Si quieres amarle de verdad, primero valórale
Este subtítulo se podría escribir en negativo y en esa dirección se entendería, complementariamente, aun mejor, el propósito de estas líneas: Si no valoras a tu cónyuge no lo amarás. Es así de sencillo. Estamos tan estresados, ansiosos, cansados y a menudo tristes que todo lo vemos negativo. Todo lo vemos en su versión más sesgada. O dicho de otra forma: todo lo vemos desde el termómetro de nuestro ideal de perfección. Y este ideal se lo aplicamos a nuestro cónyuge a veces con tiranía.
Y es que estresados necesitamos muy poco para saltar, para quejarnos, para hundirnos un poco más porque algo no funciona. Y guardamos lo “mejor” para el hogar. Y lo primero que tenemos a mano es el cónyuge. Nuestra pareja, al final del día, refleja un cansancio que también a nosotros nos afecta.
Miras a tu pareja desproporcionadamente y actúas como el jefe del que tanto te quejas: impulsivamente. Miras entonces a tu mujer o a tu marido, a tu pareja, con los ojos encendidos y el fuego llega a tu cabeza y a tu pecho. Las percepciones de todo lo que sucede entre la pareja entonces son absolutistas, tal como señala la psicología cognitiva: “Todonadistas” (de todo o nada), “siemprenunquistas” (de siempre o nunca): “Nunca recoges la toalla cuando te duchas”. O: “Todo lo que te digo te molesta”. Y uno terrible: “Siempre me miras con desprecio”.
Y estos conflictos a menudo suceden, tienen lugar, en doble dirección: los dos llevan la iniciativa. Y si no es en doble dirección uno de los cónyuges se cansa y en esta ocasión sí tira la toalla pero definitivamente. Y llega el divorcio. Y el divorcio es predecible si nos atenemos a las observaciones de algunos especialistas. Estos detalles más arriba destacados son predictores de divorcio.
Predictores de divorcio
En esa medida nos metemos en lo que el especialista en terapia matrimonial, John Gottman, que trabaja mano a mano junto a su esposa Julie Gottman, denomina los Cuatro Jinetes del Apocalipsis:
- la crítica
- la actitud defensiva
- el desprecio
- el amurallamiento.
Si no valoras a tu cónyuge puedes entrar en una cascada negativa de malas interpretaciones, de percepciones sesgadas, de expectativas negativas y entonces todo, o casi todo, contribuye a envenenar las relaciones.
Y el “todonadismo” y el “siemprenunquismo” crean atribuciones terribles: “No sirves para nada”. U otra más femenina: “Nunca estás conmigo”. Un detalle concreto, muy pequeño, de una conducta circunstancial se magnifica. El detonante de la deflagración puede ser un papel que cae al suelo. Y lo que debería ser una queja razonable educadamente expresada se convierte en una escalada de reproches que acaban en la descalificación absoluta del cónyuge: “Eres un miserable egoísta”.
Estas circunstancias pueden llevar a enfrentamientos abiertos o a retraimientos también dañinos. Si el otro universalmente ha sido considerado como inservible, “no sirves para nada”, no se esperará nada bueno del otro. Ya no se analizan sus posturas, matices y explicaciones.
El paso siguiente puede ser un desprecio que se llena progresivamente de crueldad: “como no vales”, “como eres poca cosa”, paso a considerar que lo que haces “lo haces para molestarme” y mi respuesta es responderte causándote un daño.
Estamos en el plano del insulto. El desprecio no da vuelta atrás. Para volver a nuestro encabezamiento del artículo: el cónyuge despreciado no tiene enmienda, no mejorará nunca en la percepción maximalista del otro miembro de la pareja. Ya puede esforzarse, ya puede intentar cambiar, rectificar. Una vez llegados al desprecio, regresar al aprecio es muy difícil. Pero para estos terapeutas no es imposible.
La huida de un cónyuge
Para los Gottmans el paso lógico, pero no siempre es así, es que uno de los miembros de la pareja huya, desconecte tras el desprecio. Es verdad que esta huida tiene que ver con aquel refrán castellano que dice: “No hay mayor desprecio que no hacer aprecio”.
El amurallado se va y deja de escuchar, deja de concederle el beneficio de la duda a su cónyuge. Dado que considera que ha sufrido mucho con este amurallamiento aspira a no exponerse a padecer un colapso personal, emocional. Y no hablamos metafóricamente pues puede suceder que un infarto se vea acelerado por el estrés de la suma del conflicto laboral y marital o de pareja.
Dicho en una dinámica clásica y a la vez muy real: en estas parejas parece no haber posibilidad de reparación. Parece no caber el perdón. El otro, la otra, se han vuelto, se han convertido en seres intrínsecamente rencorosos.
¿En qué se diferencian las parejas longevas?
Hay parejas que duran que con sus actitudes han dado mucha información a los Gottman que son muy buenos observadores. Pensemos, ya toca, en soluciones.
En estos momentos de tensión, de pulsaciones aceleradas, de estrés desatado, hay, si todavía queda buena voluntad, y humildad y capacidad de perdón, que cortar la escalada: 1) con humor, 2) con una actitud cariñosa, 3) mostrar interés sincero por entender la postura del otro cónyuge.
Es difícil de verdad pero alguien deba dar el primer paso. Puede ser el inicio de un cambio a mejor y romper las dinámicas anteriores que son fatalistas, dónde hablar parece inútil, y donde parece que la única solución es retirarse, buscar la soledad, iniciar un alejamiento en el hogar evitando la presencia del otro.
Los Gottman hablan de reconstruir la amistad entre los dos cónyuges. A mí, con un inmenso respeto por estos especialistas, me gusta insistir en que estos amigos, estos nuevos amigos, iniciarán el camino de una nueva amistad si descubren cosas buenas en el otro. Creo que la reconstrucción (o consolidación cuando la pareja ya va bien) pasa por redescubrir al cónyuge como un compañero o compañera con muchas cosas apreciables, buenas, interesantes y admirables.
Hablaremos de ello en el próximo artículo.