a quien desprecia
Ante la disyuntiva de poder ser o no optimistas, el catedrático opina que sí y la razón es sólida: “El elemento más positivo de la cultura política del país es su vocación democrática. Si no hubiese sido por los valores democráticos, compartidos por gran parte de los venezolanos, quienes detentan el poder hubiesen utilizado toda su fuerza para imponer definitivamente un régimen totalitario”. Y señala el reto fundamental del liderazgo que aspira desplazar del poder a quienes lo detentan es reconocer: cultivar esa vocación democrática.
Destaca un punto fundamental en el debate: “Ello requiere, ante todo, una actitud positiva hacia al venezolano sin idealizarlo; ante todo reconocer sus virtudes más allá de su supuesta alegría, jovialidad o sentido del humor. Los estereotipos pueden entorpecer el ejercicio del liderazgo en un grupo, especialmente los estereotipos negativos sobre los seguidores, en este caso sobre los venezolanos. Difícilmente alguien puede liderar a quien desprecia”.
¿Qué hace a una nación?
Entre los venezolanos reina una profunda angustia debida a la agresividad, el desencuentro y el deseo de revancha, todo ello inoculado por el discurso hostil y divisionista desde el poder a lo largo de 20 años. Piñango apuntó: “Eso debe preocuparnos”.
Todos los que conservan la serenidad, identifican una prioridad y es la integración, lo que no significa que todos pensemos igual, y que por tanto no haya discusión pública -acota- por lo que es aconsejable recordar lo dicho por Ortega sobre qué es lo que hace una nación. El filósofo español, basándose en Renan, planteó que, antes que un pasado común, a una nación la integra el hecho de compartir una misma visión de lo que se quiere ser como sociedad. Esa amplia coincidencia colectiva debe constituir la base en que se apoye un proyecto de cambio creíble, viable y duradero”.
“En todo siglo pasado no vivimos una situación tan dramática como la actual”
Es más que evidente: enfrentamos una situación con muchos menos recursos y muchas más necesidades. Enfrentamos una disminución significativa del ingreso público, dada la caída en las exportaciones petroleras y una contracción de la economía del 50 por ciento, al mismo tiempo que debemos atender problemas urgentes que van, desde mejorar las condiciones de las vías públicas, hasta garantizar el suministro básico de los hospitales al tiempo que tenemos una importante deuda externa.
“Es de esperar –agrega- inestabilidad política por la cada vez más precaria situación de los estratos de menos ingresos, el insoslayable ajuste económico, la presencia en nuestro territorio de grupos armados irregulares provenientes de Colombia, al mismo tiempo que las fuerzas armadas del país padecen de un serio deterioro en su funcionamiento como organización. Al menos en todo el siglo pasado no vivimos una situación tan dramática como la actual”. Es patente la gravedad de los problemas que enfrentamos, los limitados recursos con que contamos, la conflictividad y la incertidumbre en que estamos sumergidos. Y por ello, la vuelta al comienzo de esta reseña: el problema del liderazgo.
El liderazgo que hace falta
La sociedad venezolana requiere un sólido liderazgo. Piñango entiende por “sólido liderazgo”, no un líder carismático –que de ellos y de sus fracasos y excesos está repleta nuestra historia de país emocional- de inmensa popularidad sino “un conjunto de personas que por sus virtudes ciudadanas y conocimientos y buen criterio cuentan con la credibilidad necesaria para convocar al talento del país en diversos ámbitos de acción. Solo así podremos actuar con eficacia para trazar un rumbo claro”.
Y, como analista formado en la ciencia mejor equipada para entender lo social, se adelanta al escenario próximo: “Es necesario que estemos muy conscientes de que dada la complejidad de la situación del país con seguridad se van a cometer errores al actuar para alcanzar los objetivos propuestos. Por esta razón el liderazgo del país en todos sus niveles y campos de acción debe cultivar la capacidad para aprender que, en la práctica, consiste en identificar errores y rectificar a tiempo”.
Bajo la premisa de que todos tenemos defectos, hemos acumulado errores y ninguno es genio, enfatiza en la necesidad de contar con personas que cultiven “la mejor disposición para trabajar por el bien común formando equipo con otras personas. En la actuación de esas personas la transparencia será condición necesaria para hacerse creíbles”.
El tema de la conducción política es crucial, vistas las consecuencias del vacío de liderazgo que se produjo al quedar la democracia feneciendo hacia los años noventa, el sistema desgastado, las instituciones desacreditadas y los políticos con altos niveles de rechazo. Ese fue el filón que aprovechó la revolución chavista, la grieta por donde se coló el proyecto de caos que hoy devasta a Venezuela.
Lastimosamente, a criterio de Ramón Piñango y de una extendida mayoría de venezolanos, “es lo que hoy existe en nuestra sociedad, vacío que se manifiesta en la carcomida credibilidad de la dirigencia pública y privada. Preocupa porque, cuando reina la incertidumbre, los vacíos de liderazgo tienen a ser llenados y no siempre de manera feliz”, sentenció en apego a la más estricta lección de nuestra historia reciente.
Un editor remata con el punto sobre la “i”
La serenidad parece haberse perdido en Venezuela. Y sin ella es poco menos que imposible divisar el camino correcto y generar las soluciones para superar los inmensos problemas en que está sumida Venezuela.
“Si nos serenamos – aconseja Nelson Rivera, periodista y director del prestigioso Papel Literario del diario El Nacional- podríamos concluir que aprovechar la experiencia al igual que la creatividad (inventar) es indispensable. Pero tenemos que hacerlo conscientes de que la creatividad y la experiencia aisladamente constituyen armas de doble filo”.
El punto focal es que la creatividad, sin el respaldo de la experiencia, puede resultar en quimeras al reproducir alternativas que ya no responden a las demandas de la realidad. “Y la experiencia –continúa Rivera- sin creatividad puede llevarnos a plantear soluciones que otrora fueron útiles pero no son aplicables sin mayores ajustes porque las últimas dos décadas de nuestra historia han dejado profunda huella en el país”.
* Instituto de Estudios Superiores de Administración
Con información del Papel Literario de El Nacional