Louise de La Vallière, la favorita que dejó la corte y tomó los hábitos. En su proceso de conversión escribió una obra mística de amor a Dios.
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Louise Françoise de La Baume había nacido el 6 de agosto de 1644 en Tours, en el seno de una familia noble. Su padre falleció siendo ella una niña y su madre se casó con un marqués miembro del séquito de Gastón de Orléans. Instalados en Blois, Louise tuvo una infancia feliz con sus hermanastros y los miembros de la familia real. Al cumplir los diecisiete años, fue elegida como dama de honor de Enriqueta de Inglaterra, esposa de Felipe de Orléans, hermano del rey Luis XIV.
Louise era entonces una joven hermosa, cuya leve cojera no desmerecía el resto de sus gracias. Dulce y devota, la joven dama se vio inmersa sin ella pretenderlo en una intriga palaciega que cambiaría su vida para siempre. El rey se había encariñado en exceso de su cuñada Enriqueta y no le importaba demasiado mostrar dicho afecto en público, incluso delante de su recién esposa, la reina María Teresa. Alarmada por el escándalo, la reina madre, Ana de Austria, decidió tomar cartas en el asunto y eligió a la joven Louise para que distrajera al rey y lo alejara de Enriqueta. Para entonces, la inexperta dama se había enamorado del rey, quien a su vez también sintió un amor sincero por ella.
A pesar de haberse enamorado de Luis, Louise odiaba la vida en la corte, se sentía culpable por sus sentimientos ilegítimos y solamente deseaba amar al rey sin ninguna otra aspiración. Muy distinta de otras amantes reales que buscaban además el favor real, Louise sufrió profundamente al ser consciente de sus pecados pero, como dijo Benedetta Craveri, “solamente obedecía al llamamiento de una pasión desinteresada”. Ella misma aseguró que “el rey se equivoca si piensa que la ambición puede borrar mi amor”.
La relación de Louise con el rey duró varios años, en los que nacieron cuatro hijos de los cuales solo sobrevivieron dos, un niño y una niña a los que Luis XIV terminó legitimando. Años después, mientras Louise seguía amando incondicionalmente al rey, este se encaprichó de otra dama, Madame de Montespan.
En la primavera de 1670, una grave enfermedad provocó una sacudida en el corazón de Louise quien asumió de repente la gravedad de sus pecados y buscó la manera de expiarlos. Fue entonces cuando volcó sus pensamientos espirituales en un libro que llevaría por título Reflexiones sobre la misericordia de Dios. En apenas treinta páginas, Louise de La Vallière buscó en lo más profundo de sus creencias para darse cuenta de todo lo que había hecho: “Ahora que vuestra luz ilustra mi entendimiento, y vuestra gracia penetra mi corazón; ahora que la memoria del estado lastimoso de donde acabáis de sacarme me inquieta y no obstante me inspira la confianza de ofreceros mi súplica, no permitáis, Señor, que yo vuelva a caer en aquel letargo y pernicioso olvido de mi salvación”. Louise suplicaba a Dios perdón por su conducta y le pedía permiso para que, como hizo la Magdalena, “riegue yo vuestros pies con mis lágrimas y que procurando amaros mucho, me ensaye a borrar la multitud de mis delitos”.
Sus Reflexiones era también una dura crítica a la vida disoluta que se vivía en la corte del rey de Francia, a la que definía como una “confusa Babilonia, donde las infelices pasiones dominan en las personas más felices y que muchas veces en el cumplimiento mismo de sus deseos las hacen más dignas de lástima que a los más miserables esclavos”. Para entonces, Louise ya había tomado la determinación de cambiar radicalmente de vida: “No dudaré de que sea tiempo de dejar todas mis viejas costumbres y comenzar la vida de una criatura nueva. […] Abandonaré aquellas personas lisonjeras, con quienes he perdido tanto tiempo y para reparar su pérdida, les enseñaré que la inutilidad, la pereza y la ociosidad que tan solemnemente profesan, arruinan absolutamente los negocios de su salvación”:
Un año después, Louise dejó la corte y se refugió en el convento de las Damas de la Visitación de Chaillot. Cuando Luis XIV leyó la carta de despedida que le había dejado, mandó a buscarla y consiguió convencerla de que regresara a su lado. Louise regresó a Versalles, pero su alma hacía tiempo que había tomado la determinación de cambiar de vida. Bajo la protección y el consuelo de varios guías espirituales, Louise se acercó a los miembros del partido devoto e intentó mantener una existencia austera y piadosa dentro de palacio. En 1674 volvió a dejar la corte, esta vez para siempre. Desde entonces y hasta su muerte, Louise vivió en el convento de las Carmelitas de Saint-Jacques. Luis XIV no pudo hacer nada para impedir que su antigua favorita terminara convirtiéndose en Luisa de la Misericordía. Durante más de tres décadas, la nueva monja expió sus pecados y vivió una vida de oración y entrega a Dios hasta que falleció el 7 de junio de 1710.