Habla Vanessa, hija de la primera víctima italiana del coronavirus. Reivindica su dolor: era papá, marido y abuelo. Tenía amigos, pasiones, ex compañeros… es mucho más que la causa de su muerte
La hija de un anciano que fue el primer paciente en morir por el coronavirus (COVID-19) en Italia habla sobre su dolor. El dolor privado de su familia se ve eclipsado en el ojo público por la intrusión del nuevo coronavirus, que está constantemente en las noticias.
El testimonio de Vanessa, sin embargo, es clave para comprender nuestros propios temores. ¿Por qué tenemos tanto miedo de esta epidemia? Porque es contagiosa y puede quitarnos a quienes amamos. Si, tenemos miedo, y a veces actuamos sin pensar, pero debemos aprovechar esta situación para preguntarnos acerca de las tres cosas que realmente importan en la vida: ¿Para qué nací? ¿A dónde voy después de esta vida? ¿Qué pasa con los que amo?
¿Quién era Adriano Trevisan antes de ser la primera víctima italiana de coronavirus?
El hombre de 78 años de la ciudad de Vo’Euganeo, en el norte de Italia, murió después de 10 días de hospitalización, ni siquiera con el tiempo suficiente para trasladarlo a instalaciones mejor equipadas, informó el gobernador local. Cuando falleció, la Fiscalía de Padua abrió una investigación para determinar los protocolos y las medidas de contención.
Mientras tanto, sin embargo, su historia debe volver a su lugar apropiado, el de la tristeza y las lágrimas de quienes lo amaron, de los recuerdos y las oraciones. Era padre de tres hijos, incluida Vanessa, que ahora tiene 45 años, y ex alcalde de Vo’, un pueblo de unas 3.300 almas, que viven con miedo a la sombra de esta enfermedad mortal.
Él era mi padre, era el abuelo de “la niña”
“Un león alegre a los 78 años, era autosuficiente: conducía su automóvil y salía solo. Nadie en el pueblo lo llamaba Adriano; para todos era “el moro” debido a su tez oscura. Cuando era joven comenzó una empresa de construcción con cuatro amigos y docenas de empleados. Construyó la mitad de la provincia de Padua. Apasionado por la música de ópera, iba al Verona Arena a ver conciertos”. (Repubblica)
Le encantaba jugar a las cartas en el bar con amigos. Su pasión era la pesca, y hablaba de política. No iba a la iglesia, y viajar no estaba en su lista de preferencias: “Fíjate: cuando nos preguntaron en el hospital si había estado en el extranjero recientemente, mi madre dijo que ni siquiera la había llevado de luna de miel”.
Él y su hija también solían discutir acaloradamente, especialmente sobre política. La único que calmaba su carácter era la pequeña Nicole, la hija de Vanessa, que ahora tiene 13 años:
“La llamaba ‘la niña’, eapiccoa en dialecto veneciano. Antes de Nicole, yo era su eapiccoa. Somos una familia muy unida. Me gustaría que mi padre sea recordado por cómo vivió, no por cómo murió”.
Quiero que deje de ser solo un número
Era anciano, sí, pero cuando alguien muere, esa persona sigue siendo papá, esposo, abuelo, amigo de alguien. Incluso los más solitarios entre nosotros nunca son olvidados por Dios, que vela por cada uno de nosotros más que las madres más devotas.
Ni siquiera aquellos que se apartaron de Dios en su vida terrenal son abandonados por Él. ¿Qué podemos saber cualquiera de nosotros acerca de la conciencia del difunto, la batalla en su alma, la ayuda sobrenatural que pudo haber recibido?
Lo que hace que la pena de Vanessa sea mucho más intensa es que su amado padre sea considerado como un “caso”, etiquetado como “la víctima número uno”, y eso es todo. La riqueza de cada alma individual es imposible de demostrar pero es evidente para cada uno de nosotros desde nuestra propia experiencia. No hay medida de cuán preciosos somos.