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Jóvenes y profanaciones de espacios religiosos: ¿una moda?

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Luis Santamaría - publicado el 27/02/20
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Sucesos lamentables que plantean un desafío más allá de lo legal. ¿A qué responden? ¿Cuál debe ser la actitud pastoral de la Iglesia?

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Hace un tiempo fue noticia en España la profanación de un templo católico –la iglesia parroquial de San Pedro en La Felguera (Asturias)–, que encontró un lugar importante en los medios de comunicación porque en esa ocasión no sólo había imágenes de los destrozos, sino también la grabación de las cámaras de seguridad.

Fueron cuatro chicas jóvenes que, según parece, prendieron fuego al paño del altar y dañaron algunas partes del edificio, además de otros objetos –micrófonos, libros litúrgicos…–, durante 20 largos minutos poco después del mediodía, mientras la iglesia permanecía abierta pero vacía.

¿Sin mala intención?

“Los feligreses están asustados, preocupados y dolidos”, declaró el párroco.

Un hecho de estas características, aunque no llegue a ser una profanación de tipo sacrílego, ofende a los creyentes, que ven agredido un espacio sagrado, un lugar de encuentro con Dios en el recogimiento de la oración y de encuentro con los hermanos en la celebración de la fe.

Siempre que nos encontramos ante una agresión de este tipo, surgen las preguntas: ¿a qué se ha debido?

En ocasiones, puede ser un acto intencionado por parte de un grupo satánico o de algún tipo de práctica ritual, con propósito claramente sacrílego y de hacer daño a la Iglesia como comunidad (más allá de la iglesia concreta).

Y así se da la profanación de la eucaristía reservada en el sagrario o de imágenes sagradas y elementos litúrgicos.

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foto cortesia

Otras veces el móvil es meramente material, con el consiguiente robo de objetos de valor, dinero, obras de arte, etc. O bien por parte de personas que han estudiado concienzudamente el templo, sus componentes valiosos y sus fallos de seguridad, o bien por parte de ladrones que actúan con rapidez para llevarse lo que a primera vista es más apetecible.


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En esta ocasión, la razón parece clara, ya que el hecho está grabado: según la persona que descubrió los destrozos en la iglesia, por parte de las jóvenes “no había un ánimo de robar. Una de las chicas estaba hablando por el micrófono, se sentaban encima del altar y en un momento de la grabación también se les ve bailando, como burlándose”.

No es un hecho aislado

Llama la atención la banalidad con la que actuaron, al no demostrar ni el mínimo respeto que se debe a cualquier lugar, ni la sensibilidad con un espacio considerado sagrado, en este caso, por los católicos. La falta de civismo es clara y merece toda reprobación.

Pero podemos mirar alrededor y ver otros ejemplos de vandalismo en lugares religiosos. Baste con la interminable lista de iglesias, ermitas, santuarios, capillas… que son usadas como “lienzo” de los grafitis.


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Y hasta los cementerios a veces son objeto de agresiones, como pasó hace unos días en Osseja (Francia), donde dos adolescentes de 13 años dañaron hasta 30 tumbas simplemente porque pasaban por allí y se les ocurrió hacerlo.

Algunos pueden hablar incluso de una “moda”. Quizás sea exagerado, pero sí es cierto que se ha perdido el respeto a los lugares de culto, sean de la religión que sean.

¿Se trata de anticristianismo en el caso de las iglesias, o de islamofobia cuando se trata de mezquitas u oratorios musulmanes?

Habrá casos en los que sí haya un sentimiento antirreligioso, y hay que estar atentos para detectar a los responsables y averiguar qué se esconde detrás, porque puede haber grupos que difundan un discurso de odio e intolerancia contra alguna religión determinada (o contra todas).

Otras veces estaremos ante simple y puro gamberrismo o vandalismo… que resulta especialmente hiriente por atentar contra el mundo de las creencias, tan importante para las personas que configuran su vida desde la adhesión a una u otra forma de trascendencia.

La respuesta de los creyentes

La actitud de cualquier persona religiosa no puede ser la de revanchismo o ansias de venganza. Esto contradice cualquier idea creyente de la compasión, el perdón o la misericordia. Lo que no está reñido con que se denuncien estos actos y se pida justicia, necesaria para una vida social ordenada y pacífica.

Si hablamos, en concreto, de la Iglesia católica, y de los cristianos en general, la respuesta está clara, y se encuentra en la misma persona de Jesús, que, como Hijo de Dios, es la plenitud de la revelación.

Sus hechos y sus palabras –y, en este caso, también sus silencios– son la pauta de actuación de sus seguidores y lo que ellos mismos ofrecen a los demás como propuesta de vida nueva y alternativa.

¿A qué me refiero? A sus hechos de perdón y misericordia con los pecadores.

Sí, y sin romanticismos ni sensiblerías: grandes pecadores, personas malvadas fueron miradas con amor y ternura por Cristo y recibieron el regalo del perdón y el don de la conversión.

Me refiero también a sus palabras, condensadas en el “Sermón de la montaña”, donde llamó bienaventurados a los mansos, a los pacíficos, a los perseguidos… y donde pronunció la proclama más contracultural de la historia de la humanidad, yendo más allá de cualquier moral racional: “amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen” (Mt 5, 44), y “no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra” (Mt 5, 39).

Y también tienen mucho que “decirnos” sus silencios. Sobre todo el grande y largo silencio de Jesús en su pasión y muerte, apenas roto con pocas palabras… el silencio del Verbo encarnado que se deja matar, se hace víctima de la injusticia y del pecado para restaurar la justicia y la gracia.

Esta es la gran respuesta de Dios a la violencia humana, también a aquella a la que no encontramos sentido. La respuesta divina a las burlas gratuitas y agresiones inmerecidas.

¿Qué debe hacer la Iglesia?

La Iglesia, los católicos –y todos los cristianos– debemos enseñar el respeto a los lugares de culto, por supuesto. Y cuidarlos mucho.

Dar testimonio, con nuestra actitud cuando estamos dentro, de lo importantes que son las iglesias para nosotros, con nuestros gestos, silencio… y adoración.

A veces tenemos importantes déficits en este sentido: si pedimos respeto, empecemos nosotros respetando la casa de Dios.

¿Y cuando, como hemos visto, se producen agresiones vandálicas, burlas y destrozos? Contestar a los autores con la misericordia: esa Iglesia cuya iglesia han dañado –ya porque estuviera abierta, ya porque la hayan violentado– tiene y tendrá siempre abiertas las puertas para ellos.

La actitud de la comunidad cristiana tiene que ser siempre pastoral y maternal.

Habrá que preguntarse por lo que hay en el corazón de esas personas, sobre todo cuando son jóvenes, para que actúen así en su vida o lo hagan de forma especialmente violenta cuando se trata de la Iglesia.

Y presentarles el mensaje siempre nuevo del Evangelio, que llena el corazón y ofrece un proyecto de vida plena: la salvación.

En su exhortación Christus vivit, el papa Francisco propone a la Iglesia dos actitudes ante los jóvenes de hoy: “la capacidad de encontrar caminos donde otros ven sólo murallas” y “la habilidad de reconocer posibilidades donde otros ven solamente peligros” (n. 67). Muchos de ellos tienen grandes heridas, y ésta debe ser nuestra respuesta: “Jesús, lleno de vida, quiere ayudarte para que ser joven valga la pena” (n. 109).


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Para profundizar más:

– Vicente Jara, ¿Satanismo? ¿Provocación? ¿O sólo entran por dinero?, Aleteia, 16/07/13.

– Vicente Jara, ¿Qué medidas deberían tomarse ante las profanaciones de iglesias?, Aleteia, 16/07/13.

– Aleteia Francés, Por qué profanan iglesias y cómo responder, Aleteia, 21/03/19.

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