Cómo santificar los domingos, Semana Santa y Pascua en tiempos de confinamientoCuando no es posible participar en la misa dominical, ¿qué es más adecuado? ¿Participar en una humilde celebración de la Palabra en casa, o seguir la misa por televisión, presidida quizá por el Papa desde la basílica de San Pedro con un coro estupendo? Sin quitar nada al precioso consuelo que nos puede aportar la misa transmitida por televisión, la respuesta es clara: la celebración de la Palabra.
¿Cómo puede ser? Cuando varias personas se reúnen en nombre de Jesucristo para celebrar su Palabra, con la intención de ser un solo corazón y un solo espíritu con su Iglesia, están realizando dos promesas eficaces, una formulada por el mismo Jesús y la otra por su Iglesia.
La primera promesa es de Jesús: “Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos” (Mateo 18, 20). Cuando en este tiempo de confinamiento nos reunimos en casa para celebrar su Palabra, no cabe la menor duda de que Jesucristo está presente entre nosotros.
La segunda promesa es de la Iglesia. En efecto, el Concilio Vaticano II (principalmente) nos enseña que cuando nos reunimos para leer la Escritura en Iglesia, nos habla el Verbo mismo de Dios, Jesucristo. Su Palabra, entonces, se convierte en auténtico alimento para nuestra vida.
Peo, ¿cómo podemos saber que estamos celebrando “en Iglesia”? Cuando ampliamos el horizonte de nuestra “asamblea” a los horizontes de la Iglesia y del mundo, y cuando seguimos las fórmulas litúrgicas que la Iglesia recomienda para estas celebraciones de la Palabra.
“Haz de tu casa una Iglesia”
Y si además, la asamblea reunida en casa (dos o más personas) está constituida por miembros de la familia, aunque se trate de una familia ampliada (tíos, amigos, vecinos…), constituye realmente Iglesia por gracia de la Iglesia doméstica (Cf. Lumen Gentium 11, Familiaris Consortio 21).
¿Qué es la Iglesia doméstica? La familia. “Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia”, explica el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 1657.
“Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida”.
No dejemos, por tanto, de escuchar a san Juan Crisóstomo, quien aconsejaba a un padre de familia: “Haz de tu casa una Iglesia”.
La Iglesia doméstica, secreto del milagro coreano
El catecismo y las celebraciones de la Palabra en familia son el secreto del milagro coreano. El nacimiento de la Iglesia en Corea fue ya de por sí un milagro.
La fe no fue anunciada en primer lugar por los misioneros, sino que fue descubierta a finales del siglo XVIII por un filósofo, Lee Byeok, y un grupo de amigos, gracias a libros en chino que cayeron en sus manos, en los que se presentaba la fe cristiana, escritos probablemente por Matteo Ricci.
Después de muchas peripecias, el primer sacerdote misionero llegó a Corea en 1836, cincuenta años después del primer bautismo de un coreano. En ese momento, el país ya contaba con unos 20 mil cristianos.
En 1845, fue ordenado el primer sacerdote coreano, Andrés Kim. Murió durante la gran persecución de 1846. A partir de ese momento, las persecuciones no cesaron durante un siglo, incluyendo el período de la dominación japonesa.
Y, a pesar de no tener ni obispos ni sacerdotes, la comunidad cristiana no solo sobrevivió, sino que además creció. Qué sorpresa se llevaron los sacerdotes que entraron en el país, en 1945, tras la liberación de Corea, al descubrir una comunidad católica dinámica, en la que sus miembros conocían de memoria el catecismo, las grandes oraciones, e incluso las respuestas de los fieles a la misa, aunque esta no se había celebrado desde hacía cien años.
La misa en televisión, un precioso consuelo
Ahora bien, la misa por televisión sigue siendo al menos un tesoro irremplazable para las personas solas, los enfermos y los ancianos. Quienes siguen la misa por televisión están invitados a unirse de corazón en comunión con la Iglesia. Escuchan la Palabra de Dios y pueden meditarla. Pueden comulgar espiritualmente.
De este modo, en tiempos de confinamiento, la misa transmitida por televisión o Internet se convierte en un gran consuelo para muchas personas.
Ahora bien, está claro que la misa en la televisión o por Internet no sustituye a la misa real. Es una cuestión esencial, no es un accidente. En circunstancias normales, cuando es posible ir a una misa real, debemos ir a misa. Ver la misa en la tele, aunque sea el Papa quien celebra, no es lo mismo que la participación en el sacramento en la parroquia.
El cristianismo, religión de la encarnación
Nos puede ayudar a comprender esta cuestión la siguiente comparación: ver cómo un chef de cocina prepara una cena maravillosa en la tele para sus invitados está muy bien, pero formar parte de los invitados de esa mesa y participar en esa conversación es algo totalmente diferente.
Como ha explicado el sacerdote Pierre Amar en un artículo publicado en Aleteia, “lo que vemos en la tele o por Internet (en este momento, muchos sacerdotes graban las misas que celebran en privado), aunque sea en directo, NO es la realidad: es una imagen de la realidad”. Por el contrario, una celebración de la Palabra, por más humilde que sea, sí que es algo real.
El padre Amar añade: “Los cristianos son los adeptos del Encuentro. Dios se ha hecho carne, se ha encarnado, tomó un cuerpo y un rostro. Cuando quiso salvar al mundo, envió a su Hijo, con sangre, sudor y lágrimas. No envió una carta, ni un mensaje…, ¡ni un e-mail!”. Ni una transmisión en directo de televisión…