Vital a pesar de sus 90 años, Dino Impagliazzo es conocido como el “chef de los pobres” de Roma. Cuatro días a la semana, él y los voluntarios de la asociación RomAmor que fundó recorren mercados de alimentos, supermercados y panaderías en busca de donaciones para alimentar a las personas que viven en la calle.
Un hombre que pone en sus platos la sal de la fe y el sazón de la alegría. Él tiene casi 60 años de casado, 4 hijos y 5 nietos. Sus hijos, cada uno, a su manera, se encuentran activos en el sector del voluntariado, la caridad, la ayuda internacional y la pacificación de países en guerra con la comunidad San Egidio en Roma. “Ellos son muy activos, por eso yo no puedo quedarme atrás”, dijo en broma a Aleteia.
Considera que es un hombre pleno: “Cuando voy a dormir, me siento cansado, porque he trabajado todo el día, pero agradezco a Dios porque me ha regalado una jornada así de bonita, al salir al encuentro de las personas en dificultad. Cuando alguien está en apuros, le ayudas, y esto te da una felicidad distinta”.
Hace 14 años un hombre sin techo le pidió un sandwich y le pareció que podía sumar esfuerzos para ayudar a más personas, desde entonces ocupa la mayor parte de la semana a preparar 200 comidas calientes al día para los más pobres de la capital italiana.
Impagliazzo es jubilado del Instituto nacional de seguridad social en Italia, atiende al entrevistador mientras se prepara para salir a cocinar; se mueve ágil, habla con elocuencia y nunca pierde el hilo de la conversación. Impagliazzo desde que tiene uso de memoria recuerda que dedica su tiempo libre a las personas menos afortunadas.
El “chef de los pobres” y los voluntarios de la asociación RomAmor se instalan los sábados por la noche bajo un pórtico fuera de la Plaza de San Pedro para dar de comer al creciente número de personas mendigas y sin techo que pasan por la zona, donde el papa Francisco abrió instalaciones médicas, duchas y baños para que puedan usarlos, además de un hostal.
Originario de Cerdeña, una isla italiana en el mar Mediterráneo, emigró a Roma y es memoria viva de las privaciones de la posguerra. De su boca no sale mención alguna de achaques, quebrantos o lamentos. Recuerda que desde joven deseó servir a los pobres, consciencia revelada casi a los 20 años, cuando ayudaba ya en casa y a sus vecinos.
En su vida de voluntario, aún activo, recuerda sin vanagloria su servicio a los presos en una cárcel en Roma, en medio de la gente en las chabolas en la periferia romana, su colaboración a un obispo en Siria para construir una granja-lechera para crear puestos de trabajo y llevar esperanza.
Su voz vibra al recordar a Madre Teresa de Calcuta que tras la caída del muro de Berlín en 1991 le invitó, a través de una religiosa muy cercana a la futura santa, a ser voluntario en dos casas de cuidados para 100 niños discapacitados graves en Bucarest, abandonados por el sistema del régimen comunista de Nicolae Ceaușescu.
De Madre Teresa, que le regaló más de un rosario, recuerda su vida austera, sencilla, cercana a los pobres que ella misma asistía en India y en el mundo.
En San Gregorio al Celio en Roma, una casa que era antes una granja para pollos, recuerda viva a Madre Teresa que cocinaba con la leña, privándose de también de otras comodidades modernas y rezando largas horas.
Además, el ‘chef de los pobres’ aseguró haber llevado alimentos a orfanatos y residencias para ancianos en otras misiones por países del Este de Europa. Y recientemente, también estuvo implicado en la recolección de víveres para asistir a migrantes llegados a Europa desde el norte de África escapando a guerras y persecución.
‘Los pobres nos evangelizan’, Impagliazzo la considera una frase emblemática de un cristianismo esencial, profesado por el Papa Francisco. “Ama a Dios y ama al prójimo, porque si dices de amar a Dios y no amas el prójimo, entonces eres un mentiroso”, afirmó con voz firme.
Para Impagliazzo, la esencia del cristianismo va más allá de la función religiosa. “Poco a poco regresamos al origen del cristianismo, amar a Dios y amar al hermano”.
La parábola del ‘Buen Samaritano’ vivida cabalmente o el evangelio de San Marcos (9, 30-27) encarnado, que nos cita a memoria: “El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado”.
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mateo 25:35-45), dijo se trata del cuerpo del Evangelio vivido en nuestros tiempos modernos, siguiendo la enseñanza también de papa Francisco.
Admitió que reza, pero prefiere obrar, o, mejor, que una cosa no viva sin la otra. Dice ir a la cama muy cansado, pero satisfecho. “Rezo en la noche antes de ir a dormir, cuando me desvelo, uso palabras mías. No soy muy ortodoxo, si, voy a la misa el domingo”.
Aconseja a los jóvenes que buscan un sentido en la vida de jugársela por los otros. El compromiso por los más débiles y los más necesitados alegra la vida misma, afirmó. Sin dar un paso hacia los demás, la persona se paraliza en el egoísmo y en la tristeza, comentó.
Cada vez que dice ‘si’ a una petición de ayuda, asegura, de tomar el compromiso religiosamente. En esto, afirma, que la providencia no lo deja de sorprender. Una vez, en invierno, - cuenta - había prometido una carpa a una persona sin techo y a su familia.
Luego de llevar unas ollas tras cocinar para los pobres el sábado en la noche, al regreso, el domingo en la mañana, al lado de su automóvil, encuentra dos bolsas enormes y dentro estaba la carpa prometida a esa familia indigente.
Estas cosas, afirma, no son esporádicas. “Si tú le dices: ‘Sí’ a Él, entonces, el mismo hace que sucedan los hechos, no necesitas más, él es suficiente”.
Impagliazzo, quien recibió una distinción honorífica del presidente italiano Sergio Mattarella reconociéndolo como un “héroe de nuestros tiempos”, nunca ha dudado que la providencia abre puertas a quien sirve a los demás.
A las personas que dudan, dice, que si quieren probar alegría duradera, comiencen a abrir el corazón, hacer más por los demás, no juzgar a los otros y considerar a las personas que pasan por dificultades en la vida como hermanos. El amor por el prójimo es el mejor remedio contra la infelicidad, abundó.