La historia de Ronald Flóres Rodríguez retrata la complejidad de la diáspora venezolana: actuó en el Teresa Carreño y La Scala de Milán y ahora canta en el centro histórico bogotano
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La voz de este barítono nacido en La Victoria, Estado Aragua —región Central de Venezuela— resuena poderosa cada tres días en el barrio La Candelaria. Cerca de su improvisado escenario callejero está el centro del poder político, judicial y religioso de la capital colombiana: la Cancillería, el Palacio Cardenalicio, el Congreso de la República, el Palacio de Justicia y la Casa de Nariño (sede presidencial). Muy cerca también están la Catedral, la alcaldía de Bogotá, prestigiosas universidades y gran cantidad de museos, oficinas públicas y comercios.
Empleados, turistas y estudiantes lo han visto y escuchado, pero muy pocos saben que el hombre cuyo vozarrón llena las céntricas y estrechas calles bogotanas es una figura del canto lírico. Por supuesto, tampoco están enterados de que salió de su tierra para —literalmente— rebuscar el pan de cada día cantando por unas cuantas monedas. Su historia retrata la dolorosa diáspora que ha golpeado por igual a millones de venezolanos, desde aquellos que no tienen profesión alguna, hasta los profesionales calificados como él. Por esa razón este barítono afirmó en entrevista con Aleteia que “el dolor y la tragedia son iguales para todos los venezolanos”.
Ronald, su esposa y dos hijos llegaron en enero de 2018 a Cúcuta y desde allí emprendieron un largo recorrido para malvivir en cualquier lugar que les brindara cobija y algo que comer. La primera meta fue Chiquinquirá, la acogedora población de Boyacá donde se venera a Nuestra Señora del Rosario, patrona de Colombia. Allí fueron recibidos por los sacerdotes dominicos que custodian la prodigiosa imagen, se vinculó a las actividades de la basílica e hizo parte del coro de la parroquia.
Sin embargo, las necesidades apremiaban. Su hijos necesitaban estudiar y su señora estaba en capacidad de trabajar en cualquier cosa. Un año después decidió trasladarse a Bogotá, a pocos kilómetros de Chiquinquirá, en donde, dice Ronald, “tendría mayores posibilidades de mostrar mi talento como cantante lírico”.
Escogió La Candelaria y el Centro Comercial Andino, dos lugares clave por el tipo de público que a diario los recorren. En ambos ya es muy conocido, pero es en la zona histórica donde más se le reconoce por su auditorio variopinta y tal vez, porque las antiquísimas construcciones le ayudan a generar una inusual acústica que se ajusta a la tesitura de su voz.
La primera vez que cantó, junto a un paredón del Museo Colonial, a menos de cien metros del Teatro de Cristóbal Colón, Ronald lloró. Jamás había pensado que un día debía vivir de la caridad pública, así esa solidaridad estuviera respaldada por su arte. Tampoco llegó a imaginar que después de pasar por el Teatro Teresa Carreño —el segundo más grande de Sudamérica—, donde actuó en obras como Jesucristo Superestrella y El violinista en el tejado, tuviera que soportar desprecios como el de un policía que le pidió retirarse de la calle porque su voz “causaba mucho ruido”.
El barítono confesó: “En esa llorada pasaron muchas cosas por mi mente, primero porque era algo no deseado, y segundo, porque en casa no podíamos cumplir nuestras obligaciones y no teníamos nada para comer”. Para él, lo más hermoso de su dura estadía ha sido la gran solidaridad con su familia y miles de venezolanos que huyeron del hambre, el desempleo y la represión. Por eso, en un receso de su “show” recordó con la voz entrecortada que aquel primer día, gracias a las monedas lanzadas a un tarro de metal, su familia por fin pudo comer algo decente: huevos, gaseosas y un poco de pan.
‘Monedas espirituales’
Flóres Rodríguez trabajó en el Sistema Nacional de Coros y Orquestas Juveniles e Infantiles de su país, fundado por el legendario José Antonio Abreu. Daba clases de canto, solfeo, guitarra y cuatro y dirigía coros de niños y jóvenes. Además, integró la Coral Nacional Simón Bolívar, una organización tan prestigiosa que hace pocos años actuó en La Scala, de Milán, el teatro operático más importante del mundo.
Este artista no vive de sus glorias pasadas. Poco habla de sus papeles en óperas como Carmen, de Georges Bizet, o La bohemia, de Giacomo Puccini, en las que una gran orquesta lo respaldaba. La brusca realidad lo muestra ahora como un cantante que utiliza pistas grabadas en su móvil y un modesto amplificador portátil que le sirve de apoyo musical y aunque podría recurrir a un micrófono, prefiere no hacerlo porque su garganta es tan potente que se le puede escuchar sin esfuerzo a más de 200 metros.
Su variado repertorio en español, italiano e inglés incluye obras popularizadas por Andrea Bocelli, Plácido Domingo, José Carreras, el cuarteto vocal Il Divo y el desaparecido tenor venezolano Alfredo Sadel. Una de sus grandes satisfacciones —lo dice con orgullo— “es haber acercado a la gente de la calle al canto lírico y a la música culta”. Y así es, porque en sus presentaciones, los transeúntes se detienen para escucharlo y entrevistarlo, como ocurrió hace poco cuando unos escolares se sentaron en el piso, acompañaron sus canciones con palmas y luego le dieron emocionados abrazos que quedaron plasmados en selfies.
Las cosas han cambiado para la familia de Ronald. La señora ya tiene empleo, el niño estudia en un colegio estatal y su hija, que estudiaba Fisioterapia en Venezuela, trabaja en una peluquería porque en Colombia no ha tenido acceso a la universidad. Además, le queda dinero para enviarle a su madre, “que vive en La Victoria y se hubiera muerto de hambre” si no hubiera sido por sus actuaciones en la calle. Como si fuera poco, gracias a músicos bogotanos, en unos días participará en zarzuelas, óperas y cantatas como Carmina Burana.
A las expresiones de generosidad de una sociedad que no lo ha “discriminado ni rechazado”, las denomina ‘monedas espirituales’. El cantante explica que esas ‘monedas espirituales’ también se las presenta todos los días a la Virgen entonándole el Ave María: “Soy católico y mariano y al comenzar y terminar la jornada, le agradezco por mi voz y pido que interceda por mí y la gente que nos ayuda”.
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