Dios me regala todo en la vida para que aprenda a vivir, de mi mirada depende cómo vivir este tiempo
Mis ojos están cansados de tanto ver luz sin ver. Cansados de no reconocer a Jesús. Cansados de no ver más que la oscuridad. Cansados de ver sólo rostros y no corazones.
Dios mira el corazón. Yo me fijo en la apariencia. Veo rostros, no corazones. Veo la superficie de las cosas, no la hondura bajo el agua.
Me gustaría tener un corazón capaz de ir a la profundidad. Me gustaría mirar más dentro de cada persona y ver a Dios oculto detrás de la apariencia.
Me cuesta ver, me cuesta creer. Tengo el corazón lleno de miedos y dudas. La fe es tan débil… Y recuerdo al zorro hablándole al principito:
“He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos. – Lo esencial es invisible para los ojos- repitió el principito para acordarse. – Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella”.
Importa el tiempo que paso con mi rosa, con los míos. El tiempo en el que cuido mis vínculos. La vida es siempre el mismo tiempo que tengo ante mis ojos. Puedo usarlo bien, puedo perderlo.
Lo esencial es lo importante. Y yo no veo muy dentro. Se me pasa por alto lo importante. Me fijo en lo que brilla y reluce. No sé elegir.
Me equivoco. Soy un ciego. Me quedo en los ojos, en el rostro, en las palabras. Y no logro ver de primeras el corazón. Juzgo y me confundo.
Soy un ciego para ver el alma de las personas que es lo que de verdad importa. Esa es mi ceguera. No comprendo que Dios me regala todo en la vida para que aprenda a vivir. Cada tiempo tiene su enseñanza y de mí depende leerla debajo de la superficie de las cosas.
Aprender a mirar no es tan sencillo. Comentaba una sicóloga:
“La felicidad no es lo que nos pasa sino cómo interpretamos lo que nos pasa. Elegir felicidad en lugar de infidelidad. Aprender a disfrutar en la medida de lo posible. La felicidad depende de superar heridas y dificultades”.
De mi mirada depende cómo vivir este tiempo. De mi forma de aprender a ver bajo la superficie de las cosas. En la vida puedo quedarme en el envoltorio de los regalos. Si relucen, si parecen valiosos.
Luego tengo que abrir el envoltorio y ver lo que hay en su interior. Mi ceguera me lleva a no saber ver bien lo valioso detrás de lo difícil.
Vivo quejándome de las circunstancias adversas. Me vuelvo inseguro. Pierdo las certezas. Mi queja ser eleva como un clamor, como un llanto. Busco culpables. Responsables de haber llegado a este punto. Alguien debería responder.
Mi ceguera no me deja ver más que lo malo que me rodea. El dolor, la enfermedad, el llanto. Mi ceguera me centra en mí mismo.
No veo, me siento inseguro y pienso sólo en mí, en salvar mi vida. La vida de los demás no me interesa. Sólo la mía es importante. Mi vida, mis sueños, mis caminos, mis logros. La vida de los demás importa menos.
Aprender a mirar supone un cambio de actitud ante la vida. En lugar de caminar cariacontecido sonrío, me río de la vida, miro todo con paz y esperanza. Necesito fe.
Si toda esta crisis mundial me enseña una nueva forma de mirar la vida algo habré aprendido. Esa es la verdadera Pascua que espero. El paso de Dios por mi corazón que me abre los ojos y me enseña a mirar muy dentro, a ver lo esencial, a apreciar lo que merece la pena.
El hombre de Dios, con la mirada de Dios, mira confiado en medio de la tormenta. No se amedranta ante las dificultades. Mira hacia delante y ve la luz al final del túnel.
Sonríe en la adversidad y le saca provecho a todo lo que le toca vivir. No se amarga, no se inquieta, confía. Esa mirada es la que yo necesito.