Mehak Parvez se casó con engaño con un ciudadano chino, y sufrió abusos por parte de su esposo, aunque pudo escapar. Otras no tienen tanta suerte
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En Pakistán, los matrimonios arreglados son una práctica común. Los grupos de traficantes de personas a menudo utilizan esta costumbre para hacerse pasar por “casamenteros” para hombres chinos. Atraen a muchachas cristianas —y a sus familias, a menudo muy pobres— con la promesa de un futuro seguro y un marido que supuestamente les proporcionará todos los lujos.
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Pero tan pronto como las muchachas se casan y se trasladan a China, están expuestas a abusos graves y repetidos y a la pérdida de su independencia. Durante un tiempo Mehak Parvez vivió así, pero logró escapar. Ha contado su historia a la Fundación Pontificia Aid to the Church in Need.
“Me llamo Mehak Parvez. Nací en la provincia paquistaní de Punjab y trabajo como esteticista en Islamabad. Volví a casa para asistir a la boda de mi prima. Se casó con un chino; a la boda asistieron muchos chinos. Le gusté a un chino y me preguntó sobre mi familia. Me dijo que había emparejado a hombres chinos con chicas cristianas pakistaníes. Me llamó más tarde para hablarme de posibles pretendientes.
Mi familia le invitó a él y a otros tres hombres chinos; el casamentero me dijo que podía elegir a uno de ellos y casarme con él. Dijo que los tres tenían una posición económica estable y que regresarían a China después de la boda. Nos prometió a mi familia y a mí que se harían realidad nuestros sueños más ambiciosos.
Una vez que expresé mi interés, todo fue muy rápido. Mi familia pidió un mes de preparativos, pero el casamentero insistió en que no era necesario, y la boda se planificó en dos días. Se celebró el 19 de noviembre de 2018 en Faisalabad; mi esposo y yo nos mudamos a Lahore, donde otros ocho hombres chinos vivían con sus esposas.
Enseguida me di cuenta de que algo no cuadraba. Aunque el casamentero me había dicho que mi esposo era cristiano, nunca lo vi rezando o leyendo la Biblia. No me daba dinero para la compra, y a menudo me pegaba. Incluso confesó que sólo había fingido ser cristiano para que me casara con él.
Después de algún tiempo me puse en contacto con esposas jóvenes que se habían casado con hombres chinos y que vivían realmente en China. Me uní a su grupo de WhatsApp y me enteré de que unas 1.200 muchachas cristianas habían sido atraídas para casarse y estaban siendo tratadas inhumanamente por sus maridos. De las que estaban consideradas bellas se abusaba sexualmente; aquellas que eran consideradas normales o feas eran reemplazadas.
Tan pronto como me dijeron esto, me escapé y me puse en contacto con un activista en Derechos Humanos llamado Saleem Iqbal. Saleem llama la atención sobre casos como el mío a los medios de comunicación, agencias gubernamentales y fuerzas de seguridad. Gracias a sus esfuerzos, el casamentero y sus cómplices fueron detenidos: 15 ciudadanos chinos, entre ellos una mujer, fueron acusados de trata de personas. Sin embargo, es importante recordar a las muchas muchachas que todavía están en China esperando nuestra ayuda”.