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Religiosas de Maryknoll en El Salvador: Secuestradas y asesinadas

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Sandra Ferrer - publicado el 29/02/20
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En las zonas más violentas de Centroamérica, la misionera norteamericana Maura Clarke trabajó para los más necesitados hasta que fue brutalmente asesinada

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La vida de Maura Clarke es el ejemplo claro de renuncia y vocación para con el prójimo. Podría haberse quedado en un entorno tranquilo, con sus hermanas de la comunidad de Maryknoll en los Estados Unidos, pero decidió que había venido a este mundo para ayudar a quienes más los necesitaban.

Mary Elizabeth Clarke había nacido el 13 de enero de 1931 en una familia católica de raíces irlandesas que se había instalado en Nueva York.

La mayor de tres hermanos, Mary Elizabeth tuvo una infancia feliz en el bonito barrio irlandés de Rockaway, conocido como “La Riviera Irlandesa”.

Cuando terminó sus estudios de bachillerato, sintió la llamada de Dios y se unió a las hermanas de Maryknoll en Westchester, una comunidad que tenía una larga experiencia preparando misioneras.

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Tras pasar unos años ayudando en una de las zonas más deprimidas del barrio neoyorquino del Bronx, decidió dar un paso muy importante en su vida.

A finales de la década de 1950, y a pesar de los miedos de sus padres, Mary Elizabeth mostró su deseo de viajar a Nicaragua como misionera.

En su nuevo hogar, conocida como hermana Maura, asumió el duro reto de enfrentarse a un mundo en el que la violencia estaba a la orden del día.

A pesar de las dificultades, nada parecía frenar a esta mujer entregada a los más necesitados. Todo lo que tenía se lo daba a ellos, cosas materiales y ayuda espiritual.

La hermana Maura sobrevivió a duras pruebas como el terrible terremoto que en 1972 arrasó Managua llevándose por delante la vida de miles de personas y dejando a su paso un número incontable de heridos.

La parroquia en la que vivía la hermana Maura junto con otras religiosas de la congregación se mantuvo en pie pero tuvieron que salir por una ventana.

Habían perdido prácticamente todo pero al momento se pusieron manos a la obra para buscar a desaparecidos entre los escombros, enterrar a los muertos, curar a los heridos y reconstruir un mundo que parecía haberse hundido bajos sus pies.

En 1977, regresó temporalmente a los Estados Unidos para encargarse de las nuevas vocaciones de la comunidad de Maryknoll y aprovechó para reencontrarse con su familia.

Allí permaneció durante tres años por lo que fue testigo en la distancia de la caída de la dictadura de Somoza en Nicaragua, que tuvo lugar en el verano de 1979.

Pocos meses después, regresó al que se había convertido en su segundo hogar durante dos décadas pero solamente por un periodo breve de tiempo.

Pronto decidió encaminarse hacia otro lugar que en aquel momento ella consideraba que más requería de su ayuda. La hermana Maura se trasladó a El Salvador, otra de las zonas en conflicto más peligrosas de Centroamérica. Allí, hizo oídos sordos a las amenazas de muerte y siguió trabajando para los más desfavorecidos.

A finales de 1980, ella y otra religiosa de la congregación, la hermana Ita Ford, viajaron a Managua para asistir a una reunión de la comunidad de Maryknoll.

A su regreso, las hermanas Jean Donovan y Dorothy Kazel acudieron al aeropuerto de San Salvador para recogerlas, ajenas a la férrea vigilancia que las fuerzas de la Guardia Nacional estaban ejerciendo sobre las religiosas.

Cuando salieron del aeropuerto, fueron secuestradas y ejecutadas. Algunas fuentes aseguran que algunas de las hermanas fueron violadas y torturadas. Lo cierto fue que en las cercanías se oyeron unos disparos y horas después fueron encontrados sus cuerpos.

Solamente la sinrazón del mundo terminó con la impagable labor de aquellos ángeles que trabajaron sin descanso toda su vida por mejorar las condiciones de pobreza en la que vivían muchos de los habitantes de aquellas zonas deprimidas y amenazadas constantemente por la violencia de la que la propia hermana Maura había sido testigo durante años.

La familia de la hermana Maura Clarke trabaja en la actualidad por conseguir que sea canonizada por la Iglesia católica.

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