En el consultorio de Aleteia he escuchado muchas historias positivas sobre el valor de la autenticidad en muchas las personas y otras que no lo son tanto, en relación a quienes padecen soledad, aislamiento, y hasta deterioro mental.
Un día atendí a una persona que estuvo ingresado en un psiquiátrico tras perder la consciencia y la razón, desconocer la verdad sobre sí mismo y entrar en profunda depresión.
En nuestro encuentro no habló ni de culpas ni de arrepentimiento. Según él, jamás había hecho nada malo, y si así había actuado realmente, en todo caso sería sin querer.Necesitaba ser escuchado hablando de sí mismo, de las razones y motivos de los hechos de su vida. Siempre en un continuo reproche hacia los demás, y, sin saberlo, en un ininteligible reclamo de compasión por errores jamás reconocidos.
En historias así, la conciencia con respecto a la malicia de los actos disminuye. Se considera aceptable lo que no lo es, o como levemente malo aquello que, de suyo, es muy grave.
Son historias con razonamientos sin razones, como:
Para finalmente dejar de hacer cualquier consideración moral, pues “el que no vive como piensa acaba pensando cómo vive”.
Cuando se han instalado en esta condición, uno evita todo que les puede hacer reflexionar o sentir la necesidad de apelar a las fuerzas del espíritu, para dar con la verdad, interesándose solo en moverse en la superficie de las cosas. Tienen la cobardía de no querer enfrentarse con ellos mismos.
De esa manera, se sienten con la libertad de construir su propia consciencia. Hacen del autoengaño una forma de vida, mintiéndose, escuchándose, y creyéndose a sí mismos; porque según ellos, así es como le funcionan las cosas. Sobre todo, cuando la vida parece “sonreírles”, sin advertir que se trata solo de una grotesca mueca.
Así, se convierten en reyes de su propio reino de miseria, para ser infieles a la esposa, a su deber de padre, amigo, hijo, hermano, trabajador, ciudadano etc.… Eso sí, con ciertos límites, marcados no por su prudencia, sino por su astucia para guardar las apariencias.
Y cuando sienten ser descubiertos, suelen ser agresivos en su “fortaleza”
Finalmente, cuando inevitablemente el destino los alcanza, su castillo construido sobre arena se derrumba. Muchas veces ni siquiera reconocen haber sido pésimos constructores, pues “genio y figura hasta la sepultura”
Personas en cuyo epitafio bien podría escribirse: “Aquí yace el falso yo de quien vivió toda su vida fuera de la realidad de sí mismo y de los demás”.
Es así, porque en el drama del autoengaño, lo primero que se pierde es la consciencia, y después la cabeza, el entendimiento de lo real, para finalmente aparecer la debacle moral, y un caudal de desastres en todos los aspectos de la vida.
Con todo, muchas de estas personas tienen su oportunidad, cuando la conciencia sigue siendo capaz de advertirles que viven en el autoengaño. Tiempos en los que a su sensibilidad e inteligencia aún les interpelan, y, si deciden escucharlas, tienen entonces esperanza de salvación luchando por recuperar algo, o todo de la verdad de sí mismos.
Y … más vale tarde que nunca.
El entendimiento es la consciencia de la verdad, y el que llega a perderla entre las mentiras de su vida, es como si se perdiera a sí mismo, porque nunca volverá a encontrarse ni a conocerse, y el mismo vendrá a ser otra mentira en donde al final de su vida no quedara nada de su verdadero yo. Del libro: Amor y autoestima de Michel Esparza.
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