Médico, misionero, músico, Premio Nobel de la Paz, se fue hace cien años para África cautivado por una idea: el respeto por la vida
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“Ya no puedo abrir los diarios misioneros sin remordimientos”. Escribía así Albert Schweitzer (1875-1965), el “grand docteur”, sobre su irrevocable decisión de irse a África. Médico y misionero, pero también músico, filósofo y teólogo, se dio a conocer al público en general después de recibir el Premio Nobel de la Paz en 1952 por su trabajo humanitario en el Continente Negro.
Hijo de un pastor luterano, como se menciona en un informe publicado en “Mondo e Missione” (1 de enero de 2013), Schweitzer fue dotado de un espíritu de gran apertura, desarrollado desde una edad temprana en la comunidad de Gunsbach en Alsacia (entonces alemana), donde su padre celebraba en una iglesia compartida entre católicos y protestantes, entre francófonos y alemanes. “De esta iglesia, escribe, abierta a los dos cultos, obtuve una alta enseñanza para la vida: la conciliación”.
Un valor que se llevó consigo durante todo los largos años de estudios filosóficos y teológicos, acompañados por una gran pasión por la música clásica y en particular por Bach, llegó a grabar discos y a escribir una edición crítica de las obras de órgano del compositor alemán. La medicina llegó después, como una vocación en la vocación.
Parte para África en 1913, destino: Gabon. Y, en particular, la ciudad de Lambaréné, donde junto a su esposa Hélène, enfermera, abre un ambulatorio en un ex gallinero, que se volvió gradualmente un gran hospital, que llegó a poder recibir a más de 150 enfermos con sus familias. Luego, con las ganancias del Premio Nobel, también construyó la “Aldea de la luz” para los leprosos.
Lo llamaban el “doctor blanco” y sus pacientes le pagaban en especie: aves de corral, cabras, cerdos. “Él, rigurosamente vegetariano, distribuía los ‘pagos’ con quien lo necesitaba” (Corriere Della Sera, 12 de enero).
Pero además de las obras realizadas, a sus grandes capacidades y talentos y su indudable carisma, Schweitzer sigue fascinando por el patrimonio de pensamiento, reflexiones e ideales que ha dejado y que siguen siendo de gran actualidad en nuestros días.
Al recordar un viaje por el río Ogooué, escribió esto: “La tarde del tercer día, al atardecer, justo cuando pasamos entre una bandada de hipopótamos, me llegó a la mente, sin que lo esperase, la expresión ‘respeto por la vida’. Encontré la idea en donde la afirmación de la vida y la ética van juntas”.