No debería perder el tiempo en otras cosas que no fueran amar y ser amado
¿Qué se puede hacer para cambiar mi historia? ¿Cómo se hace para volver al pasado sin que nada malo haya ocurrido? Retroceder como en una película al momento antes de la decisión equivocada. O simplemente borrar aquellas partes de mí que no me gustan.
Me gustaría tener ese don para eliminar de mi vida la enfermedad, la cicatriz, la muerte, el accidente, el robo, el error. Algo así como un avance que impidiera sufrir al ser humano.
Pero por más que lo intento no consigo alterar nada de mi historia pasada.
¿Cómo se puede cambiar la historia futura?, me pregunto asombrado mientras mis ojos contemplan el sol que se pone cada atardecer. ¿Qué estoy haciendo yo para cambiar la historia venidera?
Me encaro con Dios algunas veces pidiéndole explicaciones. Porque al fin y al cabo si mi vida es fruto de un plan de amor, ¿no debería ser posible que el amor siempre triunfara?
Y me encuentro muchas veces enfrentado al mal, al odio, a la ira, a la destrucción, al accidente, a la pérdida. Y me confronto con la desilusión, el fracaso, la soledad, la difamación.
No sé bien cómo será todo después de la muerte. No tengo ni idea. Pero sí tengo una intuición verdadera que sostiene mi camino.
Creo, que una vez deje de latir mi corazón, mi alma, y en ella toda mi vida, seguirá caminando. Y una vez que se apaguen las luces de mis ojos se encenderá la luz de mi alma y seguiré viendo, seguiré amando, seguiré viviendo.
Esa certeza íntima me conmueve y al mismo tiempo me da esperanza. Mi misión no se acaba en estos pocos años, mi vida es para siempre.
Con lo cual sé que muchas de las cosas que ahora me preocupan de forma casi obsesiva, tal vez sean relativas. Y algunas de las cosas que me parecen fundamentales a lo mejor resulta que son accesorias.
Invierto tanto tiempo en lo no importante, me desgasto de tal forma por aquello que no merece tanto la pena. Con los ojos del alma veré todo de forma diferente.
Soñaré como ahora, pero con espacios más amplios. Me vestiré de trajes nuevos que rezumarán esperanza. Y hablaré con palabras que aún desconozco mostrando un infinito que me parece hoy incierto.
Pensar así me da paz, alegra mi alma, sobre todo cuando me altero preocupado por el futuro, por los miedos que tengo a perder lo que ahora poseo.
Entonces miro mi vida detenida en el suspenso de una vela que se va consumiendo lentamente ante mis ojos. Creo que así es mi amor cuando se consume.
No debería perder el tiempo en otras cosas que no fueran amar y ser amado. No debería angustiarme por preocupaciones que me quitan el sueño de forma tan inútil.
Me gusta la vida que poseo y más aún me gusta lo que seré un día. Me calma pensar que mi vida está en manos de un Dios que me ha pensado, soñado, ideado y me abraza tiernamente.
No me preocupa que los caminos no sean siempre tan claros y diáfanos. Tomaré decisiones equivocadas, eso seguro. Me detendré en lugares donde no debería detenerme. Pasaré de largo ante personas que deberían ser importantes.
Lo haré sin querer o queriendo. Me he encerrado en mi egoísmo que me hace buscarme a mí mismo en lugar de pensar en los demás.
Es tan fácil caer llevado por el peso de mi ego que es más grande que mi propia alma… ¿Cuándo va a educarme Dios para que aprenda a mirarlo a Él en cada momento?
Tengo en mi alma un vacío inmenso que sólo Dios puede colmar. Y yo intento llenarlo de cosas vacuas que no logran ni siquiera hacerme esbozar una sonrisa.
He decidido comenzar esta Cuaresma sonriéndole a la vida. ¿Para qué sirven las miradas tristes y los ojos sombríos? Para nada y quitan fuerza.
He decidido emprender el camino por rutas nuevas con el corazón alegre. Disfrutar el presente como si fuera único. Alegrarme con las cosas pequeñas, esas que a veces no valoro, porque estoy pendiente de las que yo creo más importante.
La vida son dos días y pienso que estos cuarenta días camino al desierto son para mí una oportunidad para empezar a poner las cosas en su sitio.
¿Por qué me desangro preocupado por tonterías cuando la vida es mucho más que eso?
He decidido elevar una bandera blanca de rendición para no oponer resistencia a ese amor inmenso que Dios me tiene. ¡Cuánto me cuesta dejarme querer!
Dejar que otros me quieran hace posible que yo mismo acabe queriéndome pese a las dificultades que encuentro para valorarme y apreciar lo que valgo.
He decidido entonar una canción alegre de esas que llenan el alma y que te hacen recordar la melodía de forma permanente. Como si se hubiera quedado pegada a la piel.
He decidido emprender un camino largo. Ese que va de mi corazón al corazón de Dios, ese que lleva a mi propio corazón, ese que va al corazón del que está más cerca. Curiosamente suele ser el camino más largo.
He decidido esta Cuaresma no hacer tanto ayuno que me ponga triste y melancólico. Pero sí he decidido ayunar de tantas cosas que me quitan la paz y me ponen inseguro y nervioso. Tantos ruidos que alteran mi silencio. Tantas voces que inflaman mi nostalgia.
He decidido no rasgarme las vestiduras sino todo lo contrario, vestir al desnudo, cubrir al que me necesita, acudir ante el que llora, servir al inocente, cuidar al enfermo, sostener al moribundo.
He decidido romper una lanza en favor de la paz. Y no levantar la voz contra aquellos que quieren alterarme.
He decidido decir que sí muchas veces y decir que no muy pocas. No por pensar que soy imprescindible sino más bien por pensar que he venido a servir al que me necesita.
He decidido enterrar en la tierra la semilla más sagrada que tengo en el alma. Regarla con cuidado y dejar que crezca, aunque no sepa bien el árbol que dará como fruto.