Francia plantea la aprobación de un sistema de atención sexual a domicilio para personas discapacitadas.
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Igual que uno llama a un teléfono y encarga una pizza para casa, usted -en el caso de que fuera persona discapacitada- llamaría y alguien llegaría a su casa con la idea de satisfacerle en el sexo. Ese es el planteamiento que propone una corriente social favorable a que se dé cobertura legal a lo que se ha dado en llamar “asistencia sexual”.
La propuesta ha llegado con fuerza en varios países. En Francia, la secretaria de Estado Sophie Cluzel, responsable de cuestiones relacionadas con la discapacidad, ha presentado una consulta oficial al CCNE (Comité Consultivo Nacional de Ética), para que se acepte la existencia legal de asistentes sexuales para hombres y mujeres con discapacidad.
El argumento que se esgrime para aprobar la “asistencia sexual”, según explicó la propia Cluzel -madre de cuatro hijos, uno de ellos con discapacidad-, se basa en querer “devolver la igualdad a todos los discapacitados que lo deseen, incluso en el terreno íntimo, sexual”.
La cuestión, como siempre que se habla de sexo, va ocupando espacio en los medios de comunicación, los debates y la conversación pública. El morbo es siempre un captador de audiencia.
¿Cómo podemos enfocar la cuestión?
Hablar de “asistencia sexual” en términos de “me lo pide el cuerpo/pido a otros/me lo proporcionan” es reducir la persona al plano corporal. Entendido así, es solo sexo y punto. Pero así estamos cosificando a la persona, tanto a la discapacitada como a la “asistente sexual”.
El sexo aislado es un placer del apetito sensible como la comida o la bebida, pero guarda una relación más fuerte con la afectividad y con el espíritu. Romper la relación entre sexo, sentimientos y espiritualidad es considerar a la persona (tanto el discapacitado como la “asistente sexual”) como un animal que se mueve por instintos.
La asistencia sexual se convierte en la perfecta tapadera de la prostitución. Bajo apariencia de hacer un favor a un discapacitado (o discapacitada), se comercia con el sexo. Por una cantidad de dinero, una persona realiza un servicio sexual. ¿Alguna diferencia con la prostituta o el gigoló de la calle o de un prostíbulo de carretera?
En el caso de que se aprobara legalmente la “asistencia sexual” se daría por buena una fórmula de intercambio económico por favores sexuales. La puerta quedaría abierta a aprobar los “favores sexuales” en masa porque, puestos a ir un poco más lejos, ¿por qué no favorecer la “asistencia sexual” para feos? ¿O para tímidos?
¿Y si no fuera por dinero?
Han aparecido algunas entidades (Tandem Team en Cataluña y Aspasia en Canarias, por ejemplo, si hablamos de España) que se ofrecen para proveer esa asistencia sexual sin dinero de por medio. Aseguran que su labor es una “atención personal” y un “deseo de generar autoestima” en las personas discapacitadas.
Estas dos organizaciones, concretamente, reciben subvenciones de las respectivas comunidades autónomas (lo cual ya implica un pago indirecto no del usuario pero sí del conjunto de los ciudadanos).
La argumentación que habla de autoestima y de atención personal parecería razonable pero es falsa. Veamos por qué.
El sexo no va aislado
Efectivamente, las personas discapacitadas necesitan cariño y atención, pero eso no es una razón para proveerles de sexo como si ese aspecto fuera una caja de bombones sin más.
El sexo en la naturaleza humana no es un expendedor de Coca-Cola: tengo sed, le doy al botón y me sirvo. El sexo aparece en una fuerte conexión con la personalidad, las relaciones, los afectos y, lo más importante de todo, el amor. La relación sexual no se puede tomar como un asunto aislado del resto porque, queramos o no, nos afecta por entero.
Todos somos señores de nuestra sexualidad
Las personas discapacitadas merecen ser tratadas en toda su dignidad. También ellas pueden tener el señorío de vivir la sexualidad en su plenitud, según las circunstancias y las limitaciones de cada uno.
Del conocimiento a la entrega de la intimidad
En todas las personas, no solo las discapacitadas, el sexo forma parte de un todo. Antes de llegar al sexo, hay una relación de unión con la otra persona, que comienza con el conocimiento, pasa por la amistad y crece hasta la intimidad y, por fin, la entrega de la propia intimidad al otro.
Creer que la asistencia sexual es el camino correcto es tapar otras carencias que seguramente tiene esa persona discapacitada: la soledad, la falta de atención y de amistad, la valoración personal de uno mismo…
Ya que se plantea ahora la posible aprobación legal de la asistencia sexual a las personas discapacitadas, es un buen momento para pensar cómo las trata nuestra sociedad y qué pasos debemos dar para que sean tratados de forma inclusiva. Visto así, el sexo ocupará un espacio entre otros muchos aspectos que la “asistencia sexual” pasa por alto.
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