Ojalá permitamos que Dios hable en el desierto de nuestra soledad y podamos escuchar su voz
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La vida nos pone continuamente delante de las posibilidades, y lo que hoy somos es el fruto de las elecciones que hemos hecho. Encontrarnos con estas posibilidades, inevitablemente, nos trae un poco de angustia.
Nos damos cuenta de que nuestro futuro, la imagen de nosotros mismos, las relaciones con las personas que queremos, dependen de las elecciones que tomemos.
Decidir es difícil, es algo que no se debe hacer a la ligera y que toma tiempo. Ante las expectativas que el mundo y las personas tienen para nosotros, necesitamos distanciarnos, confrontarnos con nuestros verdaderos deseos y con los valores que realmente queremos alcanzar y que mueven nuestra vida, y no con los que los demás quieren o esperan.
Cuando nos enfrentamos a una decisión estamos solos. Nadie puede elegir por nosotros. Nos pueden aconsejar, guiar, alentar; pero la decisión está absolutamente en nuestras manos.
La imagen del desierto es la imagen de esta soledad en la que nos encontramos cuando tenemos que decidir. Si el Espíritu nos guía al desierto de la decisión, es igualmente cierto que el Enemigo intentará distanciarnos de nuestra felicidad.
La forma en que lidiamos con esas tentaciones que se nos presentan en el proceso, construye nuestra identidad y nos hace descubrir quiénes somos, pues en ese desierto nos enfrentamos a nuestros miedos, a nuestra indecisión y a los obstáculos que nos impiden avanzar.
La tentación a menudo se presenta a través de la ambigüedad, nos empuja a optar por lo más fácil, a optar por el egoísmo, a utilizar medios ilícitos para alcanzar nuestras metas.
Cuántas opciones, no solo personales, sino también sociales, han pasado y pasan por esta dinámica. Abrazamos los medios del mal, escondiéndonos detrás del pretexto de que al final será bueno para todos.
Sin embargo, el tiempo del desierto es también el momento de la mayor cercanía con Dios, el tiempo en que nos experimentamos acompañados por Él, el tiempo en el que nos damos cuenta de que Dios cuida de nosotros.
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El tiempo de decisión, por complejo y agotador que sea, es también el tiempo en el que podemos experimentar el amor de Dios.
Pero a pesar de que encontremos a Dios, también nos podemos sentir sumergidos en el vacío. Podemos sentirnos tentados de pensar que Dios no vendrá en nuestra ayuda.
Nos comportamos como niños caprichosos, niños que exigen la confirmación continua de sus padres. Pero, ¿qué amor es el que necesita confirmación constante?
El enemigo nos quiere empujar a creer que somos ese tipo de hijos que pueden disfrutar del privilegio de obligar a su padre a rescatarlo cuando lo necesite.
Es la tentación que experimentamos ante la duda de no ser amados, pues cuando nos vemos obligados a decidir, -la mayoría de las veces- nos ganan nuestros miedos.
La duda se apodera de nosotros: “y si me sale mal”, “y si no soy suficiente”, “y si no me entiendo con el nuevo escenario”, “con lo cómodo que estoy, para qué otras cosas”.
Las dificultades imaginarias se cruzan en el camino y nos paralizan hasta lograr que nos olvidemos de que necesitamos decidir. Dejamos que el tiempo pase, para después seguir y añorar aquella ocasión que tuvimos y que desaprovechamos.
Hoy es el día para animarse a tomar las decisiones que nos están esperando. Ojalá tengamos la posibilidad de ver con claridad. Ojalá permitamos que Dios hable en el desierto de nuestra soledad y podamos escuchar su voz.
Animémonos a decidir. Lo peor que nos puede pasar es que nos equivoquemos y que tengamos que rectificar.
¿Qué es lo que hoy nos impide tomar las decisiones importantes? ¿Miedo al fracaso, a quedar solo, o a perder lo obtenido? Pongámosle un rostro, porque cuando lo vemos comienza a desaparecer.
Y ojo, frente a las decisiones en nuestra vida, no siempre tenemos que ir hacia adelante. A veces la mejor decisión es detenerse.
Hay que encontrar los caminos donde no están. Es allí cuando nuestro interior, en momentos de crisis, se fortalece, crecemos y empezamos a dar pasos donde nunca hubiéramos pensado.
No se va adelante de cualquier manera, pero de alguna manera hay que avanzar.