No hace mucho, vi un vídeo producido por The New York Times sobre un ecologista llamado Gordon Hempton. El vídeo sigue a Hempton mientras busca lugares en lo profundo del bosque que estén libres de ruidos artificiales. Hempton no busca el silencio como una forma de escapar; más bien, intenta establecer una conexión. "El silencio no es la ausencia de algo, sino la presencia de todo", afirma.
Si estamos en silencio y escuchamos, si de verdad escuchamos realmente los sutiles sonidos del mundo natural o las palabras de otra persona, nos vemos atraídos hacia una experiencia más plena de la realidad que, de otra manera, habríamos pasado por alto. Es la oportunidad para salir de nuestras propias cabezas, alejarnos de los pensamientos que repiquetean en ese incesante monólogo interior que llevamos con nosotros todos los días. También es la oportunidad para retirarnos de los ruidos distractores que nos rodean diariamente. Nos estamos ahogando en ruidos y, por eso, hemos perdido la capacidad de escuchar.
Para poder escuchar de verdad, es imprescindible superar el primer obstáculo: nosotros mismos. Hempton explica al final del vídeo: "Lo que más disfruto es que, cuando escucho, desaparezco. Yo desaparezco".
Dejar a un lado el ego
Para escuchar, hay que dejar a un lado el ego. Pensadlo, ¿cuántos de nosotros no estamos escuchando realmente al otro? ¿Cuántos de nosotros solamente esperamos a que la otra persona deje de hablar para que llegue nuestro turno de intervenir? Estamos tan ansiosos de escucharnos hablar a nosotros mismos que dejamos de escuchar a nuestro interlocutor; sencillamente esperamos a que nos toque hablar otra vez.
Piensa en cuánto nos estamos perdiendo de esa manera: la oportunidad de tranquilizarnos y encontrar calma interior, la oportunidad de aprender algo nuevo, la oportunidad de crear una conexión humana genuina. Esto último es importante. Más que nada, a mi parecer, deberíamos esforzarnos en escuchar porque amamos.
Escucho a mi esposa cuando me cuenta su día porque quiero compartir su vida. Escucho a mi amigo tomando un café porque es mi regalo para él o ella. Me detengo a escuchar los aleteos de los gansos en migración en el cielo porque siento amor por cada uno de los días de mi vida que tengo el privilegio de experimentar sobre este hermoso planeta.
Uno de los dones reales de la Cuaresma es que nos fuerza a escuchar. Es una época de contemplación callada, subrayada por oraciones y sacrificios adicionales que nos sacan de nuestra rutina habitual. Cada Cuaresma, cuando pienso en cómo quiero dar un paso adelante en mi disciplina espiritual, descubro que es esencial dedicar tiempo al silencio para poder escuchar de verdad.
Soy pastor de una parroquia y, a menudo, cuando cierro la iglesia por la noche, apago las luces hasta que lo único visible en la oscuridad es el brillo rojo de la vela del tabernáculo. Entonces me siento. En silencio. Escucho la poesía del espacio. Cada lugar tiene un sonido propio. ¿Cuál es el sonido de una iglesia de noche? Es el sonido de los brazos de una madre abrazando a un hijo.
Un sonido puede transformar una vida. Cuando me siento en mi iglesia a escuchar, me invade un sentimiento de paz que rara vez siento en otro lugar. Sin embargo, lo cierto es que podría ser cualquier sonido. Podría ser el sonido de un trueno entre las colinas, las gotas de lluvia golpeteando el tejado, el crujir de las ramas extendiéndose hacia el cielo, podría ser la inspiración de un bebé en mitad de su siesta o una pisada en la nieve o las risas de niños jugando en un patio. Porque, igual que en la lectura de un poema, también hay arte en el saber escuchar.
Así lo cree el filósofo Erich Fromm, quien en su libro El arte de escuchar habla sobre cómo todo arte tiene unos principios y técnicas racionales. Aquí están sus reglas para convertirse en un mejor escuchante:
- Concentrarse por completo
- Pensar en nada más que en escuchar.
- Aplicar la imaginación a lo que estás escuchando.
- Empatizar con lo que estás escuchando.
- Descubrir alguna forma de amor hacia la persona o cosa que estás escuchando.
Siguiendo estas pautas, todos nosotros podemos practicar el fino arte de la escucha. Es un hábito que recompensa a todo el que lo practica. No solo es un acto de amor que los demás percibirán y valorarán, no solo mejorará nuestras relaciones y nos ayudará a tener conversaciones mejores y más fructíferas, sino que siempre que escuchemos atentamente, oiremos la presencia de un gran misterio, una antigua presencia enriquecedora integrada en la creación. Es el tranquilo y silencioso susurro de Dios.
Esta Cuaresma, es hora de que todos empecemos a escuchar.