Nunca dejes de tener aspiraciones, pero no a vidas imposibles, sino a la mejor vida posible en la realidad que te toca aceptar
¿La capacidad para soñar desaparece con el paso de los años, cuando me vuelvo viejo? No lo creo. Los años no tienen por qué quitarme la capacidad para soñar con una vida grande, con caminos preciosos, con un amor imposible. Puedo seguir soñando hasta que llegue al cielo.
A veces sueño dormido y dejo así que Dios en sueños me revele sus deseos, como a José. Otras veces sueño despierto con una vida posible que no llevo, con una forma de entender las cosas que aún no poseo. También en ocasiones sueño con imposibles que el corazón vislumbra no sé bien cómo en medio de la noche.
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Dormir y soñar me descansa y le da paz al alma. Me uno a la oración de santa Teresita:
Jesús, dejo en tus manos todas las preocupaciones que pretenden agobiarme. Dame un buen sueño que repare mis fuerzas físicas y espirituales y haz que despierte con la ilusión de amarte más durante el nuevo día”.
Por qué soñar
Soñar despierto me da alegría y ensancha mi corazón. Me mantiene vivo, joven, dispuesto a ponerme en acción de un salto. Sueño, pero no para evadirme de la realidad, sino para recuperar fuerzas para la vida.
No quiero vivir cansado. Quiero descansar en sueños con Dios, en su regazo. Soñar tiene que ver con la realidad que vivo y no con una vida que nunca tendré. Una persona me comentaba:
“Con frecuencia vivo en mi alma una vida que no es real. Es más bien un sueño no realizado. En esa vida soy diferente. Mi cuerpo es otro, y mi familia también. Y lo que hago y siento también difieren. No sé si me hace bien vivir en esa ensoñación”.
Me quedé pensando. No me hace bien vivir en mi alma una vida no real. Soñarme diferente, con otra vocación, en otro estado. Con otras personas, en otro lugar.
Cuando pienso en los sueños que no se han hecho vida, ¿me entristezco? De pequeño, de joven, pude soñar caminos diferentes. Imaginé rostros, trabajos, hijos, bosques muy distintos de los que ahora recorro. Es normal, el corazón siempre sueña.
Pero con el tiempo puedo perder la capacidad de aceptar que mi vida no se parece en nada a lo que un día soñé. ¿Es peor? ¿Es menos plena?
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El corazón no quiere dejar de soñar. Pero no con vidas imposibles, sino con la mejor vida posible en la realidad que me toca aceptar.
Tal vez no resultó todo tal como soñaba. Pero Dios puede hacer milagros con mi vida rota. Él puede recomponerme y hacerme fecundo.
Dios sigue presente en mis sueños. En mis anhelos. Dios sigue soñando conmigo en medio de mi vida. Y me hace pensar que puedo lograr metas mucho más altas. Comenta Benedicto XVI:
“Sólo mediante hombres tocados por Dios, Dios puede regresar a los hombres”.
Quiero ser un hombre tocado por Dios para llevarle a tantos. Para que Dios a través de mi vida regrese a los hombres.
¿Qué soñar?
No sueño con una vida mediocre y vulgar. Con una vida que trascurre soñolienta en medio de las rutinas. Sueño con una vida grande en la que pueda ser generoso y llevar alegría y amor a muchos corazones.
Los santos tuvieron muchos sueños. Creyeron que era posible lo que parecía inalcanzable. Vieron hospitales donde sólo había un erial. Descubrieron multitud de peregrinos cuando ante ellos solo había un grupo de adolescentes enamorados de María.
Los ojos de los santos tienen un don profético. Ven por adelantado lo que aún no ha sucedido. Creen cuando nadie cree en ellos. Descubren misioneros evangelizando donde sólo hay rechazo y violencia.
El corazón del santo puede cambiar la realidad porque es capaz de soñar realidades mejores, más de Dios, más plenas. Los santos han experimentado la sanación interior y quieren llevar paz y alegría a muchos lados. Ven lo que va a venir si perseveran con su entrega, con su sí fiel y valiente.
La vida consiste en mantenerme firme en el camino. Recorrer la distancia infinita entre el hoy y el mañana. Sin dudar de las promesas que Dios ha pronunciado en mi alma. Muy quedo. Para que no me olvide.
Santo es el hombre que descifra en esa voz de Dios pausada y firme el querer para su vida. Y logra descubrir en sus obras humanas un olor a Dios que todo lo transforma.
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No quiero envejecer en el alma. María en el Santuario atrae corazones jóvenes. Me siento joven. Creo que es mucho lo que tengo por delante.
Vivo la vida que soñé con vivir. Quizás aún lejos de todo lo que podría dar. Siempre puedo más. Siempre es posible volver a empezar, a soñar con un alma más grande, más fiel.
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