La consagración fue iniciativa de Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) junto con los obispos de México
Hoy Domingo de Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, a las doce horas (tiempo del centro de México), todos los pueblos de América Latina y el Caribe serán consagrados a la Virgen de Guadalupe desde su “casita sagrada”, la “casita de oración que pidió le construyera el primer obispo de Ciudad de México, Fray Juan de Zumárraga.
En la primera aparición a Juan Diego, la Señora le dijo: “Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levantes mi casita sagrada en donde lo mostraré (a su Hijo), lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto: lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación”.
Es desde el cerro del Tepeyac, a cuyas faldas se encuentra hoy la Basílica de Guadalupe, el centro mariano de peregrinación más visitado en la tierra, el templo que ella pidió le construyeran, desde donde se rogará su intermediación ante su Hijo para salvar de la pandemia del coronavirus a los pueblos del Nuevo Mundo.
La consagración fue iniciativa de Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) junto con los obispos de México: “El momento presente exige de nosotros como pastores, ver y escuchar las aflicciones de nuestros pueblos, generando esperanza y dirigiendo la mirada a nuestra Madre del cielo. Le pediremos salud y el fin de esta pandemia, poniéndonos bajo su mirada amorosa en estos momentos difíciles, en los que ella puede abrirnos las puertas de la esperanza”.
Y es que en el Nican Mopohua (“Aquí se cuenta, aquí se ordena…”), la narración de los encuentros entre la Virgen de Guadalupe y San Juan Diego, la Madre del “verdaderísimo Dios por quien se vive”, afirma que desde ese lugar axial de nuestra historia cristiana les dará a los pueblos del nuevo continente “todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación”.
El CELAM ha invitado a los fieles a participar en esta consagración, a través de las diversas plataformas digitales y medios de comunicación disponibles, al tiempo que convocó a todas las parroquias y catedrales del continente a dar un toque de doce campanadas e iniciar al Santo Rosario Misionero “ofrecido por la salud de las personas de todo el mundo”.
“Porque yo en verdad –continuó diciendo Santa María de Guadalupe al indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin, representante de todos los pueblos originarios de América Latina y el Caribe—soy vuestra madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí, porque allí les escucharé su llanto, su tristeza, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores…”.
Exactamente 489 años y cuatro meses más tarde de aquél 12 de diciembre de 1531, tras el Rosario y la Misa de Resurrección, todos los pueblos de América Latina y el Caribe serán consagrados a María de Guadalupe con una ofrenda floral en el mismo lugar donde el Papa Francisco en febrero de 2016 oró en silencio, pidiendo a la Virgen de Guadalupe por el mundo entero, con la siguiente oración:
En estos momentos, como Juan Diego,
sintiéndonos “pequeños” y frágiles ante la enfermedad y el dolor,
te elevamos nuestra oración y nos consagramos a ti.
Te consagramos nuestros pueblos,
especialmente a tus hijos más vulnerables:
los ancianos, los niños, los enfermos, los indígenas, los migrantes,
los que no tienen hogar, los privados de su libertad.
Acudimos a tu inmaculado Corazón
e imploramos tu intercesión: alcánzanos de Tu Hijo la salud y la esperanza.
Que nuestro temor se transforme en alegría;
que en medio de la tormenta
Tu Hijo Jesús sea para nosotros fortaleza y serenidad;
que nuestro Señor levante su mano poderosa
y detenga el avance de esta pandemia.
Santísima Virgen María,
“Madre de Dios y Madre de América Latina y del Caribe,
Estrella de la evangelización renovada,
primera discípula y gran misionera de nuestros pueblos“,
sé fortaleza de los moribundos
y consuelo de quienes los lloran;
sé caricia maternal que conforta a los enfermos;
y para todos nosotros, Madre, sé presencia y ternura
en cuyos brazos todos encontremos seguridad.
De tu mano, permanezcamos firmes e inconmovibles en Jesús, tu Hijo,
que vive y reina por los siglos de los siglos.