El legado de la selección neozalandesa de rugby va más allá del deporte.Uno de los iconos del rugby contemporáneo, probablemente la selección más trascendente hoy que cualquier otra para su deporte, es el seleccionado neozelandés: los All Blacks. Así no culminen la presente edición del Mundial alzando la Copa Webb Ellis, puesto que a veces los planetas se alinean para alguna otra potencia, los maoríes difícilmente pierdan el rótulo de la selección más poderosa del mundo.
James Kerr, escritor y orador frecuente en encuentros de management, escribió “Legado, 15 lecciones sobre liderazgo”, basado en la enseñanza de los All Blacks para “la empresa del vivir”.
Siguiendo proverbios maoríes, algunos presentes en el Haka con el que inician cada partido, y alguna otra leyenda de aquellas tierras, Kerr recorre 15 virtudes de los All Blacks que los convierten en una selección admirable y aplaudida, y con un legado que va más allá del deporte.
En los vestuarios de los All Blacks ellos mismos barren la suciedad, su propia “mugre”, para que nadie más tenga que hacerlo. Los All Blacks han ido viviendo una filosofía y traspasando entre sus miembros una estricta disciplina personal en la que nadie espera que otro haga su trabajo.
Reconocer y honrar los sacrificios que se hacen para alcanzar lo que alcanzan, sentido de juego colectivo y entrega al grupo, son algunos de los valores en los que los All Blacks basan su éxito. Como define Kerr, “una cultura fundada en valores y orientada por propósitos”.
Kaore te kumara e whaakii ana tana reka, en maorí, se traduce al español como “La batata no necesita decir cuán dulce es”. La humildad es un pilar de los All Blacks, vayan donde vayan.
Los All Blacks adaptan su juego como Maui, el dios maorí, adaptó sus lanzas para cazar las palomas. Aún estando en la cima del deporte, saben que pueden caer en cualquier momento. Por eso, están dispuestos a “encontrar el hueco”, siempre. Son imprevisibles porque siempre buscan mejorar.
Mejores personas hacen mejores All Blacks. Son conscientes quienes llevan las riendas del equipo, y para ello, persiguen siempre un horizonte colectivo más importante que cualquier individualidad. Un trascendente, que supone unir al país, pero también enaltecer y dejar con más gloria para otros la camiseta ya suficientemente digna que recibieron en su ocasión. Para ello, se necesitan líderes, líderes que pasen la pelota, escribe Kerr, porque dice el proverbio, “únete a aquellos que pueden unir las secciones de la canoa”.
Los All Blacks viven en un entorno de aprendizaje continuo (Kohia te kai rangatira, ruia te taitea: recoge el buen alimento, desecha el que no sirve); sirven a su equipo (un coach decía “Pon tu mano en un vaso de agua. Ahora saca el agua. Así de difícil es reemplazarte”); apuntan a la nube más alta porque, si no la alcanzan, llegarán a la montaña más elevada (Whāia te iti kahurangi ki te tūohu koe me he maunga teitei); se preparan en todo sentido, incluso para controlar siempre la presión y no perder la templanza (Ma te rongo, ka mohio, que significa: de la escucha sale el conocimiento)…
La anteúltima lección All Black del libro refiere a los ancestros, a la pila de rocas que se acumulan y en la cual cada uno va dejando la suya, a la importancia de plantar árboles que nunca veremos, puesto que todo All Black vive consciente de que la valentía es heredada de los jefes anteriores ( toku toa, je toa rangatira).
Algunos periodistas deportivos consideran a los All Blacks como el equipo más dominante de todos los tiempos, en todos los deportes. Un mérito que acaso compartan solo con el Dream Team NBA de Barcelona 92. Pero lo de los All Blacks ya no es un equipo, no son solo 30 años de protagonismo… Lo de los All Blacks es un legado. Inmortal.
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