Estamos de alguna manera en tiempos heroicos donde cada uno debe crecer por dentro
De golpe ya no somos seres aislados en un mundo en el que los hombres y las mujeres luchan por sus intereses a menudo en conflicto con los intereses de otros ciudadanos.
Probablemente dentro de unos meses esta reflexión tendrá menos sentido si se detiene la pandemia y se da con la vacuna, sin embargo, ahora mismo nos debe llevar a redescubrir que formamos parte de un cuerpo social en el que cada uno es un eslabón muy valioso de la cadena y que de la conducta de cada uno depende el bien de los demás.
Y el bien de todos depende del respeto por las normas extraordinarias que se están decretando para alcanzar algo tan sagrado como nuestra propia vida y la vida de los demás. El confinamiento no es una lección pero en este tiempo podemos desarrollar estos valores.
Es tiempo de obediencia y solidaridad
Hay que pararse a pensar y medir cada uno de nuestros pasos. No vale el atolondramiento ni la frivolidad del “me da igual”. No da igual, las ideas y las normas son claras. Ya no sirve aquel “yo voy por libre”. O tampoco valen las proclamas de a “mi nadie me manda”.
Habrá quien se sentirá esclavizado por el poder. Y la respuesta es que quizá el poder se está poniendo al servicio de los ciudadanos de una forma nunca antes tan evidente. Es tiempo de humildad, solidaridad y obediencia.
Es tiempo de servicio
Mi tiempo ha empezado a estar al servicio de los otros, de nuestros familiares, de nuestros mayores que quizá deberán venir a casa si están solos. Cada uno debe ser parte de un todo en un sistema de servicios comunes en cada casa.
Y de la misma forma que las autoridades priorizan, marcan, deciden normas, horarios, medidas sanitarias exigentes, en el hogar, en familia debemos organizarnos jerárquicamente y marcarnos unas pautas que nos hagan domésticamente más eficaces.
Un ejemplo es la higiene. Otro es el orden. Hay actitudes entonces que desaparecen del mapa: como “espera un momento”, “después”, “a mí no me toca”, “yo ya lo he hecho”. Nadie se esconde en su rincón y todos, hijos, madres, padres, abuelos ponen sistemáticamente su granito de arena.
Es tiempo sin discusiones.
Probablemente la tensión crezca y la paz diaria se rompa en alguna ocasión, pero en función de los planteamientos anteriores la paz es más necesaria que nunca. Y de ahí viene la palabra paciencia.
No es nada fácil pues todos estamos nerviosos y la incertidumbre es grande. En este sentido las chispas van a saltar, pero deben ser apagarlas de inmediato.
El confinamiento cada vez va a ser más duro y la convivencia más frágil. Lo que parecían unas vacaciones se va a convertir en un pequeño enclaustramiento forzado que debe ser vivido con auténtica abnegación. Los gritos y las quejas nos debilitan, el silencio y la generosidad nos fortalecen.
Callar y transigir, calmar y tolerar el estado de ánimo de los otros es un bien muy preciado. La unión, no la discusión, hace la fuerza.
Es tiempo de austeridad.
De pasar con lo mínimo, de agradecer el vaso de agua y el techo que nos cobija. Los caprichos y las quejas resultan casi insoportables si las miramos auténticamente conscientes de los momentos que vivimos. Insistimos: no son unas vacaciones. Es un tiempo de prueba.
Una emergencia en la que cada uno debe pasar con poco. Y comer de todo lo que le ponen en el plato. Una prueba de resiliencia en condiciones muy adversas. Un ejemplo: nos encanta ver como el héroe de ficción sobrevive en las circunstancias más insuperables y nos solidarizamos con él y aplaudimos en nuestro corazón su capacidad de vencer los retos.
Pues estamos de alguna manera en tiempos heroicos donde cada uno debe crecer por dentro, se verá más abajo, para ser un héroe más en casa. Un héroe que va de la mano de otros héroes.
Es tiempo de quietud, de silencio, de paz interior.
Hemos visto cómo se trabaja hacia fuera, también se puede trabajar hacia dentro. En momentos excepcionales se debe crecer por dentro. Nos debemos dar sosiego entre nosotros y el sosiego para todos, quizá en espacios pequeños, vendrá primero de la paz interior.
Y la paz interior procede de la meditación y el silencio. Y meditar es también gestionar la vida interior en una dirección positiva, reflexiva, esperanzada. Hay que crecer desde dentro en esperanza y construir una fortaleza interior, una auténtica libertad interior, que nos haga capaces de no depender de la adversidad externa.
La fortaleza interior, la libertad interior es más resistente de lo que muchos imaginan. Hay que practicarla respirando hondo, hablándose a sí mismo con confianza: “Soy capaz de ofrecer lo mejor de mí en estas circunstancias, y lo mejor de mí es estar templado, calmado, atento a las necesidades de los demás que finalmente se alinearán con mis necesidades”.
Es tiempo de esperanza.
Prefiero hablar de esperanza que de optimismo. La esperanza se teje en el silencio y es una mirada cargada de paz que se contagia. Y se expande en nuestro rostro y en nuestros gestos. El esperanzado comunica casi sin quererlo.
El esperanzado levanta los corazones de los más afligidos, aunque deba utilizar una frase tan dura como: “Todas las pandemias han tenido un inicio y un final, vivamos la esperanza del final”. Y esa esperanza, sin banalidades, debe enfocarse también en la dirección de nuestras amistades a las que quizá solo hablemos/escuchemos en las redes sociales.
Primera norma: informarse bien. Segunda: no alarmar. Nos hemos de hacer fuertes en el interior de nuestro corazón, en casa y proyectar esta esperanza fuerte hacia fuera comunicándola también online.ç
Es tiempo de trascendencia.
El apartado anterior exige con insistencia dar un paso para considerar la trascendencia. Los no-creyentes quizá no podrán dar ese paso, aunque quieran, pero sí podrán apoyarse en la fe en Dios de los que creen.
Dios se ha hecho muy presente en estos días. El orgulloso hombre del avanzado siglo XXI, apoyado en su poder, económico, social, hoy se mira en el espejo y se ve más débil, más vulnerable. Más dependiente. Dependiente de la fuerza de todos los que luchan para liberarnos de esta pandemia.
Se están produciendo unas interesantes muestras de apoyo, reconocimiento y solidaridad hacia todo el personal sanitario que está en la vanguardia de esta guerra contra el Coronavirus. Dependemos de ellos, esperamos en su profesionalidad y, los creyentes, rogamos a Dios que guarde su salud, su propia salud, y la salud de todos aquellos que pasan por sus manos.
Tiempo de oración.
La oración es una fuerza incontenible, poderosa y de gran alcance.
Y la primera oración debe ser ofrecida por el personal sanitario que como hemos dicho está al frente de las trincheras jugándose la vida:
“Señor, cuida y da fuerza a los médicos, al personal de enfermería, auxiliares, celadores, personal de ambulancia, a todos los que sostienen la vida de un hospital, de una clínica para que sus manos salven vidas”.
Y en segundo lugar hay que pedir por los científicos que están investigando en medicamentos, vacunas, etc., para que el Coronavirus sea detenido:
“Señor, ilumina a los hombres y a las mujeres de ciencia que ahora investigan a contrarreloj para alcanzar una solución, la mejor, para paliar y parar el Coronavirus. Dales tu luz, hazlos sabios, porque de su ciencia hoy dependen muchas vidas”.
Y también le hemos de pedir al Señor que nos haga a nosotros mismos, en el hogar, en familia, en la comunidad online, más virtuosos, obedientes y solidarios, serviciales y pacientes, austeros y sosegados, esperanzados y capaces de apelar a la trascendencia. Capaces también de orar por todos.