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Un promontorio rocoso. Masada es seguramente sinónimo de desmesura, la de un rey, Herodes el Grande. Este monarca, obsesionado por su seguridad frente a los riesgos reales de las revueltas judías, reparó en este lugar único, una meseta de ocho hectáreas, pequeña pero impugnable por su posición en la cima de un promontorio rocoso.
Y allí fue, en pleno desierto de Judea, donde decidió guarecer a su familia para resistir los ataques de los partos liderados por Antígono, instalado en Jerusalén, que resultaron vencedores.
Así, durante dos años, Herodes pudo constatar, aunque derrotado y alejado, que Masada había podido resistir, ya que su enemigo nunca logró tomar el asentamiento a pesar a las múltiples tentativas. Gracias a esta experiencia, Herodes se ganó después los favores de Roma y pudo acceder a la realeza.
Como conservaba siempre en el corazón este lugar único, decidió construir allí una fortaleza imponente y un palacio en la hipótesis de que pudieran repetirse acontecimientos semejantes.
De este modo, Herodes mandó edificar sobre este emplazamiento excepcional de Masada una fortaleza desmesurada a partir de antiguas fortificaciones que no solo reforzaría, sino que les añadiría una poderosa muralla de casamatas con más de un centenar de torres y tres aberturas.
Desde esta altura se vislumbra todo el mar Muerto, así que es imposible acercarse sin ser percibido. Sin embargo, Masada no sería solamente un impresionante fuerte, ya que el monarca hizo construir también un palacio suntuoso con múltiples terrazas, edificios y patios pavimentados; un lugar donde el lujo y el fasto reinaban en majestuosas columnas, pórticos, termas romanas y mosaicos.
Unos almacenes gigantescos también conservaban provisiones para meses de asedio y tanto agua caliente como fría fluían abundantemente desde enormes tanques de abastecimiento. Pero, ¿era Masada realmente inexpugnable?
La Historia ha demostrado que ninguna fortaleza puede resistir un asedio largo y Masada no fue una excepción. Flavio Josefo relata que una comunidad de judíos, llamados zelotes, encontró refugio en esta fortaleza tras la muerte de Herodes.
Sin embargo, esta comunidad estaba convencida de que había que combatir no solo al ocupante romano sino también a todo judío que se mostrara infiel a la ley de Moisés.
Los Hechos de los apóstoles evocan esos acontecimientos: “Después de él, en la época del censo, apareció Judas de Galilea, que también arrastró mucha gente”. Desde entonces serían llamados por el nombre de zelotes, que significa en hebreo ‘estar celoso’, ‘admirador’, y que derivaría en la palabra ‘celo’.
No obstante, frente a esta amenaza, el ocupante romano decidió asediar Masada. El ejército romano rodeó y cercó el promontorio con no menos de ocho campamentos atrincherados, algunos de los cuales estaban conectados por una muralla, aislándolo así completamente del mundo.
Masada resistió valientemente, pero el genio militar romano superó la valentía de los asediados. Después de siete meses de asedio se construyó una inmensa rampa de tierra, cuyos restos aún son visibles, y por la cual una torre móvil y un ariete abrieron brecha en la muralla de la fortaleza, sin olvidar los centenares de proyectiles catapultados por los romanos.
Ante la inevitable captura de Masada, los zelotes decidieron, en un gesto heroico que pasó a la posteridad, suicidarse colectivamente. Solo dos supervivientes informarían de estos trágicos sucesos y, según registran los Hechos de los apóstoles: “[El galileo] igualmente murió, y todos sus partidarios se dispersaron”.
Aunque las investigaciones modernas tienden a relativizar este acto heroico y este suicidio colectivo, esta ciudad bíblica llamada Masada sigue representando, hoy en día, un fuerte símbolo del judaísmo que ha llegado hasta nosotros.