Montse, profesora de dibujo, quiso que su padre se encontrara bien en la residencia de ancianos. Descubrió que con el arte podía conectar mejor con él y con sus alumnas. Nunca habría imaginado Montserrat (Montse) Pellisé que con el arte podría conectar tan bien con su padre cuando éste llegara a la vejez.
Santiago tiene 88 años y padece una demencia vascular. Esto comporta algunas limitaciones: la desorientación, la falta de capacidad para decidir qué hacer a continuación, la dificultad para concentrarse… La situación familiar hizo que su esposa, Elisa, y sus hijos, Montse, Jaume y Laura, decidieran que estaría mejor atendido en una residencia de ancianos.
Montse acude con frecuencia a visitarle. Hablan, le hace compañía, evocan recuerdos familiares… Ella es profesora de Dibujo Artístico en el instituto Màrius Torres de Lleida (España).
Aprendió a dibujar con más de 80 años
“Lo que no podía imaginar es que mi padre aprendería a dibujar con más de 80 años”, explica. Le llevaba material: papel, lápices de colores… Y lo que comenzó como un intento, se convirtió en una afición que despertaba en su padre un gran interés: “Todos hemos visto sus ganas de aprender con el dibujo. Le motivaba, le ilusionaba. pintó en acuarela, se atrevió con la figura humana… ¡Llegó a hacer escorzos!”.
De todo esto Montse hablaba con sus alumnos en el instituto, también para animar a los adolescentes: “Bromeaba con ellos y cuando algo no les salía bien, les decía: “Si un abuelito puede hacerlo, ¿cómo no lo vas a poder hacer tú?”.
“En la ancianidad ha reencontrado esta faceta oculta”
“Hay que tener en cuenta que mi padre ha sido agricultor toda su vida, pero está claro que en la ancianidad ha reencontrado esta faceta oculta. Seguro que a otras personas puede ocurrirles lo mismo”, dice Montse.
Pero Santiago hizo un bajón
Como la demencia va haciendo su curso, explica que “en primavera del año pasado, papá hizo un bajón y dejó de dibujar. Habían sido 3 años de proceso maravilloso, en los que el dibujo y la pintura nos sirvieron como forma de comunicación. Aquello supuso un duelo para mí. Yo le seguía llevando dibujos de mis alumnos y le gustaba”.
Pero las cosas no acabaron aquí.
Una idea que cambiaría la situación
Montse se sintió movida a hacer un homenaje a su padre, algo que fuera más allá de cerrar una etapa. Sus padres -él agricultor y ella maestra- se esforzaron por dar a los 3 hijos una educación. Con sacrificio, Montse pudo estudiar Bellas Artes en Barcelona y ha podido levantar una hermosa familia. ¿Por qué no iba ahora a poder agradecer toda esta vida precisamente a través del arte?
Aquí puedes ver las imágenes de este relato, en la galería fotográfica:
Al mismo tiempo, en la Les Garrigues, residencia de ancianos y centro de día de Les Borges Blanques, la fisioterapeuta Teresa Martínez era también la animadora cultural y pensó que, al igual que con Santiago, el arte podía crear un mejor ambiente para todos los abuelitos. Montse le propuso entonces pintar un mural en las paredes del jardín: algo que cambiara el gris por colores más alegres y vistosos.
Propuestas de los alumnos para dar vida a la pared
Y comenzó un proyecto que iba a dar mucho juego. “Primero pensé en algo relacionado con la papiroflexia, pero un día se me ocurrió por qué no proponer a mis alumnos que como proyecto de final de curso crearan un mural para la residencia de ancianos”. Los estudiantes se entusiasmaron.
“Con ellos tengo una relación que va más allá de la materia”, explica Montse. “El dibujo artístico no solo es académico, hay emociones, sentimientos, y hablamos”. Todo eso cristalizó en unas 40 propuestas para un mural que haría la vida más agradable a los ancianos.
Los abuelitos decidieron qué dibujo preferían
Los abuelitos, no solo Santiago, tenían mucho que decir. “Les presentamos todos los bocetos de mural y fueron ellos finalmente quienes decidieron qué dibujo iba a la pared“.
“Lo curioso fue que el equipo directivo había hecho una primera selección y había escogido un dibujo precioso en el que se ve a una pareja de ancianos de espaldas caminando juntos. Los abuelitos, al verlo, dijeron que aquello les entristecía, les hacía inminente la muerte y preferían algo más vivo y alegre. Hicimos una exposición con todos los bocetos durante un mes, votaron los ancianos y sus familiares y finalmente salió ganador el proyecto que ahora puede verse en las paredes del jardín”.
El mural es alegre. Sobre un fondo azul celeste, hay una anciana haciendo pompas de jabón y un anciano agricultor a la sombra de un olivo (el árbol típico de la zona). Al fondo se ve su pueblo, con el campanario que sobresale. Son elementos que conectan con los ancianos y están en color”.
Los abuelos, entre ellos Santiago, pasan muchas horas en el jardín, sentados o paseando, y el mural se ha convertido en su paisaje de fondo.
Pintando los tres meses de verano
Montse y tres alumnas pintaron el mural: Sonia (la autora del proyecto), Nerea y Sonia, estudiantes de 1º y 2º de Bachillerato, de 16 y 17 años.
Para las estudiantes, supuso un verano especial: “Sonia tuvo que tomar dos autobuses de ida y dos de vuelta cada día para ir de su casa a la residencia. En total, 150 kilómetros diarios“. Otra de las alumnas, “durante las vacaciones trabajaba en un supermercado por la mañana, yo la recogía a las 2 del mediodía e íbamos juntas en coche a la residencia, a 6 km. Así ella podía pintar 3 horas al día”.
Comenzaron el mural en julio y lo acabaron en septiembre. Fueron días de mucho sol, con el calor propio de Lleida, muchos días a más de 30 grados pero entusiasmadas con el trabajo y viendo cómo iban despertando la alegría de los ancianos de la residencia. “Siempre nos acompañaban cuando pintábamos, iban comentando y opinando, y el equipo de la residencia nos ayudó en todo el proceso, con Teresa muy involucrada”, recuerda Montse.
Un regalo inesperado
El mural siguió dando sus frutos, más allá de lo previsible. “Los médicos nos habían insinuado que debíamos estar preparados para aceptar el bajón de mi padre, sobre todo porque ya había dado signos de ir perdiendo más facultades. Y en la familia lo íbamos aceptando. Para mí, esa etapa en que ya no dibujaba y ver su deterioro era el duelo más intenso que me ha tocado vivir”.
“Pero conforme avanzaba la pintura del mural en la pared, papá se fue activando. Era increíble, iba como despertando de nuevo su curiosidad, su interés… Un buen día se levantó del asiento donde estaba y se nos acercó para ver con detalle lo que hacíamos”. Para Montse quedó patente que el arte le devolvía de nuevo a la conexión con su padre y aquel mismo despertar estaba pasando en otros ancianos de la residencia.
Hoy el mural, con su abuelita haciendo pompas de jabón, el abuelito, el olivo y el campanario, siguen acompañando a los ancianos y, cómo no, a Santiago. “Las alumnas están felices con el trabajo que hicieron. Para ellas fue un trabajo especial. Y tanto para mí como para el equipo directivo y el personal de la residencia, será un verano inolvidable“.
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